Saldo en rojo
Una democracia corre peligro por varios factores, comunes, que quedan registrados en el día a día informativo.
El Espectador
Lo cierto es que uno de los riesgos más grandes que existen para su supervivencia es cuando se dan hechos como los que tiene que afrontar el movimiento Marcha Patriótica al día de hoy: el asesinato y la desaparición de algunos de sus miembros. De varios de sus miembros. Ya no se trata de diseños institucionales o desbalance de poderes, sino de algo criminal: acabar vidas humanas al garete por el simple hecho de ser adeptos a una idea determinada. Terrible. Increíble que a estas alturas, con tanta sangre de por medio, el país siga por la senda de matar al diferente. No aislar, no discriminar: matar.
Así lo sufre Marcha Patriótica y es bastante triste. Deja un sinsabor en la boca que la exsenadora Piedad Córdoba, miembro de la dirección del movimiento, haya planteado la posibilidad de disolverlo porque, desde abril de 2012 hasta la fecha de hoy, 29 de sus miembros han sido asesinados, tres desaparecidos y muchos judicializados.
Claro que tiene razón Córdoba al decir que hay falta de garantías para ejercer la oposición en el país. Y claro que tiene razón, también, cuando dice que eso sería un golpe duro a la mesa de conversaciones que se instaló en La Habana, Cuba, para que Gobierno y guerrilla de las Farc llegaran a un acuerdo: ¿o no fue, por cierto, un punto de la agenda la participación en política y las garantías de la oposición y los mecanismos y los ciudadanos y todo ese compendio de principios democráticos en el que, finalmente, pudieron estar de acuerdo?
Claro que sería un duro golpe. Marcha Patriótica, se sabe de sobra, podría ser la pista de aterrizaje para aquellos que quieren dejar las armas con el eventual éxito de ese proceso de paz en particular. Y por eso los matan, hay que decirlo. Al menos 15 de esos asesinatos reportados apuntan hacia el sicariato o asesinatos selectivos. El pasado 4 de enero, por ejemplo, en Zabaleta, San José del Palmar, Chocó, fueron torturados y asesinados Giovanny Leiton y su pareja, Doris Viviana Vallejo. A las balas no se puede. ¿No bastó con la experiencia de la Unión Patriótica, sistemáticamente asesinada hace 20 años?
¿Qué hacer ante este panorama, sin embargo? Sería terrible que los vaticinios de Piedad Córdoba se cumplieran. Sería un fracaso rotundo de esta sociedad en su intento de construir un país más decente, que respete la diferencia y que le apueste a la paz. Claro que el Gobierno debe indagar más profundamente, con todo el aparato estatal que tenga a su disposición, para dar con los responsables. Pero mucho más allá, hay que dar visibilidad a esta realidad. Es invaluable el valor que hay en el reconocimiento: dar protagonismo a Marcha Patriótica, en igualdad de condiciones con otros movimientos, supone ponerlo en el mapa, equiparar sus asesinatos a los de líderes sociales y no a los de unos bandidos de esquina, que es como muchas veces los tildan.
Porque si algo hay injusto en una democracia es que no se reconozca a sus actores. Que no se les den la visibilidad y el reconocimiento que merecen en un juego político. Por eso, también, es que los matan. Por supuesto, levantamos nuestra voz de protesta contra estos hechos deplorables. Pero también invitamos a que el movimiento no se disuelva, pues les daría finalmente la razón a los violentos de este país. No dejar que una bala mate una idea es responsabilidad de todos. Está en nuestras manos.
Lo cierto es que uno de los riesgos más grandes que existen para su supervivencia es cuando se dan hechos como los que tiene que afrontar el movimiento Marcha Patriótica al día de hoy: el asesinato y la desaparición de algunos de sus miembros. De varios de sus miembros. Ya no se trata de diseños institucionales o desbalance de poderes, sino de algo criminal: acabar vidas humanas al garete por el simple hecho de ser adeptos a una idea determinada. Terrible. Increíble que a estas alturas, con tanta sangre de por medio, el país siga por la senda de matar al diferente. No aislar, no discriminar: matar.
Así lo sufre Marcha Patriótica y es bastante triste. Deja un sinsabor en la boca que la exsenadora Piedad Córdoba, miembro de la dirección del movimiento, haya planteado la posibilidad de disolverlo porque, desde abril de 2012 hasta la fecha de hoy, 29 de sus miembros han sido asesinados, tres desaparecidos y muchos judicializados.
Claro que tiene razón Córdoba al decir que hay falta de garantías para ejercer la oposición en el país. Y claro que tiene razón, también, cuando dice que eso sería un golpe duro a la mesa de conversaciones que se instaló en La Habana, Cuba, para que Gobierno y guerrilla de las Farc llegaran a un acuerdo: ¿o no fue, por cierto, un punto de la agenda la participación en política y las garantías de la oposición y los mecanismos y los ciudadanos y todo ese compendio de principios democráticos en el que, finalmente, pudieron estar de acuerdo?
Claro que sería un duro golpe. Marcha Patriótica, se sabe de sobra, podría ser la pista de aterrizaje para aquellos que quieren dejar las armas con el eventual éxito de ese proceso de paz en particular. Y por eso los matan, hay que decirlo. Al menos 15 de esos asesinatos reportados apuntan hacia el sicariato o asesinatos selectivos. El pasado 4 de enero, por ejemplo, en Zabaleta, San José del Palmar, Chocó, fueron torturados y asesinados Giovanny Leiton y su pareja, Doris Viviana Vallejo. A las balas no se puede. ¿No bastó con la experiencia de la Unión Patriótica, sistemáticamente asesinada hace 20 años?
¿Qué hacer ante este panorama, sin embargo? Sería terrible que los vaticinios de Piedad Córdoba se cumplieran. Sería un fracaso rotundo de esta sociedad en su intento de construir un país más decente, que respete la diferencia y que le apueste a la paz. Claro que el Gobierno debe indagar más profundamente, con todo el aparato estatal que tenga a su disposición, para dar con los responsables. Pero mucho más allá, hay que dar visibilidad a esta realidad. Es invaluable el valor que hay en el reconocimiento: dar protagonismo a Marcha Patriótica, en igualdad de condiciones con otros movimientos, supone ponerlo en el mapa, equiparar sus asesinatos a los de líderes sociales y no a los de unos bandidos de esquina, que es como muchas veces los tildan.
Porque si algo hay injusto en una democracia es que no se reconozca a sus actores. Que no se les den la visibilidad y el reconocimiento que merecen en un juego político. Por eso, también, es que los matan. Por supuesto, levantamos nuestra voz de protesta contra estos hechos deplorables. Pero también invitamos a que el movimiento no se disuelva, pues les daría finalmente la razón a los violentos de este país. No dejar que una bala mate una idea es responsabilidad de todos. Está en nuestras manos.