Armando Benedetti, mano derecha de Gustavo Petro durante la campaña presidencial y ahora embajador de Colombia en Venezuela, ha mostrado una preocupante cercanía con el chavismo y la dictadura de Nicolás Maduro. En lugar de actuar como un diplomático prudente, defensor de la democracia y conocedor de la relación compleja con el país al que fue a representarnos, el embajador no pierde oportunidad para hablar mal de la oposición a Nicolás Maduro y restarles importancia a los crímenes de lesa humanidad de la dictadura. Si hay sospechas de que el Gobierno de Gustavo Petro oculta afinidades profundas por el régimen autoritario, el embajador es una de las principales razones.
Hablando con el medio Efecto Cocuyo y refiriéndose a Juan Guaidó, líder opositor, Benedetti dijo: “Cuando yo llegué aquí a Caracas yo dije que vi que él no era nadie. Y como siempre me pareció un pendejo, no ahora, sino de cuando era senador”. Después de que se armara un escándalo, el embajador ofreció una disculpa no disculpa, con un desdén retórico que hace evidentes sus preferencias políticas: “Si hay que pedir excusas a la oposición, se piden y al mismo Guaidó. Es una mala forma de expresarme”, dijo. De diplomacia, poco.
El ataque a Guaidó y a la oposición venezolana no es ni siquiera la declaración más preocupante del embajador en la charla con Efecto Cocuyo. “No quiero defender a Maduro”, dijo, “pero en mi país, Colombia, hay más violaciones de derechos humanos que en Venezuela”. ¿Quiere decir entonces que el embajador colombiano en Venezuela cree que la Corte Penal Internacional debería abrir un proceso contra nuestro país, así como lo ha hecho contra el régimen de Maduro? ¿Cree, acaso, que los hallazgos terribles de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU sobre ejecuciones extrajudiciales y persecución a la oposición política en Venezuela no merecen protestas? ¿Y ve el embajador en el sistema judicial cooptado, en la Asamblea Nacional Constituyente chavista y en las elecciones cuestionadas a escala internacional un motivo de orgullo, comparable con lo que ha ocurrido en Colombia?
El Gobierno Petro está haciendo un acto de balanceo delicado al reabrir relaciones diplomáticas con Venezuela, pero al elegir embajador parece haber privilegiado un político experto en la retórica tirapiedra, poco hábil para reconocer la complejidad de su cargo. Es eso o en realidad el Gobierno considera que la dictadura de Maduro merece todos esos apoyos velados que está enviando nuestro representante en ese país. Lo que sería extraño, pues hace poco, en Caracas, el presidente Petro aprovechó para hablar de democracia y hacer exigencias al régimen.
El embajador debe recordar que ya no está en campaña política ni en el Congreso de la República, que su rol es representar al Estado colombiano y los valores que defiende nuestra Constitución. Su labor, que es esencial en la estrategia de política exterior del Gobierno, no puede asumirse de manera tan errática.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Armando Benedetti, mano derecha de Gustavo Petro durante la campaña presidencial y ahora embajador de Colombia en Venezuela, ha mostrado una preocupante cercanía con el chavismo y la dictadura de Nicolás Maduro. En lugar de actuar como un diplomático prudente, defensor de la democracia y conocedor de la relación compleja con el país al que fue a representarnos, el embajador no pierde oportunidad para hablar mal de la oposición a Nicolás Maduro y restarles importancia a los crímenes de lesa humanidad de la dictadura. Si hay sospechas de que el Gobierno de Gustavo Petro oculta afinidades profundas por el régimen autoritario, el embajador es una de las principales razones.
Hablando con el medio Efecto Cocuyo y refiriéndose a Juan Guaidó, líder opositor, Benedetti dijo: “Cuando yo llegué aquí a Caracas yo dije que vi que él no era nadie. Y como siempre me pareció un pendejo, no ahora, sino de cuando era senador”. Después de que se armara un escándalo, el embajador ofreció una disculpa no disculpa, con un desdén retórico que hace evidentes sus preferencias políticas: “Si hay que pedir excusas a la oposición, se piden y al mismo Guaidó. Es una mala forma de expresarme”, dijo. De diplomacia, poco.
El ataque a Guaidó y a la oposición venezolana no es ni siquiera la declaración más preocupante del embajador en la charla con Efecto Cocuyo. “No quiero defender a Maduro”, dijo, “pero en mi país, Colombia, hay más violaciones de derechos humanos que en Venezuela”. ¿Quiere decir entonces que el embajador colombiano en Venezuela cree que la Corte Penal Internacional debería abrir un proceso contra nuestro país, así como lo ha hecho contra el régimen de Maduro? ¿Cree, acaso, que los hallazgos terribles de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU sobre ejecuciones extrajudiciales y persecución a la oposición política en Venezuela no merecen protestas? ¿Y ve el embajador en el sistema judicial cooptado, en la Asamblea Nacional Constituyente chavista y en las elecciones cuestionadas a escala internacional un motivo de orgullo, comparable con lo que ha ocurrido en Colombia?
El Gobierno Petro está haciendo un acto de balanceo delicado al reabrir relaciones diplomáticas con Venezuela, pero al elegir embajador parece haber privilegiado un político experto en la retórica tirapiedra, poco hábil para reconocer la complejidad de su cargo. Es eso o en realidad el Gobierno considera que la dictadura de Maduro merece todos esos apoyos velados que está enviando nuestro representante en ese país. Lo que sería extraño, pues hace poco, en Caracas, el presidente Petro aprovechó para hablar de democracia y hacer exigencias al régimen.
El embajador debe recordar que ya no está en campaña política ni en el Congreso de la República, que su rol es representar al Estado colombiano y los valores que defiende nuestra Constitución. Su labor, que es esencial en la estrategia de política exterior del Gobierno, no puede asumirse de manera tan errática.
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