El 2024 ha sido el año de la materialización de todos los desastres anunciados hace muchos años en Bogotá. Lo vimos con los incendios forestales de principio de año, lo vimos con la escasez de agua y el racionamiento por la reducción de Chingaza, y ahora tuvimos que verlo esta semana con las terribles inundaciones de la autopista Norte. Nada nos sorprendió, pues estábamos avisados: durante décadas se ha sabido que la manera en que se construyó la autopista no tiene en cuenta las necesidades ambientales, y aun así poco se ha logrado. Si algo queda sobre la mesa es cómo, administración tras administración, las pugnas entre Distrito y Gobierno Nacional, así como la falta de acuerdos entre activismo ambiental y quienes quieren abogar por el concreto, ha dejado la capital sin campo de maniobra.
Es vergonzoso que Bogotá, con todos los recursos que tiene, con la importancia que ejerce en la política nacional, tenga que ver a niños de colegios atrapados en medio del agua porque la lluvia desborda una de sus vías principales. El alcalde distrital, Carlos Fernando Galán, dijo que era “inevitable”, lo que es cierto, pero solo es una porción de la historia. Sabíamos durante años que la Autonorte es propensa a las inundaciones, sabíamos que su construcción se hizo sin reconocer la importancia de la conexión hídrica entre los humedales Torca y Guaymaral, sabíamos también que con la emergencia climática las lluvias iban a empeorar... y aun así no hicimos nada.
Tal vez “no hacer nada” sea una mala interpretación, pues sí nos dedicamos a una cosa: las peleas políticas. Se ve en las reacciones a las inundaciones de esta semana. El presidente Gustavo Petro salió a recriminarle al exvicepresidente Germán Vargas Lleras, el exalcalde Enrique Peñalosa le discutió a la exalcaldesa Claudia López, el alcalde Galán insinuó que la denegación de una licencia ambiental por parte de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) es lo que nos tiene así, en el marco de la disputa entre el Distrito y el Ministerio de Ambiente. El punto, más allá de quién tiene la razón, es que esto muestra cómo la capital no ha podido tener proyectos de largo aliento y estamos pagando los platos rotos. Ahora, sin importar lo que hagamos, todo tardará años en dar resultados, por lo que seguramente seguiremos viendo inundaciones. Frustrante se queda corto para calificar la situación.
Entonces, ¿qué hacemos? En entrevista con El Espectador, Sabina Rodríguez van der Hammen, profesora y abogada, defensora de la reserva nombrada en memoria de su abuelo, dijo que “esta es la oportunidad de corregir ese daño que se hizo al fragmentar el humedal. Seguro será una obra más costosa en el corto plazo, al tener que hacer una vía elevada de casi un kilómetro que realmente permita la conectividad del ecosistema, pero a largo plazo se evitarían los costos que hoy seguimos pagando por una obra de hace muchos años se hizo de espaldas al ecosistema”. Varios expertos concuerdan. El problema de las inundaciones es que el diseño de la Autonorte no permite un filtrado adecuado del agua ni protege los ambientes que la rodean. Necesitamos enmendar ese grave error.
Gobiernos Nacional y distrital deben congelar sus diferencias y sentarse a tomar decisiones con urgencia. Necesitamos un proyecto que se pueda ejecutar pronto, así cueste más, y que corrija las preocupaciones ambientales. Bogotá no da para más aplazamientos.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
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El 2024 ha sido el año de la materialización de todos los desastres anunciados hace muchos años en Bogotá. Lo vimos con los incendios forestales de principio de año, lo vimos con la escasez de agua y el racionamiento por la reducción de Chingaza, y ahora tuvimos que verlo esta semana con las terribles inundaciones de la autopista Norte. Nada nos sorprendió, pues estábamos avisados: durante décadas se ha sabido que la manera en que se construyó la autopista no tiene en cuenta las necesidades ambientales, y aun así poco se ha logrado. Si algo queda sobre la mesa es cómo, administración tras administración, las pugnas entre Distrito y Gobierno Nacional, así como la falta de acuerdos entre activismo ambiental y quienes quieren abogar por el concreto, ha dejado la capital sin campo de maniobra.
Es vergonzoso que Bogotá, con todos los recursos que tiene, con la importancia que ejerce en la política nacional, tenga que ver a niños de colegios atrapados en medio del agua porque la lluvia desborda una de sus vías principales. El alcalde distrital, Carlos Fernando Galán, dijo que era “inevitable”, lo que es cierto, pero solo es una porción de la historia. Sabíamos durante años que la Autonorte es propensa a las inundaciones, sabíamos que su construcción se hizo sin reconocer la importancia de la conexión hídrica entre los humedales Torca y Guaymaral, sabíamos también que con la emergencia climática las lluvias iban a empeorar... y aun así no hicimos nada.
Tal vez “no hacer nada” sea una mala interpretación, pues sí nos dedicamos a una cosa: las peleas políticas. Se ve en las reacciones a las inundaciones de esta semana. El presidente Gustavo Petro salió a recriminarle al exvicepresidente Germán Vargas Lleras, el exalcalde Enrique Peñalosa le discutió a la exalcaldesa Claudia López, el alcalde Galán insinuó que la denegación de una licencia ambiental por parte de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) es lo que nos tiene así, en el marco de la disputa entre el Distrito y el Ministerio de Ambiente. El punto, más allá de quién tiene la razón, es que esto muestra cómo la capital no ha podido tener proyectos de largo aliento y estamos pagando los platos rotos. Ahora, sin importar lo que hagamos, todo tardará años en dar resultados, por lo que seguramente seguiremos viendo inundaciones. Frustrante se queda corto para calificar la situación.
Entonces, ¿qué hacemos? En entrevista con El Espectador, Sabina Rodríguez van der Hammen, profesora y abogada, defensora de la reserva nombrada en memoria de su abuelo, dijo que “esta es la oportunidad de corregir ese daño que se hizo al fragmentar el humedal. Seguro será una obra más costosa en el corto plazo, al tener que hacer una vía elevada de casi un kilómetro que realmente permita la conectividad del ecosistema, pero a largo plazo se evitarían los costos que hoy seguimos pagando por una obra de hace muchos años se hizo de espaldas al ecosistema”. Varios expertos concuerdan. El problema de las inundaciones es que el diseño de la Autonorte no permite un filtrado adecuado del agua ni protege los ambientes que la rodean. Necesitamos enmendar ese grave error.
Gobiernos Nacional y distrital deben congelar sus diferencias y sentarse a tomar decisiones con urgencia. Necesitamos un proyecto que se pueda ejecutar pronto, así cueste más, y que corrija las preocupaciones ambientales. Bogotá no da para más aplazamientos.
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