Se nos apaga el planeta
El Espectador
Se nos deben estar agotando las maneras de insistir en que la actividad humana está afectando seriamente los recursos globales. A los múltiples informes sobre la inminencia del cambio climático, sus consecuencias nefastas y la insuficiencia de las medidas adoptadas por los Estados del mundo, esta semana se sumó otra alerta. La biodiversidad está disminuyendo a tasas sin precedentes en la historia de la humanidad y si no hacemos algo para revertir esta situación, la sostenibilidad de todos los países está en serias dudas.
En este caso, curiosamente, no es el cambio climático el principal culpable del problema. Se trata, más bien, de los cambios en el uso de los suelos y el agua por parte de los humanos.
Hablamos del “Informe de evaluación global sobre biodiversidad y servicios de ecosistemas” de la Ipbes, que observó la biodiversidad a escala global. Los resultados son muy preocupantes. En síntesis, cerca de un millón de especies de animales y plantas están ahora en peligro de extinción, más que en cualquier momento conocido en la historia de la humanidad.
Por ejemplo, más del 40 % de las especies de anfibios, casi el 33 % de los corales y más de un tercio de todos los mamíferos marinos están amenazados. Hemos llevado al menos a 680 especies de vertebrados hacia la extinción desde el siglo XVI y más del 9 % de todas las razas domesticadas de mamíferos utilizados para la alimentación y la agricultura se extinguieron en 2016.
Como explicó Joseph Settele, uno de los evaluadores del informe, “la red esencial e interconectada de la vida en la Tierra se está haciendo cada vez más pequeña (...) esta pérdida es un resultado directo de la actividad humana y constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo”.
La pregunta, entonces, es sencilla, pero de difícil respuesta: ¿qué vamos a hacer?
El modelo de desarrollo adoptado en todo el mundo, hasta las últimas décadas, se acogió sin mayores obstáculos. Ahora que estamos viendo sus efectos colaterales es el momento de enfrentar la responsabilidad por el daño causado.
No será fácil. Si en la lucha contra el cambio climática ha sido casi imposible obtener acuerdos globales, frenar el deterioro de la biodiversidad recorre el mismo camino. Uno de los problemas es la desigualdad de las economías de los países: aquellos que ya están industrializados no quieren ceder y los que están en ese proceso tampoco ven con buenos ojos abandonar los mecanismos que les permitirán alimentar a sus pobladores. No en vano el 75 % de los recursos de agua dulce del mundo se están dedicando a la producción agrícola o ganadera, con tendencia al alza.
Pero algo debemos hacer. Por eso empezamos este texto hablando de cómo las palabras se agotan. Ya se han diagnosticado de mil maneras el problema y sus causas. También se han trazado hojas de ruta, ambiciosas y necesarias. Faltan la voluntad política, la movilización ciudadana y tomar acciones vehementes. Estamos destruyendo el planeta. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.
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Se nos deben estar agotando las maneras de insistir en que la actividad humana está afectando seriamente los recursos globales. A los múltiples informes sobre la inminencia del cambio climático, sus consecuencias nefastas y la insuficiencia de las medidas adoptadas por los Estados del mundo, esta semana se sumó otra alerta. La biodiversidad está disminuyendo a tasas sin precedentes en la historia de la humanidad y si no hacemos algo para revertir esta situación, la sostenibilidad de todos los países está en serias dudas.
En este caso, curiosamente, no es el cambio climático el principal culpable del problema. Se trata, más bien, de los cambios en el uso de los suelos y el agua por parte de los humanos.
Hablamos del “Informe de evaluación global sobre biodiversidad y servicios de ecosistemas” de la Ipbes, que observó la biodiversidad a escala global. Los resultados son muy preocupantes. En síntesis, cerca de un millón de especies de animales y plantas están ahora en peligro de extinción, más que en cualquier momento conocido en la historia de la humanidad.
Por ejemplo, más del 40 % de las especies de anfibios, casi el 33 % de los corales y más de un tercio de todos los mamíferos marinos están amenazados. Hemos llevado al menos a 680 especies de vertebrados hacia la extinción desde el siglo XVI y más del 9 % de todas las razas domesticadas de mamíferos utilizados para la alimentación y la agricultura se extinguieron en 2016.
Como explicó Joseph Settele, uno de los evaluadores del informe, “la red esencial e interconectada de la vida en la Tierra se está haciendo cada vez más pequeña (...) esta pérdida es un resultado directo de la actividad humana y constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo”.
La pregunta, entonces, es sencilla, pero de difícil respuesta: ¿qué vamos a hacer?
El modelo de desarrollo adoptado en todo el mundo, hasta las últimas décadas, se acogió sin mayores obstáculos. Ahora que estamos viendo sus efectos colaterales es el momento de enfrentar la responsabilidad por el daño causado.
No será fácil. Si en la lucha contra el cambio climática ha sido casi imposible obtener acuerdos globales, frenar el deterioro de la biodiversidad recorre el mismo camino. Uno de los problemas es la desigualdad de las economías de los países: aquellos que ya están industrializados no quieren ceder y los que están en ese proceso tampoco ven con buenos ojos abandonar los mecanismos que les permitirán alimentar a sus pobladores. No en vano el 75 % de los recursos de agua dulce del mundo se están dedicando a la producción agrícola o ganadera, con tendencia al alza.
Pero algo debemos hacer. Por eso empezamos este texto hablando de cómo las palabras se agotan. Ya se han diagnosticado de mil maneras el problema y sus causas. También se han trazado hojas de ruta, ambiciosas y necesarias. Faltan la voluntad política, la movilización ciudadana y tomar acciones vehementes. Estamos destruyendo el planeta. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
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