Una bienvenida transición
RECONFORTANTE PODER DECIR hoy que tenemos nuevo presidente de la República electo, el doctor Juan Manuel Santos Calderón.
El Espectador
Hace apenas unos meses, entre hecatombes, encrucijadas del alma y Estados de opinión, la posibilidad de asistir a la evolución natural del liderazgo político, propia de los sistemas democráticos sanos, no lucía nada clara. Esta corta pero intensa campaña electoral, que comenzó el día que la Corte Constitucional puso de presente la solidez institucional de nuestro país con su fallo sobre el referendo y que culminó ayer con el triunfo inobjetable y contundente de Juan Manuel Santos, ha sido, tal cual lo hemos dicho varias veces en este espacio, un ejemplo de madurez institucional de Colombia para América Latina.
Ha ganado, es cierto, el candidato que prometió la continuidad. Lo cual está bien si, como se ha visto a las claras con este proceso electoral, es una amplia mayoría de colombianos la que reconoce los avances de los últimos ocho años en el país bajo el mandato del presidente Uribe y quiere su continuidad. Eso es la democracia. Como también lo es el recambio en el liderazgo político que abre el espacio al análisis sereno de las políticas para poder mirarlas con sentido crítico o con ánimo de rectificación en donde haya que hacerlo. Una nueva cabeza y nuevas caras en el gabinete eran necesarias y son bienvenidas.
En ese sentido, la mayor votación en la historia, que obtuvo Juan Manuel Santos ayer, superior a las logradas por su antecesor en las pasadas dos elecciones, incluso con una abstención elevada, le imprime mayor frescura e independencia a su mandato. No estamos ante una especie de “testaferro” del presidente Uribe, sino ante un nuevo líder en la cabeza del gobierno que, si bien cimentado en el que termina, tiene el campo abierto para impulsar de manera autónoma su propuesta. “Uribe es Uribe y Santos es Santos”, había dicho el propio presidente electo al final de su campaña. Ayer el pueblo se lo ratificó con creces.
La primera muestra de que el continuismo no es una simple repetición está en el llamado de Juan Manuel Santos a hacer un gobierno de unidad nacional. Como ya lo hemos dicho, se trata de un paso necesario para esta sociedad tras ocho años en los que la polarización, cuando no la persecución al disenso, fueron norma. La manera elegante como el candidato enfrentó la campaña, en especial en el último tramo cuando su contendor intentó provocarlo en los debates, nos alienta a creer en la sinceridad de su propósito.
Confiamos, sí, y estaremos vigilantes, en que esa unidad nacional que se propone no termine convertida simplemente en un bonito nombre para una coalición de gobierno que imponga de manera avasallante las mayorías en el Legislativo y sepulte el control político en un Congreso con fuerzas de oposición bastante limitadas. Mucho menos, que con el rótulo de la unidad nacional se promueva un ambiente de impunidad frente a los procesos judiciales que avanzan contra numerosos miembros de los movimientos políticos que hasta hoy conforman dicha coalición. No sería una unidad de ese corte la que permita desarmar los espíritus y avanzar juntos hacia un mejor país.
Dentro de las muchas promesas del candidato ganador estuvo en el final de su campaña la promoción de un Estatuto de la Oposición, tantas veces aplazado. Aunque son muchas las propuestas, ojalá ésta no quede en el olvido ante el triunfo contundente, porque el control político, vaya si lo sabemos después de estos ocho años, es parte sustancial del buen gobierno que ha promulgado el presidente electo Santos en sus años de preparación para este momento.
Felicitaciones, pues, al nuevo presidente de la República. Nos alegra la renovación que su liderazgo implica y lo acompañamos desde ya en su propósito de unidad, con la independencia que bien sabe él es la esencia del buen periodismo.
Hace apenas unos meses, entre hecatombes, encrucijadas del alma y Estados de opinión, la posibilidad de asistir a la evolución natural del liderazgo político, propia de los sistemas democráticos sanos, no lucía nada clara. Esta corta pero intensa campaña electoral, que comenzó el día que la Corte Constitucional puso de presente la solidez institucional de nuestro país con su fallo sobre el referendo y que culminó ayer con el triunfo inobjetable y contundente de Juan Manuel Santos, ha sido, tal cual lo hemos dicho varias veces en este espacio, un ejemplo de madurez institucional de Colombia para América Latina.
Ha ganado, es cierto, el candidato que prometió la continuidad. Lo cual está bien si, como se ha visto a las claras con este proceso electoral, es una amplia mayoría de colombianos la que reconoce los avances de los últimos ocho años en el país bajo el mandato del presidente Uribe y quiere su continuidad. Eso es la democracia. Como también lo es el recambio en el liderazgo político que abre el espacio al análisis sereno de las políticas para poder mirarlas con sentido crítico o con ánimo de rectificación en donde haya que hacerlo. Una nueva cabeza y nuevas caras en el gabinete eran necesarias y son bienvenidas.
En ese sentido, la mayor votación en la historia, que obtuvo Juan Manuel Santos ayer, superior a las logradas por su antecesor en las pasadas dos elecciones, incluso con una abstención elevada, le imprime mayor frescura e independencia a su mandato. No estamos ante una especie de “testaferro” del presidente Uribe, sino ante un nuevo líder en la cabeza del gobierno que, si bien cimentado en el que termina, tiene el campo abierto para impulsar de manera autónoma su propuesta. “Uribe es Uribe y Santos es Santos”, había dicho el propio presidente electo al final de su campaña. Ayer el pueblo se lo ratificó con creces.
La primera muestra de que el continuismo no es una simple repetición está en el llamado de Juan Manuel Santos a hacer un gobierno de unidad nacional. Como ya lo hemos dicho, se trata de un paso necesario para esta sociedad tras ocho años en los que la polarización, cuando no la persecución al disenso, fueron norma. La manera elegante como el candidato enfrentó la campaña, en especial en el último tramo cuando su contendor intentó provocarlo en los debates, nos alienta a creer en la sinceridad de su propósito.
Confiamos, sí, y estaremos vigilantes, en que esa unidad nacional que se propone no termine convertida simplemente en un bonito nombre para una coalición de gobierno que imponga de manera avasallante las mayorías en el Legislativo y sepulte el control político en un Congreso con fuerzas de oposición bastante limitadas. Mucho menos, que con el rótulo de la unidad nacional se promueva un ambiente de impunidad frente a los procesos judiciales que avanzan contra numerosos miembros de los movimientos políticos que hasta hoy conforman dicha coalición. No sería una unidad de ese corte la que permita desarmar los espíritus y avanzar juntos hacia un mejor país.
Dentro de las muchas promesas del candidato ganador estuvo en el final de su campaña la promoción de un Estatuto de la Oposición, tantas veces aplazado. Aunque son muchas las propuestas, ojalá ésta no quede en el olvido ante el triunfo contundente, porque el control político, vaya si lo sabemos después de estos ocho años, es parte sustancial del buen gobierno que ha promulgado el presidente electo Santos en sus años de preparación para este momento.
Felicitaciones, pues, al nuevo presidente de la República. Nos alegra la renovación que su liderazgo implica y lo acompañamos desde ya en su propósito de unidad, con la independencia que bien sabe él es la esencia del buen periodismo.