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Las democracias liberales parecen estar despertando a la amenaza que representa una aplicación en apariencia inofensiva. Esta semana cierra con el anuncio del Departamento de Justicia de los Estados Unidos de estar investigando a ByteDance, la empresa dueña de TikTok, la aplicación que tiene más de 1.000 millones de usuarios en todo el mundo (y es muy popular en Colombia, cabe agregar). Joe Biden, presidente del país del norte, amenazó con prohibir la aplicación si no hay un cambio en sus dueños. El Reino Unido, Canadá, la rama ejecutiva de la Unión Europea y el Parlamento de Nueva Zelanda han prohibido que sus funcionarios la tengan instalada. TikTok se defiende diciendo que todo se trata de un teatro político y el Gobierno chino también denuncia a Occidente de persecución. Los apologistas del régimen dictatorial de Xi Jinping ven el debate como algo ridículo, pero las preguntas que plantea esta discusión son profundas.
Esto es lo que está probado: ByteDance aceptó que sus empleados accedieron a los datos de periodistas que estaban investigando a TikTok y, a través de la aplicación, pudieron mapear dónde vivían y quiénes eran sus contactos. También sabemos que China tiene leyes que permiten al Gobierno del Partido Comunista acceder a los datos de cualquier empresa que sea de propietarios chinos y que el mismo partido tiene lazos con los dueños de TikTok. Para terminar, la aplicación, igual que otras de origen chino como Kwai, tiene sistemas de moderación opacos que censuran los discursos que vayan en contravía de los intereses globales del partido de Xi Jinping.
Ahora, lo que no sabemos es cómo más se ha utilizado el acceso que TikTok ha tenido a los datos de sus más de 1.000 millones de usuarios. Pero hay razones para la sospecha. Mientras aplicaciones como Facebook y Twitter han enfrentado debates globales que las han llevado, a regañadientes, a ser más transparentes sobre sus métodos de moderación de contenido, TikTok se ha mantenido al margen, protegida por su popularidad y su origen. Por eso hay una pregunta esencial: cuando el debate público se hace en esas redes privadas, ¿cómo deben reaccionar las democracias?
La respuesta a la que parecen dirigirse varios países es la prohibición, pero eso abre otra duda. ¿Cómo puede un país libre y con derecho a la libertad de expresión censurar de plano una aplicación utilizada por millones de creadores de contenido? Claro, China hace lo mismo. De hecho, la versión de TikTok que se utiliza en nuestros países está prohibida en China continental, por su influencia sobre niños y adolescentes. El régimen de Xi Jinping además impone estrictas reglas sobre los discursos que está permitido difundir en cualquier red social. Pero, de nuevo, nuestras democracias no son equivalentes al autoritarismo chino. Entonces, ¿cómo reaccionar al espionaje? Una respuesta puede estar en algo que han bloqueado las aplicaciones occidentales: leyes de privacidad y uso de datos mucho más estrictas, que empoderen a los usuarios y se tomen en serio los derechos humanos digitales. Sin embargo, parece que la discusión no se dará, pues nos la pasamos entre la indiferencia por el tema, como en Colombia, y la prohibición, como en Estados Unidos.
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