Siempre que hay cambios en el pico y placa, así como propuestas de nuevas prioridades en movilidad, el debate público se llena de tensiones. La alcaldesa Claudia López no ha ayudado con algunas de sus declaraciones. Sin embargo, con independencia de quién ocupe el Palacio Liévano, Bogotá es una ciudad que ha evitado tener una conversación profunda y ambiciosa sobre qué hacer con los trancones, la contaminación y la imposibilidad de funcionar con tantos carros y motos en las calles. El pico y placa todo el día, así como la apuesta por la movilidad compartida, es solo un tímido paso hacia una discusión más compleja: ¿cómo convencemos a quienes viven en la capital de que necesitan cambiar la manera en que se transportan?
Que la movilidad en Bogotá es inviable lo demuestran los resultados preliminares del pico y placa. Aprovechándose de la creación de la Bogotá Región, se dispuso un pico y placa regional el lunes festivo pasado para el regreso de muchas personas que venían de sus vacaciones. Las cifras, compartidas por la Secretaría de Movilidad de la Alcaldía de Bogotá, son contundentes: a pesar de que entraron unos 187.000 carros, la velocidad promedio de entrada fue de 40 km/h. Sin la medida de pico y placa, la velocidad promedio de entrada en esa misma zona era de 10 km/h. Una diferencia monumental.
Algo similar fue el resultado del pico y placa interno. Hubo un aumento del 87 % en las personas registradas para compartir el carro. La velocidad aumentó en horas valles en un 30 % y se redujo en un 15 y 20 % el total de vehículos en las calles. Son buenas noticias, pero se trata de medidas insuficientes. El problema de fondo persiste.
Bogotá está en una disyuntiva: sus cerca de 500 frentes de obra son necesarios para mejorar las opciones de movilidad, pero esto significa que las vías estarán más obstaculizadas que de costumbre. Esto, sumado a un Transmilenio con servicio deficiente y a menudo colapsado, y a un Sistema Integrado de Transporte Público que no convence en calidad ni eficiencia, hace que las propuestas de una ciudad que se mueva con mecanismos distintos a los vehículos esté aún lejos. No obstante, también es claro que para la sostenibilidad ambiental no podemos seguir llenando la ciudad de carros particulares. Entonces, ¿qué hacemos?
Aunque no son debates políticamente favorables para quienes los lideran, es tiempo de adoptar posiciones más ambiciosas. Por ejemplo, Juan Pablo Ruiz Soto escribió en El Espectador que “una medida realista, no muy radical y quizás efectiva es que el pico y placa sea del 0 al 9, lo cual reduciría la circulación de autos particulares en cerca del 90 % en días laborales. Que los particulares solo podamos sacar el carro tres veces al mes entre semana, más sábados y domingos, y aplicar el principio de pico y placa solidario pagando $60.000 por día adicional si queremos utilizarlo más”. ¿Por qué no repensar el pico y placa?
Claro, todo esto tiene que venir acompañado de inversiones considerables y eficientes en el sistema de transporte público. Pero no podemos esperar más. Es momento de que hablemos de movilidad con todas las cartas sobre la mesa.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Siempre que hay cambios en el pico y placa, así como propuestas de nuevas prioridades en movilidad, el debate público se llena de tensiones. La alcaldesa Claudia López no ha ayudado con algunas de sus declaraciones. Sin embargo, con independencia de quién ocupe el Palacio Liévano, Bogotá es una ciudad que ha evitado tener una conversación profunda y ambiciosa sobre qué hacer con los trancones, la contaminación y la imposibilidad de funcionar con tantos carros y motos en las calles. El pico y placa todo el día, así como la apuesta por la movilidad compartida, es solo un tímido paso hacia una discusión más compleja: ¿cómo convencemos a quienes viven en la capital de que necesitan cambiar la manera en que se transportan?
Que la movilidad en Bogotá es inviable lo demuestran los resultados preliminares del pico y placa. Aprovechándose de la creación de la Bogotá Región, se dispuso un pico y placa regional el lunes festivo pasado para el regreso de muchas personas que venían de sus vacaciones. Las cifras, compartidas por la Secretaría de Movilidad de la Alcaldía de Bogotá, son contundentes: a pesar de que entraron unos 187.000 carros, la velocidad promedio de entrada fue de 40 km/h. Sin la medida de pico y placa, la velocidad promedio de entrada en esa misma zona era de 10 km/h. Una diferencia monumental.
Algo similar fue el resultado del pico y placa interno. Hubo un aumento del 87 % en las personas registradas para compartir el carro. La velocidad aumentó en horas valles en un 30 % y se redujo en un 15 y 20 % el total de vehículos en las calles. Son buenas noticias, pero se trata de medidas insuficientes. El problema de fondo persiste.
Bogotá está en una disyuntiva: sus cerca de 500 frentes de obra son necesarios para mejorar las opciones de movilidad, pero esto significa que las vías estarán más obstaculizadas que de costumbre. Esto, sumado a un Transmilenio con servicio deficiente y a menudo colapsado, y a un Sistema Integrado de Transporte Público que no convence en calidad ni eficiencia, hace que las propuestas de una ciudad que se mueva con mecanismos distintos a los vehículos esté aún lejos. No obstante, también es claro que para la sostenibilidad ambiental no podemos seguir llenando la ciudad de carros particulares. Entonces, ¿qué hacemos?
Aunque no son debates políticamente favorables para quienes los lideran, es tiempo de adoptar posiciones más ambiciosas. Por ejemplo, Juan Pablo Ruiz Soto escribió en El Espectador que “una medida realista, no muy radical y quizás efectiva es que el pico y placa sea del 0 al 9, lo cual reduciría la circulación de autos particulares en cerca del 90 % en días laborales. Que los particulares solo podamos sacar el carro tres veces al mes entre semana, más sábados y domingos, y aplicar el principio de pico y placa solidario pagando $60.000 por día adicional si queremos utilizarlo más”. ¿Por qué no repensar el pico y placa?
Claro, todo esto tiene que venir acompañado de inversiones considerables y eficientes en el sistema de transporte público. Pero no podemos esperar más. Es momento de que hablemos de movilidad con todas las cartas sobre la mesa.
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