El cambio en las fuerzas del Congreso, que celebramos por prometer renovación hace un par de años, no se ha visto reflejado en las estrategias frustrantes del día a día de la labor legislativa. El Gobierno, impulsado por la amplia experiencia en ese tipo de herramientas que tiene el ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, ha optado por buscar el pupitrazo y frenar discusiones importantes. Un sector de la oposición, mientras tanto, se acostumbró a romper cuórums y retrasar debates, utilizando un filibusterismo criollo que, aunque no es ilegal, sí demuestra un irrespeto por la voluntad de las mayorías en el Congreso y por el deber de enfrentar los debates con integridad. ¿Es imposible aspirar a un mejor comportamiento de los congresistas?
Hoy y mañana, últimos dos días de esta legislatura, el Gobierno y la oposición se juegan los últimos cartuchos de unos meses agitados. El oficialismo llega con cierto desespero, pues sus reformas están en mora de ser aprobadas, pero lo llamativo es que la estrategia adoptada haya sido similar a la empleada por gobiernos pasados: buscar aplastar con pupitrazos los debates importantes que se adelantaban. El ejemplo claro es lo que ocurrió con la reforma pensional. Un hito histórico y un gran triunfo para el presidente Petro puede chocarse en la Corte Constitucional con la “jugadita” que hicieron en el último debate. La decisión fue ignorar todas las modificaciones y propuestas realizadas y acoger, sin mayor discusión, lo aprobado en el Senado. Incluso si el resultado es deseable para el país, la estrategia empleada deja mucho que desear de un Congreso deliberante.
Algo similar ocurrió el lunes con la moción de censura al ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo. Citado por el Congreso, la actitud del funcionario fue de pasmosa arrogancia. A propósito del modelo de salud de los maestros, que ha generado denuncias recolectadas por El Espectador, el ministro fue directo: “Yo no tengo que responder cuando desafortunadamente el acta por la cual yo fui citado no llenaba una décima parte de los integrantes de la Cámara. Además, hay una falsa motivación, porque (...) yo no soy el que implementa, la que implementa es la fiduciaria”. Mientras tanto, representantes oficialistas hicieron lo posible por no debatir sino sabotear la convocatoria de un servidor público. Lo que hay que ver: un Congreso que evade la deliberación y cree que rendirle cuentas al país no es una responsabilidad permanente.
Lo decepcionante de esas “jugaditas”, que le hacen eco a la infame movida del exsenador Ernesto Macías en su momento, es que las mayorías en el Congreso actual fueron elegidas bajo un discurso de renovación. Tampoco le queda bien al Gobierno adoptar ese tipo de estrategias y, al mismo tiempo, fomentar un discurso de cambio.
Ahora, si en el oficialismo llueve, en la oposición no escampa. El afán en estos días se debe a que durante meses las fuerzas minoritarias usaron tácticas bajas para retrasar las discusiones. Tener que rogar a los congresistas para que no abandonen el recinto del Congreso es una traición a sus funciones. Romper el cuórum es huirle al debate, entorpecer la democracia y sembrar la idea de que el Congreso solo existe para obstaculizar. Eso es peligroso.
Necesitamos un Gobierno y una oposición dispuestos a honrar el alto estándar que se espera de ellos. Eso implica abandonar las “jugaditas” y dar los debates de cara al país. ¿Será posible?
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El cambio en las fuerzas del Congreso, que celebramos por prometer renovación hace un par de años, no se ha visto reflejado en las estrategias frustrantes del día a día de la labor legislativa. El Gobierno, impulsado por la amplia experiencia en ese tipo de herramientas que tiene el ministro del Interior, Luis Fernando Velasco, ha optado por buscar el pupitrazo y frenar discusiones importantes. Un sector de la oposición, mientras tanto, se acostumbró a romper cuórums y retrasar debates, utilizando un filibusterismo criollo que, aunque no es ilegal, sí demuestra un irrespeto por la voluntad de las mayorías en el Congreso y por el deber de enfrentar los debates con integridad. ¿Es imposible aspirar a un mejor comportamiento de los congresistas?
Hoy y mañana, últimos dos días de esta legislatura, el Gobierno y la oposición se juegan los últimos cartuchos de unos meses agitados. El oficialismo llega con cierto desespero, pues sus reformas están en mora de ser aprobadas, pero lo llamativo es que la estrategia adoptada haya sido similar a la empleada por gobiernos pasados: buscar aplastar con pupitrazos los debates importantes que se adelantaban. El ejemplo claro es lo que ocurrió con la reforma pensional. Un hito histórico y un gran triunfo para el presidente Petro puede chocarse en la Corte Constitucional con la “jugadita” que hicieron en el último debate. La decisión fue ignorar todas las modificaciones y propuestas realizadas y acoger, sin mayor discusión, lo aprobado en el Senado. Incluso si el resultado es deseable para el país, la estrategia empleada deja mucho que desear de un Congreso deliberante.
Algo similar ocurrió el lunes con la moción de censura al ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo. Citado por el Congreso, la actitud del funcionario fue de pasmosa arrogancia. A propósito del modelo de salud de los maestros, que ha generado denuncias recolectadas por El Espectador, el ministro fue directo: “Yo no tengo que responder cuando desafortunadamente el acta por la cual yo fui citado no llenaba una décima parte de los integrantes de la Cámara. Además, hay una falsa motivación, porque (...) yo no soy el que implementa, la que implementa es la fiduciaria”. Mientras tanto, representantes oficialistas hicieron lo posible por no debatir sino sabotear la convocatoria de un servidor público. Lo que hay que ver: un Congreso que evade la deliberación y cree que rendirle cuentas al país no es una responsabilidad permanente.
Lo decepcionante de esas “jugaditas”, que le hacen eco a la infame movida del exsenador Ernesto Macías en su momento, es que las mayorías en el Congreso actual fueron elegidas bajo un discurso de renovación. Tampoco le queda bien al Gobierno adoptar ese tipo de estrategias y, al mismo tiempo, fomentar un discurso de cambio.
Ahora, si en el oficialismo llueve, en la oposición no escampa. El afán en estos días se debe a que durante meses las fuerzas minoritarias usaron tácticas bajas para retrasar las discusiones. Tener que rogar a los congresistas para que no abandonen el recinto del Congreso es una traición a sus funciones. Romper el cuórum es huirle al debate, entorpecer la democracia y sembrar la idea de que el Congreso solo existe para obstaculizar. Eso es peligroso.
Necesitamos un Gobierno y una oposición dispuestos a honrar el alto estándar que se espera de ellos. Eso implica abandonar las “jugaditas” y dar los debates de cara al país. ¿Será posible?
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