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Tal vez lo más descorazonador del debate que se ha dado en el Congreso sobre la reforma política es que Colombia sí necesita reflexionar sobre el tipo de democracia que quiere y cómo garantizar representatividad sin clientelismo. Lo comentábamos hace unas semanas con las decenas de partidos que aparecieron para las elecciones de octubre de este año, con un alto riesgo de corrupción y muy poco de fortaleza ideológica. Sin embargo, en vísperas de que se inicie la segunda mitad de debates sobre el proyecto planteado desde el Gobierno, lo que vemos es mucho aspaviento y poca disposición a dar las discusiones de fondo.
Desde el principio, la reforma política ha estado manchada por sus propuestas más polémicas. Ahora que se anunció la ponencia para retomar su discusión, Katherine Miranda, representante a la Cámara por la Alianza Verde, dijo: “Hago un llamado a la sensatez y a su espíritu demócrata, el cambio no es perpetuándose en el poder. Si no retiran esos micos, desde ya anuncio mi oposición férrea a esta reforma política”. El senador Humberto de la Calle le hizo eco: “Se ha degradado tanto la llamada reforma política que es mejor hundirla”.
Se refieren, en particular, a la puerta giratoria de congresistas a ministros y al artículo que permitiría que las listas cerradas de las próximas elecciones se hagan sin consideraciones paritarias y permitiendo el orden de la votación obtenida el año pasado, lo que les garantizaría la reelección a varios legisladores. Con un añadido: la nueva ponencia mantiene el sistema actual de listas abiertas y cerradas a discreción de las colectividades. Sin esa apuesta por fortalecer los partidos, ¿para qué una reforma política?
El presidente del Senado, Roy Barreras, utilizó su cuenta de Twitter para lanzar una petición urgente: “Mucha especulación, ruido y maledicencia con la reforma política. Debo recordar que es mandato del punto 2 del Acuerdo del Teatro Colón: lo único que importa de la reforma es la lista cerrada. Todo lo demás puede desaparecer. Se juntan clientelistas y bodegueros en contra del cambio”. ¿Es viable que el Congreso retome el debate en esos términos? Parece que la voluntad política no está.
Si la reforma termina siendo enterrada por los partidos de gobierno, persiste la pregunta de cómo estructurar nuestra democracia para evitar el clientelismo. Estamos, repetimos, dando vueltas en círculos: pasamos de períodos con muchos partidos políticos a otros con menos y ahora estamos de vuelta en la bonanza. Con el añadido de que el caudillismo encontró en las redes sociales su mejor herramienta de difusión. El problema es que eso nos lleva a elecciones basadas en la personalidad y no en las ideas, y a tener instituciones políticas cada vez más deslegitimadas.
Todo este trámite atropellado no ha hecho más que seguir dejando el sinsabor de que los congresistas, cuando no legislan en causa propia, son incapaces de dar las discusiones esenciales para el país. Eso es claudicar en sus funciones constitucionales.
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