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La utopía de la libertad de expresión sin límites se está convirtiendo, con velocidad poco sorprendente, en la muestra de los instintos dictatoriales del que hasta hace poco era el hombre más rico del planeta. Sí, nos vemos en la penosa obligación de volver a discutir sobre Elon Musk y Twitter, debido a que ese espacio, esencial en los últimos años para el periodismo libre, la defensa de la democracia y la construcción de una conversación pública, ahora está convertido en el capricho de un multimillonario que censura a quien se le antoja, inventa reglas sobre el camino y está mostrando cada vez más señales de peligrosa radicalización.
Musk se vende como un salvador y ha querido posicionar a Twitter como un espacio absolutista en cuanto a la libre expresión. Sin embargo, dejamos a consideración de los lectores este contraste: mientras el multimillonario restablece las cuentas de neonazis y usuarios radicales que han usado Twitter para acosar a otros usuarios, prohíbe que periodistas de medios como The New York Times y The Washington Post usen el servicio. Se ha vuelto viral el chiste, que parece tener mucho de realidad, de que la única regla para ser expulsado de Twitter es caerle mal a Musk. Eso, por supuesto, no es libertad de expresión, es el autoritarismo censurador de los “hombres poderosos” que conocemos también en los ámbitos públicos y privados. Con la tragedia de que esto está ocurriendo en una red fundamental para el discurso digital.
Por ejemplo, hace unos días, cuando en un space de Twitter varios periodistas cuestionaron a Musk por haberlos expulsado de la plataforma sin razón alguna, el multimillonario ordenó tumbar toda la herramienta que permite hacer spaces. En todo el mundo. Dijo que lo hacía para solucionar un error, pero parecía más una vendetta personal de un ego herido. Ha acusado, sin pruebas, a los periodistas de publicar su ubicación personal, pero al mismo tiempo Musk subió un video pidiéndoles a sus 121 millones de seguidores que lo ayudaran a identificar un hombre, e incluso publicó la placa de su vehículo. Para completar, todos los enlaces a Mastodon, red social que se ha convertido en alternativa para Twitter, son marcados como “potencialmente peligrosos”.
Tal vez la muestra más clara del comportamiento errático de Musk es su pelea con Bari Weiss, una de las periodistas que él mismo eligió para publicar los archivos filtrados de la administración pasada de Twitter. Weiss escribió que “el viejo régimen en Twitter estaba gobernado por sus propios caprichos y sesgos, y parece que el nuevo régimen tiene el mismo problema”. Musk le respondió atacándola personalmente. A eso hemos llegado.
En su compra y administración de Twitter, Musk ha demostrado todo lo contrario a lo que ha prometido. Con rapidez se ha convertido en el árbitro de los discursos, decidiendo quién y cómo puede hablar en Twitter, prefiriendo claramente a quienes piensan como él e intentando disfrazar todo con reglas poco claras. Por eso un multimillonario y una empresa privada no deberían tener tanto poder en esta sociedad digital. Empero, parece que es poco lo que puede hacerse para contrarrestarlo.
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