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Colombia no debe tener gasolina subsidiada. Entendemos que esa postura es polémica en un país que ha gozado durante años uno de los precios más bajos de la gasolina en la región y que está mal acostumbrado a no preguntarse de dónde sale el dinero que cubre la diferencia entre los costos reales de producción de la gasolina y lo que se paga para el consumo interno. Pero no se puede construir una política pública a partir de tapar huecos con impuestos y fondos estatales que podrían estar mejor invertidos en otros espacios de justicia social. También es injusto el argumento que se excusa en la inflación para pedir que el Gobierno detenga su política responsable de aumento paulatino del precio de la gasolina. Necesitamos entender el estado del mercado colombiano sin paliativos tan onerosos.
Sí, es verdad que el precio de la gasolina jalona el resto de indicadores. También es probable que el aumento, aunque controlado, de lo que se tiene que pagar por el transporte va a incrementar los precios de los alimentos y otros productos básicos. En un país con una inflación de dos dígitos que sigue por las nubes, suena extraño que un Gobierno esté tomando una medida impopular que encarecerá el costo de vida. Sin embargo, sobre eso hay dos argumentos: el primero es que el desmonte del subsidio ha sido un objetivo de varios ministros de Hacienda y no lo habían hecho por temor a las repercusiones; el segundo es que si queremos un país con déficit controlado y respeto por el marco fiscal, no pueden destinarse billones y billones de pesos a tener gasolina subsidiada.
Desde ayer, el precio de la gasolina aumentó $600. Hasta ahora, Ecopetrol ha sido la encargada de subsidiar el precio. Según Ricardo Bonilla, nuevo ministro de Hacienda, “el precio de la gasolina va a seguir subiendo todos los meses, responsablemente. Tenemos un déficit de $4.700 por galón frente al precio internacional. En diésel tenemos un déficit de $8.800, pero no lo vamos a tocar (...) en algún momento habrá que volver a revisar el tema del diésel, pero cuando tengamos más controlada la inflación”. La estimación es que en un año y medio vamos a tener el galón de gasolina a unos $16.000. Un aumento considerable, pero que responde a las dinámicas del mercado real de la producción de gasolina.
Como es común, el presidente Gustavo Petro utilizó un argumento polarizador para defender el aumento de la gasolina. “¿Por qué de los ingresos estamos pagando el subsidio a la gasolina? ¿Saben qué significa eso? Que si yo, con los ingresos, gasto en los más pobres, se trata de que el señor que carga bultos, la señora campesina que siembra papa o incluso el desempleado están subsidiando al señor que tiene la Toyota”, dijo el presidente. Más allá del populismo del planteamiento, la pregunta de fondo válida es por qué subsidiar la gasolina cuando las finanzas del Estado tienen otras prioridades que son más bien urgentes. Como mencionamos en un editorial anterior, el déficit por gasolina es de $28 billones en el 2022. Casi un 10 % de todo el presupuesto nacional destinado a ese rubro. Hay mejores inversiones para hacer con esos recursos.
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