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Terminó el racionamiento en Bogotá y la mayor pregunta es si, por fin, aprendimos lecciones que nos garanticen un futuro alejado de la crisis. Más allá de los detalles particulares sobre si era el momento o no para levantarlo, el hartazgo de las personas muestra la dificultad de tomar medidas de emergencia en temas tan delicados como el agua. Entonces, el gran reto, para esta alcaldía, este Gobierno nacional y todos los que sigan a ambos es cómo vamos a enfrentar de manera apropiada la emergencia climática. Es fácil predecir que volveremos a necesitar racionamiento y que los ciclos de lluvia seguirán alterados por el cambio del clima; la pregunta es, entre lo que sí podemos controlar, ¿tendremos voluntad política y capacidad de planeación a mediano y largo plazo?
Un año duró el racionamiento en Bogotá, Mosquera, La Calera, Chía, Cajicá, Sopó, Gachancipá, Tocancipá, Soacha, Funza, Madrid y Cota. Empezó tarde, causó polémica y ahora hay quienes dicen que termina antes de tiempo, pero hay cifras que permiten que la Alcaldía saque pecho. En este período se ahorraron 46′563.898 metros cúbicos, unas 18.625 piscinas olímpicas. Más importante aún, el embalse de Chuza tiene acumulados 10′500.000 metros cúbicos y el sistema Chingaza está en un 40 % de su capacidad. Es decir, estamos lejos del crítico 17 % al que llegamos, el más bajo en la historia de la ciudad, que despertó a las autoridades. Sin embargo, también es evidente que estamos lejos de vivir una situación idónea.
Lo dijo la ministra de Ambiente, Lena Estrada, quien explicó que “el desabastecimiento de agua en Bogotá será una situación reincidente que requiere medidas estructurales más allá de aumentar la captación de agua en la cuenca alta del río Bogotá”. En el Distrito piensan lo mismo. De hecho, es difícil encontrar alguien en la capital del país que no esté alarmado por nuestra falta de preparación. En varios artículos publicados por El Espectador la semana pasada, voces de distintas orillas apuntan a la importancia de tomarnos en serio la crisis del agua. Todos parecen estar de acuerdo en que la ciudadanía despertó, pero, cada uno con sus propios matices, también hay una decepción ante la falta de claridad sobre qué se puede hacer.
¿Entonces, qué necesitamos? Nos inclinamos a pensar que es una combinación de todas las propuestas sobre la mesa. Sí, hay que aumentar la capacidad de captación y almacenamiento, hay que mejorar las redes de abastecimiento para reducir las pérdidas, conseguir un pacto nacional y local independiente de la política de quienes estén en la Casa de Nariño y en el Palacio Liévano, resignificar la relación con la naturaleza, recuperar las campañas ambiciosas de pedagogía ciudadana que se hicieron en los años 90 y tener mecanismos de alertas tempranas que se activen y lleven a actuaciones urgentes. Y probablemente hay que hacer mucho más. El punto es que el agua necesita estar en el centro del debate público y de la construcción de ciudad y de nación.
Lo escribió Alexánder Marín Correa, editor de Bogotá de El Espectador: “Más allá de lo que se vivió, el golpe de realidad para la capital fue claro: el agua es un recurso finito, que la administración debe garantizar y la ciudadanía cuidar”. Ahora que lo tenemos presente, ¿lo haremos?
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