El regreso a clases nos encuentra, una vez más, en tiempos de crisis. Con las ciudades en alerta roja, los casos aumentando y las vacunas todavía a semanas de aterrizar en el país, la recomendación ha sido continuar en clases virtuales. Se trata de una medida necesaria tanto para colegios como universidades, viendo las tasas de ocupación de las unidades de cuidados intensivos (UCI). Sin embargo, es momento de reconocer que el país no tiene la suficiente infraestructura para la virtualidad y que los niños, niñas y adolescentes se han visto muy afectados por la ausencia de un buen modelo educativo. No hay que darle vueltas al asunto: tenemos que encontrar la manera de recuperar la presencialidad lo más pronto posible.
A estas alturas de la pandemia ya tenemos suficiente conocimiento. En un artículo publicado a finales del año pasado por la revista Nature, se concluía que “los datos recolectados globalmente han mostrado que las escuelas pueden abrir de manera segura cuando la transmisión comunitaria del virus es baja”. Por supuesto, lo clave en esa frase es la “transmisión comunitaria”, que en Colombia está por las nubes en este momento. Sin embargo, el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades advierte: “Hay un consenso general de que la decisión de cerrar escuelas para controlar la pandemia del COVID-19 debe usarse como último recurso. Los impactos negativos a nivel físico, de salud mental y educativo que tienen los cierres en los niños, así como el impacto económico en la sociedad, pesan más que los beneficios”.
En síntesis: cerrar los colegios produce consecuencias nefastas. La virtualidad, tal y como la tenemos organizada en este momento, no es suficiente para suplir las deficiencias que surgen.
Los niños, niñas y adolescentes están frustrados. Su salud mental se ha deteriorado. La ausencia de contacto social afecta directamente su desarrollo. Además, el cierre de los colegios impone cargas lesivas sobre los padres. A medida que nos acercamos a cumplir un año en la virtualidad, la acumulación de estos efectos no puede pasar inadvertida.
El Centro Europeo ha encontrado, a partir de sus estudios en todo el continente, que “si se aplican medidas apropiadas en los colegios para reducir la posibilidad de propagación del virus, es poco probable que los ambientes escolares cumplan un rol sustancial en la transmisión. Más importante aún, las escuelas son una parte esencial de la sociedad y de las vidas de los niños y niñas”. Todos los esfuerzos deben concentrarse, entonces, en el regreso gradual.
La secretaria de Educación del Distrito, Edna Bonilla, comparte esa idea a futuro, aunque por ahora se decretó la virtualidad en Bogotá. Hablando con El Tiempo, dijo que “este año vamos a tener que mezclar estrategias para que los niños tengan su espacio físico de educación. Por eso, seguimos trabajando en esa reapertura gradual, progresiva y segura. La presencialidad implica reparaciones. Ya tenemos 153 intervenciones en 109 sedes para priorizar la reapertura. Tenemos también unas reparaciones locativas en baños, cubiertas y mejoramientos en 110 sedes. Compramos implementos de bioseguridad para los maestros y los niños. Tenemos 1,1 millones de tapabocas comprados para entregar”.
Son inversiones necesarias. En este año el reto será contener la pandemia sin seguir afectando la salud mental y física de los estudiantes. Las instituciones educativas son fundamentales en esa lucha.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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El regreso a clases nos encuentra, una vez más, en tiempos de crisis. Con las ciudades en alerta roja, los casos aumentando y las vacunas todavía a semanas de aterrizar en el país, la recomendación ha sido continuar en clases virtuales. Se trata de una medida necesaria tanto para colegios como universidades, viendo las tasas de ocupación de las unidades de cuidados intensivos (UCI). Sin embargo, es momento de reconocer que el país no tiene la suficiente infraestructura para la virtualidad y que los niños, niñas y adolescentes se han visto muy afectados por la ausencia de un buen modelo educativo. No hay que darle vueltas al asunto: tenemos que encontrar la manera de recuperar la presencialidad lo más pronto posible.
A estas alturas de la pandemia ya tenemos suficiente conocimiento. En un artículo publicado a finales del año pasado por la revista Nature, se concluía que “los datos recolectados globalmente han mostrado que las escuelas pueden abrir de manera segura cuando la transmisión comunitaria del virus es baja”. Por supuesto, lo clave en esa frase es la “transmisión comunitaria”, que en Colombia está por las nubes en este momento. Sin embargo, el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades advierte: “Hay un consenso general de que la decisión de cerrar escuelas para controlar la pandemia del COVID-19 debe usarse como último recurso. Los impactos negativos a nivel físico, de salud mental y educativo que tienen los cierres en los niños, así como el impacto económico en la sociedad, pesan más que los beneficios”.
En síntesis: cerrar los colegios produce consecuencias nefastas. La virtualidad, tal y como la tenemos organizada en este momento, no es suficiente para suplir las deficiencias que surgen.
Los niños, niñas y adolescentes están frustrados. Su salud mental se ha deteriorado. La ausencia de contacto social afecta directamente su desarrollo. Además, el cierre de los colegios impone cargas lesivas sobre los padres. A medida que nos acercamos a cumplir un año en la virtualidad, la acumulación de estos efectos no puede pasar inadvertida.
El Centro Europeo ha encontrado, a partir de sus estudios en todo el continente, que “si se aplican medidas apropiadas en los colegios para reducir la posibilidad de propagación del virus, es poco probable que los ambientes escolares cumplan un rol sustancial en la transmisión. Más importante aún, las escuelas son una parte esencial de la sociedad y de las vidas de los niños y niñas”. Todos los esfuerzos deben concentrarse, entonces, en el regreso gradual.
La secretaria de Educación del Distrito, Edna Bonilla, comparte esa idea a futuro, aunque por ahora se decretó la virtualidad en Bogotá. Hablando con El Tiempo, dijo que “este año vamos a tener que mezclar estrategias para que los niños tengan su espacio físico de educación. Por eso, seguimos trabajando en esa reapertura gradual, progresiva y segura. La presencialidad implica reparaciones. Ya tenemos 153 intervenciones en 109 sedes para priorizar la reapertura. Tenemos también unas reparaciones locativas en baños, cubiertas y mejoramientos en 110 sedes. Compramos implementos de bioseguridad para los maestros y los niños. Tenemos 1,1 millones de tapabocas comprados para entregar”.
Son inversiones necesarias. En este año el reto será contener la pandemia sin seguir afectando la salud mental y física de los estudiantes. Las instituciones educativas son fundamentales en esa lucha.
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