En la Navidad de 1914, en plena Primera Guerra Mundial, ocurrió un acontecimiento que desafió la lógica del conflicto. En las trincheras del frente occidental, soldados alemanes y británicos se dieron una tregua no oficial. Fue un alto al fuego espontáneo. Intercambiaron saludos, regalos y hasta jugaron partidos de fútbol. En medio del frío, del barro y de los alambres de púas, el conflicto quedó suspendido, aunque solo por unas horas, recordando que, incluso en las circunstancias más adversas, la humanidad puede superar sus diferencias.
La política colombiana no es una guerra, pero a menudo la polarización lleva a que consideremos al otro como “un enemigo”. Los desacuerdos se llevan a niveles personales, como si las diferencias en ideas justificaran descalificar al otro como ser humano. Por eso, en este diciembre, en El Espectador propusimos nuestra propia “Tregua de Navidad”. Invitamos a líderes políticos de diversas orillas y a nuestros columnistas a reconocer algo valioso en aquellos con quienes usualmente están en desacuerdo e, incluso, en confrontación. El propósito no es desconocer las diferencias ni relativizar las posturas, sino hacer una pausa para despersonalizar los debates. En la política se combaten ideas, no personas.
¿Por qué es importante este ejercicio? Porque en una democracia, la oposición no es el enemigo, sino un contrapeso necesario. Sin embargo, la retórica de confrontación permanente ha oscurecido esta premisa, fomentando odios que, lejos de enriquecer el debate, lo empobrecen. Algunos líderes declinaron la invitación porque consideraban que este ejercicio podría perjudicarles políticamente, temiendo que se interpretara como debilidad o traición a su partido, más aún cuando se calientan próximas elecciones. Esto demuestra lo complejo que sigue siendo construir espacios para el diálogo y la reconciliación en un entorno donde se suele premiar la polarización. No juzgamos esa decisión, pero aplaudimos a quienes aceptaron el reto. Al compartir anécdotas personales, gestos significativos o cualidades de quienes sostienen posturas contrarias, los participantes de este especial nos invitan a ver el lado humano de las diferencias. En un contexto como el nuestro, en el que las redes sociales amplifican los ataques personales y las cámaras priorizan la pelea, este tipo de historias son un respiro necesario para un país golpeado.
No pretendemos ser ingenuos. La política también da cuenta de las peores bajezas. No se trata de exigir reconciliaciones imposibles ni negar los daños que ciertos discursos o proyectos causan. Se trata, más bien, de invitar a una pausa que permita reflexionar sobre el valor de las relaciones humanas, incluso en los entornos más tensos.
Es cierto que una tregua de Navidad no cambia el curso de una guerra, pero puede cambiar la percepción de quienes la viven. En ese breve alto al fuego de 1914, los soldados volvieron a sus trincheras recordando que el rival no era tan diferente como creían. Quizás este diciembre, quienes acepten nuestra invitación y, esperamos, también nuestros lectores, descubran algo similar.
Lea todas las columnas del especial aquí.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.
En la Navidad de 1914, en plena Primera Guerra Mundial, ocurrió un acontecimiento que desafió la lógica del conflicto. En las trincheras del frente occidental, soldados alemanes y británicos se dieron una tregua no oficial. Fue un alto al fuego espontáneo. Intercambiaron saludos, regalos y hasta jugaron partidos de fútbol. En medio del frío, del barro y de los alambres de púas, el conflicto quedó suspendido, aunque solo por unas horas, recordando que, incluso en las circunstancias más adversas, la humanidad puede superar sus diferencias.
La política colombiana no es una guerra, pero a menudo la polarización lleva a que consideremos al otro como “un enemigo”. Los desacuerdos se llevan a niveles personales, como si las diferencias en ideas justificaran descalificar al otro como ser humano. Por eso, en este diciembre, en El Espectador propusimos nuestra propia “Tregua de Navidad”. Invitamos a líderes políticos de diversas orillas y a nuestros columnistas a reconocer algo valioso en aquellos con quienes usualmente están en desacuerdo e, incluso, en confrontación. El propósito no es desconocer las diferencias ni relativizar las posturas, sino hacer una pausa para despersonalizar los debates. En la política se combaten ideas, no personas.
¿Por qué es importante este ejercicio? Porque en una democracia, la oposición no es el enemigo, sino un contrapeso necesario. Sin embargo, la retórica de confrontación permanente ha oscurecido esta premisa, fomentando odios que, lejos de enriquecer el debate, lo empobrecen. Algunos líderes declinaron la invitación porque consideraban que este ejercicio podría perjudicarles políticamente, temiendo que se interpretara como debilidad o traición a su partido, más aún cuando se calientan próximas elecciones. Esto demuestra lo complejo que sigue siendo construir espacios para el diálogo y la reconciliación en un entorno donde se suele premiar la polarización. No juzgamos esa decisión, pero aplaudimos a quienes aceptaron el reto. Al compartir anécdotas personales, gestos significativos o cualidades de quienes sostienen posturas contrarias, los participantes de este especial nos invitan a ver el lado humano de las diferencias. En un contexto como el nuestro, en el que las redes sociales amplifican los ataques personales y las cámaras priorizan la pelea, este tipo de historias son un respiro necesario para un país golpeado.
No pretendemos ser ingenuos. La política también da cuenta de las peores bajezas. No se trata de exigir reconciliaciones imposibles ni negar los daños que ciertos discursos o proyectos causan. Se trata, más bien, de invitar a una pausa que permita reflexionar sobre el valor de las relaciones humanas, incluso en los entornos más tensos.
Es cierto que una tregua de Navidad no cambia el curso de una guerra, pero puede cambiar la percepción de quienes la viven. En ese breve alto al fuego de 1914, los soldados volvieron a sus trincheras recordando que el rival no era tan diferente como creían. Quizás este diciembre, quienes acepten nuestra invitación y, esperamos, también nuestros lectores, descubran algo similar.
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