El triunfo del líder laborista británico Keir Starmer, el pasado jueves, es una buena noticia para el Reino Unido luego de catorce años de gobierno tory (conservador), que deja a Gran Bretaña en una situación económica y social compleja. Starmer tendrá que ganarse la confianza de la ciudadanía, que votó más en contra de los conservadores que a favor del líder laborista. A pesar de que su partido tendrá una histórica representación en el Parlamento, la participación electoral fue la más baja en 20 años, y el nuevo primer ministro alcanzó apenas el 33,9 % del voto popular. Hay preocupación por los cinco escaños que obtienen los populistas de ultraderecha de Nigel Farage.
El líder laborista recibe así el aval para dar un timonazo en el manejo del Reino Unido, tras la debacle de los tories. Los laboristas obtienen 412 escaños, lo que les permitirá gobernar sin coaliciones, mientras que los conservadores se quedan con solo 121 sillas de las 650 en disputa. Este ha sido el peor resultado de los conservadores en la historia moderna. Starmer ha propuesto una “renovación nacional”, a pesar de que, según los sondeos, apenas el 27 % de los británicos tienen confianza en él y un 49 % piensa que no tiene claro qué cree o qué defiende. Sin el carisma de Tony Blair, su antecesor laborista en el cargo, tendrá que jugarse a fondo para ganar la confianza de la ciudadanía y sacar adelante los planes de gobierno, sobre los cuales no existe aún mayor claridad. Al igual que en la mayoría de los países europeos, Gran Bretaña vive un gran desencanto con los políticos, como se demostró en la baja participación en las elecciones.
A diferencia de lo que ha sucedido en la mayoría de los países en el Viejo Continente, donde la corriente política ha favorecido a la derecha y la ultraderecha, este voto de confianza en el cambio es significativo. Keir Starmer mencionó que “primero el país, segundo el partido (…) Es nuestro principio rector. Todo lo que hagamos para mejorar la economía, la seguridad nacional o la protección de nuestras fronteras debe inspirarse en él”. A pesar de que va a tener un cierto margen de espera por parte de la ciudadanía, las expectativas están centradas en que sea capaz de encauzar al Reino Unido por el camino del crecimiento económico, llevar a cabo una reforma al Servicio Nacional de Salud, hacer mejoras en temas relacionados con la policía y el sistema penal, y cambios en materia de energía verde. Otro tema complejo es el del número de inmigrantes que llegan de manera irregular al país, que este año alcanza alrededor de 40.000 nuevas solicitudes de ingreso.
De acuerdo con la estructuración del sistema electoral británico, se presenta una curiosa paradoja: a pesar de que los laboristas han obtenido el 34 % de los votos tendrán cerca del 65 % de los escaños del nuevo Parlamento, mientras que los tories, con el 24 % apenas alcanzan el 18 % de la participación parlamentaria. Esto, en la medida en que la representación favorece al partido que recibe la mayor votación y no según el porcentaje de votos obtenidos. De acuerdo con la nueva composición de los diputados, el Reino Unido dejará de ser bipartidista, pues regresan los liberales-demócratas con 71 escaños, luego de una larga crisis interna, y se convierten en el tercer partido más votado. Con respecto a la relación con la Unión Europea, el nuevo primer ministro ha anunciado una mejora con el bloque comunitario en materia comercial y un mayor impulso a la cooperación en el campo de la seguridad y la defensa. El brexit continuará tal como está. Mientras tanto, el derechismo populista de Nigel Farage, de Reform UK, llega con un buen número de votos, que no se tradujeron en escaños.
Con este panorama comienza el mandato de Keir Starmer en Gran Bretaña. Los próximos meses permitirán saber si se logra posicionar en su nuevo cargo o si termina siendo una nueva decepción para los británicos.
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