Tiempos de Bicentenario
TERMINADA LA FIEBRE DEL MUNdial, comienza la fiebre del Bicentenario.
El Espectador
Con bombos y platillos se están celebrando los 200 años de nuestra primera independencia. Un evento significativo en nuestra historia y una fiesta que da para recordar. Desde hace dos años viene el gobierno planeando esta celebración, que desde el primer día se ha hecho sentir. “Más de mi tierra, más de mi identidad”, dice el himno del Bicentenario, que marca ya seis meses de memoria. Fiestas, exposiciones, obras, documentales, presentaciones, revistas, conversatorios, películas y libros hacen parte de la vuelta al pasado que ha cubierto al país con su historia.
Son muchos los eventos para destacar y alto el número de participantes. Sin embargo, antes que cualquier otro frente, el norte de la celebración han sido los jóvenes. Con el bicentenario se ha buscado que las nuevas generaciones sientan la historia y retomen su interés hacia ella. La creación de los perfiles de los próceres en Facebook y Twitter, las presentaciones didácticas y la festividad del evento han logrado, como lo pretendía el primer mandatario, que “vibre el alma de los compatriotas”. Y todo parece que lo van a lograr. El concierto programado para el 20 de julio en la Plaza de Bolívar se anuncia como el apogeo de la fiesta.
Sin embargo, el calor de la celebración no debería nublar su propósito. El bicentenario, antes que una celebración es una conmemoración, como lo ha explicado varias veces en sus columnas de opinión el historiador Eduardo Posada Carbó. Si bien es cierto que hay asuntos difíciles, acaso tediosos y complicados de nuestro pasado, dejarlos de lado es escapar de lo que somos. Estas fechas son momento de reflexión obligada y el reto, más que divertir, es obligar a conocer. Hay una tendencia a considerar que la educación debe entretener, pero la realidad es que formar es una tarea ardua, en especial cuando se forma un pensamiento capaz de ser crítico con el presente. La educación está lejos de ser recreativa. De hecho, si aprender fuera tan fácil, esfuerzos como la conmemoración bicentenaria no tendrían cabida.
No se dice con esto que no existan durante la celebración varios espacios de reflexión. Lo que se sugiere es que aunque esté bienvenida la fiesta, no se debe perder el sentido de la misma. En especial cuando hay quienes sostienen que la independencia fue un movimiento educativo y cultural, antes que político y militar. Las transformaciones sociales comienzan con un cambio de perspectiva. Y el Bicentenario es un escenario ideal para ampliar la mirada. Cada vez son menos los espacios para la formación de ciudadanos y ésta no es una oportunidad que deba desaprovecharse. Menos aun cuando los colegios han abandonado la enseñanza memorística para asumir una por competencias.
Es fundamental, entonces, que todos tengamos presente cómo fue que llegamos a donde estamos, qué es lo que tenemos en común con las otras independencias y qué puede aprenderse de tanta sangre derramada, es cierto, pero también de tantos años de vida republicana. No podemos olvidar el destino de los indígenas y afrodescendientes, ni las exclusiones que enfrentaron las mujeres. Tampoco debemos dejar de recordar las muertes dudosas, los magnicidios y las conspiraciones. Ni el hecho de que España, a pesar de los esfuerzos por celebrar conjuntamente la independencia de sus antiguas colonias, les niegue la entrada a aquellos que, sobre el papel, comparten su sangre.
Con bombos y platillos se están celebrando los 200 años de nuestra primera independencia. Un evento significativo en nuestra historia y una fiesta que da para recordar. Desde hace dos años viene el gobierno planeando esta celebración, que desde el primer día se ha hecho sentir. “Más de mi tierra, más de mi identidad”, dice el himno del Bicentenario, que marca ya seis meses de memoria. Fiestas, exposiciones, obras, documentales, presentaciones, revistas, conversatorios, películas y libros hacen parte de la vuelta al pasado que ha cubierto al país con su historia.
Son muchos los eventos para destacar y alto el número de participantes. Sin embargo, antes que cualquier otro frente, el norte de la celebración han sido los jóvenes. Con el bicentenario se ha buscado que las nuevas generaciones sientan la historia y retomen su interés hacia ella. La creación de los perfiles de los próceres en Facebook y Twitter, las presentaciones didácticas y la festividad del evento han logrado, como lo pretendía el primer mandatario, que “vibre el alma de los compatriotas”. Y todo parece que lo van a lograr. El concierto programado para el 20 de julio en la Plaza de Bolívar se anuncia como el apogeo de la fiesta.
Sin embargo, el calor de la celebración no debería nublar su propósito. El bicentenario, antes que una celebración es una conmemoración, como lo ha explicado varias veces en sus columnas de opinión el historiador Eduardo Posada Carbó. Si bien es cierto que hay asuntos difíciles, acaso tediosos y complicados de nuestro pasado, dejarlos de lado es escapar de lo que somos. Estas fechas son momento de reflexión obligada y el reto, más que divertir, es obligar a conocer. Hay una tendencia a considerar que la educación debe entretener, pero la realidad es que formar es una tarea ardua, en especial cuando se forma un pensamiento capaz de ser crítico con el presente. La educación está lejos de ser recreativa. De hecho, si aprender fuera tan fácil, esfuerzos como la conmemoración bicentenaria no tendrían cabida.
No se dice con esto que no existan durante la celebración varios espacios de reflexión. Lo que se sugiere es que aunque esté bienvenida la fiesta, no se debe perder el sentido de la misma. En especial cuando hay quienes sostienen que la independencia fue un movimiento educativo y cultural, antes que político y militar. Las transformaciones sociales comienzan con un cambio de perspectiva. Y el Bicentenario es un escenario ideal para ampliar la mirada. Cada vez son menos los espacios para la formación de ciudadanos y ésta no es una oportunidad que deba desaprovecharse. Menos aun cuando los colegios han abandonado la enseñanza memorística para asumir una por competencias.
Es fundamental, entonces, que todos tengamos presente cómo fue que llegamos a donde estamos, qué es lo que tenemos en común con las otras independencias y qué puede aprenderse de tanta sangre derramada, es cierto, pero también de tantos años de vida republicana. No podemos olvidar el destino de los indígenas y afrodescendientes, ni las exclusiones que enfrentaron las mujeres. Tampoco debemos dejar de recordar las muertes dudosas, los magnicidios y las conspiraciones. Ni el hecho de que España, a pesar de los esfuerzos por celebrar conjuntamente la independencia de sus antiguas colonias, les niegue la entrada a aquellos que, sobre el papel, comparten su sangre.