Un nuevo escenario en el Congreso
Colombia ya eligió a quienes serán sus nuevos representantes en Cámara y Senado para los próximos cuatro años. ‘El Congreso de la paz’ lo llamaban algunos hace poco. Lo sigue siendo.
El Espectador
Por sus manos deberá pasar no sólo la aprobación del eventual acuerdo al que se llegue al final del proceso que hoy está en discusión en La Habana, sino también todas las leyes que regirán un eventual posconflicto con la guerrilla de las Farc.
El uribismo, que fue el hecho político de la jornada y será fuerza decisiva en el Legislativo, dijo en su momento (y hay que darles crédito a sus palabras) que apoya la paz. Lo repitieron en sus mensajes de campaña. Pues llegó la hora de que lo cumplan. No ya en actitud de torpedear el proceso desde una cuenta en Twitter, sino en el escenario indicado, dando debates con altura, exponiendo puntos que, a juzgar por la votación de ayer, no estaban allí representados.
Para ese llamado ‘Congreso de la paz’ se nos antoja útil la llegada de un partido de derecha: ¿no es esta una fuerza fundamental para llegar a un acuerdo final que incluya todas las posturas? ¿Alguien puede suponer que un pacto de paz se podría hacer sin la inclusión de esa derecha, del expresidente Álvaro Uribe, masivamente votado ayer? Imposible.
Claro que un acuerdo de paz no es fácil. Y esta es una de las muchas pruebas que deberá afrontar este derecho consagrado en nuestra Constitución. Está bien que así sea. Aquí hay también un mensaje a La Habana de que la credibilidad de lo que allí se negocia no es tan fuerte, de que se debe avanzar en serio para convencer a más colombianos, de que el país no está dispuesto a la dilación o a acuerdos que no sean incluyentes.
La llegada del Centro Democrático al Congreso refleja, sin embargo, el peso inmenso e infranqueable que todavía tienen las figuras personales dentro de la democracia nuestra, que cree más en los hombres que en las ideas mismas: jalonados uno detrás de otro por el expresidente Uribe, los nuevos congresistas de ese partido no han dado muestras —al menos dicientes y concretas— de ser representantes de una derecha sofisticada que pueda dar los debates de altura que requiere este país. Esperamos estar equivocados y que nos sorprendan elevando el nivel de discusión con sus aportes.
La gran incógnita es cómo enfrentará el presidente Santos este nuevo Congreso, que ya no le servirá como apéndice, sino que gana fuerza como opositor de sus políticas. Sí, la coalición sigue siendo mayoría, pero es innegable que hay un contradictor que llega con fortaleza y que antes no existía allí. Sería lamentable, en ese escenario, que la manera de enfrentarlo fuera la de echar reversa para atraer esos votantes de cara a la reelección o, peor, la de alimentar el clientelismo para mantener los apoyos en el Congreso.
Antes bien, esta es una oportunidad para afinar las ideas y los proyectos de manera que se impongan en el debate de ideas que se avecina. Así tanto en la paz como en los demás asuntos. Y ojalá que la Unidad Nacional y sus opositores entiendan que esto no es un juego de poder, sino un país entero por el que tienen que poner la cara. Que los insultos y las vacuas difamaciones se transformen en algo mucho más productivo.
Finalmente, y como siempre, queda el sinsabor de la abstención, que arrasó de nuevo en la contienda electoral. Aparte de algunas nuevas caras, la abstención permitió otra vez un poco más de lo mismo, de los representantes de los que tanto se queja la ciudadanía en la cotidianidad. Y eso desconcierta, viniendo, como venimos, de un país que se movilizó indignado contra esa inercia el año pasado. Si la indignación no lleva a la acción responsable para cambiar las cosas, de poco sirve. Esta vez, otra vez, nos quedamos en la quejadera.
Por sus manos deberá pasar no sólo la aprobación del eventual acuerdo al que se llegue al final del proceso que hoy está en discusión en La Habana, sino también todas las leyes que regirán un eventual posconflicto con la guerrilla de las Farc.
El uribismo, que fue el hecho político de la jornada y será fuerza decisiva en el Legislativo, dijo en su momento (y hay que darles crédito a sus palabras) que apoya la paz. Lo repitieron en sus mensajes de campaña. Pues llegó la hora de que lo cumplan. No ya en actitud de torpedear el proceso desde una cuenta en Twitter, sino en el escenario indicado, dando debates con altura, exponiendo puntos que, a juzgar por la votación de ayer, no estaban allí representados.
Para ese llamado ‘Congreso de la paz’ se nos antoja útil la llegada de un partido de derecha: ¿no es esta una fuerza fundamental para llegar a un acuerdo final que incluya todas las posturas? ¿Alguien puede suponer que un pacto de paz se podría hacer sin la inclusión de esa derecha, del expresidente Álvaro Uribe, masivamente votado ayer? Imposible.
Claro que un acuerdo de paz no es fácil. Y esta es una de las muchas pruebas que deberá afrontar este derecho consagrado en nuestra Constitución. Está bien que así sea. Aquí hay también un mensaje a La Habana de que la credibilidad de lo que allí se negocia no es tan fuerte, de que se debe avanzar en serio para convencer a más colombianos, de que el país no está dispuesto a la dilación o a acuerdos que no sean incluyentes.
La llegada del Centro Democrático al Congreso refleja, sin embargo, el peso inmenso e infranqueable que todavía tienen las figuras personales dentro de la democracia nuestra, que cree más en los hombres que en las ideas mismas: jalonados uno detrás de otro por el expresidente Uribe, los nuevos congresistas de ese partido no han dado muestras —al menos dicientes y concretas— de ser representantes de una derecha sofisticada que pueda dar los debates de altura que requiere este país. Esperamos estar equivocados y que nos sorprendan elevando el nivel de discusión con sus aportes.
La gran incógnita es cómo enfrentará el presidente Santos este nuevo Congreso, que ya no le servirá como apéndice, sino que gana fuerza como opositor de sus políticas. Sí, la coalición sigue siendo mayoría, pero es innegable que hay un contradictor que llega con fortaleza y que antes no existía allí. Sería lamentable, en ese escenario, que la manera de enfrentarlo fuera la de echar reversa para atraer esos votantes de cara a la reelección o, peor, la de alimentar el clientelismo para mantener los apoyos en el Congreso.
Antes bien, esta es una oportunidad para afinar las ideas y los proyectos de manera que se impongan en el debate de ideas que se avecina. Así tanto en la paz como en los demás asuntos. Y ojalá que la Unidad Nacional y sus opositores entiendan que esto no es un juego de poder, sino un país entero por el que tienen que poner la cara. Que los insultos y las vacuas difamaciones se transformen en algo mucho más productivo.
Finalmente, y como siempre, queda el sinsabor de la abstención, que arrasó de nuevo en la contienda electoral. Aparte de algunas nuevas caras, la abstención permitió otra vez un poco más de lo mismo, de los representantes de los que tanto se queja la ciudadanía en la cotidianidad. Y eso desconcierta, viniendo, como venimos, de un país que se movilizó indignado contra esa inercia el año pasado. Si la indignación no lleva a la acción responsable para cambiar las cosas, de poco sirve. Esta vez, otra vez, nos quedamos en la quejadera.