Urbanizar la reserva
Expandirse hacia la sabana es inconveniente por su costo ambiental y de transporte. No obstante, eso no explica por qué se deben utilizar los terrenos de la reserva.
El Espectador
Con la llegada de Enrique Peñalosa a la Alcaldía de Bogotá es claro que se impondrá una nueva visión de ciudad que prioriza la urbanización sobre otras consideraciones. En la coyuntura actual de crecimiento poblacional, especialmente urbano, es apenas lógico pensar que la ciudad necesita construir más viviendas para desincentivar el llamado crecimiento “mancha de aceite” en las poblaciones cercanas, que es el más ineficiente y antiecológico posible. Sin embargo, los anuncios sobre la necesidad de construir dentro del territorio de la Reserva Forestal del Norte Thomas van der Hammen tienen, con justa causa, preocupados a los defensores de una ciudad sostenible. Justo en el año en que el paradigma de la relación entre los humanos y la naturaleza debe cambiar, impulsado por lo acordado en París, el Gobierno y la administración distrital parecen querer alejarse de los compromisos serios con el medioambiente.
El plan ambicioso de construcción de vivienda es necesario. Éste consiste en dos fases: la primera pretende construir 80.000 viviendas en los próximos dos años, destrabando algunos proyectos, y la segunda etapa pretende habilitar 15.000 hectáreas de suelo en el perímetro urbano, con el fin de adelantar el plan Ciudad Paz, con el cual se impulsarán tres proyectos: uno en el sur, que incluye expansión hacia Soacha y Mosquera; otro en el occidente, denominado Ciudad Río, cerca de la franja del río Bogotá, y Ciudad Norte, que busca urbanizar unas 5.000 hectáreas, de las cuales un porcentaje estaría en terrenos de la zona de conservación.
Sin conocerse el plan en concreto, el alcalde Peñalosa ha presentado sus argumentos. Según él, es preferible que 1,5 millones de habitantes vivan en 5.000 hectáreas del norte, cerca del transporte público, a ocupar 30.000 hectáreas sin transporte y 30 kilómetros más lejos. Cierto: la densificación debe ser el principal objetivo de cualquier proyecto de vivienda en la capital; expandirse hacia la sabana es inconveniente por su costo ambiental y de transporte. No obstante, eso no explica por qué se deben utilizar los terrenos de la reserva. ¿No sería más conveniente, por ejemplo, un crecimiento hacia las alturas alrededor de los corredores de transporte público existentes y futuros?
Dice el alcalde que “los cientos de miles de carros de millones de personas que tendrían que vivir 20+ km más lejos, serían desastrosos para tráfico y vida en Bogotá”, y que su plan genera más áreas verdes que las existentes. Sin conocer los detalles, de entrada es evidente que se está planteando una falsa tensión entre la preservación de la reserva y la urbanización de la sabana. ¿No hay más alternativas? ¿“Áreas verdes” es lo mismo que una reserva en un espacio estratégico por la conexión de los cerros con el río Bogotá, y la conectividad con las aguas de varios humedales, como lo determinaron los expertos que la declararon en su momento?
El desdén de la administración por la reserva se basa en que en ésta, dice el alcalde, “sólo hay potreros”. Es cierto que el territorio está en mayor medida controlado por privados y que su estado no es el ideal, pero eso se debe a que no se han implementado planes que recuperen ese terreno y lo lleven a su potencial de conservación. Además, como le dijo Julio Carrizosa a El Espectador, la estructura ecológica de la zona no depende de la cantidad de árboles nativos, la vegetación o la biodiversidad, sino de la interacción entre aguas lluvias y manantiales subterráneos.
Bogotá tiene muchos problemas que la nueva administración está intentando, de buena fe, solucionar. El tráfico y la disponibilidad de vivienda en una ciudad que tiende a crecer son temas esenciales que requieren acciones e inversiones sustanciales para darle viabilidad a la capital. Pero si algo han demostrado el fenómeno del Niño y las predicciones de los científicos, es que el principal reto para el futuro de cualquier ciudad es su sostenibilidad ambiental. En esa batalla, que por cierto empezamos tarde y vamos perdiendo, reservas como la Van der Hammen son aliados necesarios. Sería útil considerar otras opciones antes de decidir acabarla con el solo argumento de que sus terrenos no están en el estado ideal de conservación. La ciudad del futuro se lo agradecerá.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com
Con la llegada de Enrique Peñalosa a la Alcaldía de Bogotá es claro que se impondrá una nueva visión de ciudad que prioriza la urbanización sobre otras consideraciones. En la coyuntura actual de crecimiento poblacional, especialmente urbano, es apenas lógico pensar que la ciudad necesita construir más viviendas para desincentivar el llamado crecimiento “mancha de aceite” en las poblaciones cercanas, que es el más ineficiente y antiecológico posible. Sin embargo, los anuncios sobre la necesidad de construir dentro del territorio de la Reserva Forestal del Norte Thomas van der Hammen tienen, con justa causa, preocupados a los defensores de una ciudad sostenible. Justo en el año en que el paradigma de la relación entre los humanos y la naturaleza debe cambiar, impulsado por lo acordado en París, el Gobierno y la administración distrital parecen querer alejarse de los compromisos serios con el medioambiente.
El plan ambicioso de construcción de vivienda es necesario. Éste consiste en dos fases: la primera pretende construir 80.000 viviendas en los próximos dos años, destrabando algunos proyectos, y la segunda etapa pretende habilitar 15.000 hectáreas de suelo en el perímetro urbano, con el fin de adelantar el plan Ciudad Paz, con el cual se impulsarán tres proyectos: uno en el sur, que incluye expansión hacia Soacha y Mosquera; otro en el occidente, denominado Ciudad Río, cerca de la franja del río Bogotá, y Ciudad Norte, que busca urbanizar unas 5.000 hectáreas, de las cuales un porcentaje estaría en terrenos de la zona de conservación.
Sin conocerse el plan en concreto, el alcalde Peñalosa ha presentado sus argumentos. Según él, es preferible que 1,5 millones de habitantes vivan en 5.000 hectáreas del norte, cerca del transporte público, a ocupar 30.000 hectáreas sin transporte y 30 kilómetros más lejos. Cierto: la densificación debe ser el principal objetivo de cualquier proyecto de vivienda en la capital; expandirse hacia la sabana es inconveniente por su costo ambiental y de transporte. No obstante, eso no explica por qué se deben utilizar los terrenos de la reserva. ¿No sería más conveniente, por ejemplo, un crecimiento hacia las alturas alrededor de los corredores de transporte público existentes y futuros?
Dice el alcalde que “los cientos de miles de carros de millones de personas que tendrían que vivir 20+ km más lejos, serían desastrosos para tráfico y vida en Bogotá”, y que su plan genera más áreas verdes que las existentes. Sin conocer los detalles, de entrada es evidente que se está planteando una falsa tensión entre la preservación de la reserva y la urbanización de la sabana. ¿No hay más alternativas? ¿“Áreas verdes” es lo mismo que una reserva en un espacio estratégico por la conexión de los cerros con el río Bogotá, y la conectividad con las aguas de varios humedales, como lo determinaron los expertos que la declararon en su momento?
El desdén de la administración por la reserva se basa en que en ésta, dice el alcalde, “sólo hay potreros”. Es cierto que el territorio está en mayor medida controlado por privados y que su estado no es el ideal, pero eso se debe a que no se han implementado planes que recuperen ese terreno y lo lleven a su potencial de conservación. Además, como le dijo Julio Carrizosa a El Espectador, la estructura ecológica de la zona no depende de la cantidad de árboles nativos, la vegetación o la biodiversidad, sino de la interacción entre aguas lluvias y manantiales subterráneos.
Bogotá tiene muchos problemas que la nueva administración está intentando, de buena fe, solucionar. El tráfico y la disponibilidad de vivienda en una ciudad que tiende a crecer son temas esenciales que requieren acciones e inversiones sustanciales para darle viabilidad a la capital. Pero si algo han demostrado el fenómeno del Niño y las predicciones de los científicos, es que el principal reto para el futuro de cualquier ciudad es su sostenibilidad ambiental. En esa batalla, que por cierto empezamos tarde y vamos perdiendo, reservas como la Van der Hammen son aliados necesarios. Sería útil considerar otras opciones antes de decidir acabarla con el solo argumento de que sus terrenos no están en el estado ideal de conservación. La ciudad del futuro se lo agradecerá.
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