¿Por qué el miedo a la libertad de cátedra?

El Espectador
21 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.
Lo que algunos entienden como «adoctrinamiento» no es más que abrirles la puerta a todas las posibles ideas y posiciones; entender que el mundo es variopinto. / Foto: Archivo El Espectador
Lo que algunos entienden como «adoctrinamiento» no es más que abrirles la puerta a todas las posibles ideas y posiciones; entender que el mundo es variopinto. / Foto: Archivo El Espectador
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El autoritarismo demuestra su temor a las ideas cuando pretende utilizar el peso de la ley (y de las multas) para amordazar a cualquier profesor que exprese ideas que no les gusten a las autoridades. La nefasta iniciativa, anunciada por un representante a la Cámara, de limitar la libertad de cátedra en los colegios es solo el ejemplo más reciente del maniqueísmo de quienes creen que “enseñar sin ningún tipo de ideología” es posible en un mundo complejo y donde todo puede ser entendido como “proselitismo político” cuando hay baja tolerancia al disenso y la crítica.

La censura siempre sigue un guion ya muy conocido: alguien alza la voz de denuncia, en nombre de nuestros niños y adolescentes, para decir que se está cometiendo un crimen de opinión. Esto genera un pánico, pues es indeseable que se adoctrine a los más vulnerables. Cuando la indignación se ha esparcido, se propone la solución: el mazo aplastante de la ley en contra de quienes cometan el crimen. Todo esto necesariamente ligado al puritanismo que considera que hay una manera “correcta” de enseñar las cosas.

El problema es que la realidad es muy distinta. No solo es difícil encontrar espacios de adoctrinamiento a los estudiantes, sino que, de hecho, es deseable que los jóvenes sean expuestos a todas las perspectivas en las distintas materias que se enfrentan.

Tal vez lo explicó mejor Isabel Segovia, columnista de El Espectador, hablando con RCN Radio: “Yo creo que lo que le falta a nuestra juventud y a nuestros niños es politizarse, en el buen sentido de la palabra, entender para qué sirve la democracia, que hay distintas ideologías, que uno tiene que enterarse cómo son”.

Lo que algunos entienden como “adoctrinamiento” no es más que abrirles la puerta a todas las posibles ideas y posiciones; entender que el mundo es variopinto, que el espectro político está nutrido de distintas posiciones. También, reconocer que en la historia de la humanidad tildar a ciertas ideas de “peligrosas” o de ser “proselitismo” lo que busca, en la práctica, es que nunca se expresen, se conozcan ni mucho menos se discutan. ¿Qué sí se permite? Lo que las autoridades digan.

En nombre de nuestros niños, quieren, paradójicamente, negarles el derecho a recibir una educación integral que represente el mundo, con todos sus matices, al que pertenecen.

El representante Edward Rodríguez, del Centro Democrático, quiere “evitar que profesores politicen a niños, niñas y adolescentes en los colegios”; permitiendo que “los profesores que sean denunciados por constreñir o tratar de involucrar a sus estudiantes en algún tipo de ideología política o por desarrollar proselitismo en las aulas de clase puedan ser multados y sancionados”.

¿Cómo delimitamos la “ideología política” prohibida? ¿Quién la define? ¿Cómo se enseñan temas como cambio climático sin dar cuenta de las pugnas políticas que hay detrás? ¿Preferir una religión particular en un colegio es “proselitismo”? Y así podríamos seguir dando ejemplos que evidencien lo ridícula que es la posición del representante. Ese es otro problema del autoritarismo: no soporta el peso de la lógica usada para criticarlo.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

 

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