¿Y la libertad?
El periodista Hassan Nassar conducía un programa de opinión en el noticiero 360 grados de Cablenoticias: un debate vivo con una gran variedad de temas de actualidad que iban desde los políticos hasta los económicos, sociales y culturales.
El Espectador
Con una serie de invitados lograba cautivar, a diario, a una audiencia que veía en él al símbolo del conductor de programas: una persona que, con cierta firmeza, hacía las preguntas correctas para guiar la discusión hasta el final.
Un rol difícil en un espacio que aquí no abunda: la opinión dicha y confrontada. La deliberación de los asuntos de una nación. Cuánta falta hace, hemos dicho en este espacio infinitas veces, que la agenda política se discuta de manera razonada. Que haya una confrontación, con altura, de las cosas que aquí se piensan con tanta pasión. Es posible que este país cambie, por lo menos un poco, cuando haya el entendimiento de lo que el otro dice.
Nassar tenía una ideología y una forma de ver las cosas. Y la defendía. Como todos, por demás. No era un partidario de este gobierno de Juan Manuel Santos y le hacía duras críticas, sobre todo a través de su espacio en Twitter, en el cual, hasta donde sabemos, priman las opiniones personales. Y es obvio que una gran discusión puede (y debe) darse acerca de los periodistas y sus opiniones públicas a través de las redes sociales: ¿qué tanto comprometen al medio para el que trabajan? ¿Cuánto de lo que escriben es leído como su opinión propia y no como la representativa del medio? Es difícil. Y está pendiente. Aún esa discusión, en este país donde priman las peleas por quién dice qué y cómo, no se ha dado. Ha llegado la hora de hacerlo.
Y ha llegado el momento, por supuesto, por la salida de Nassar del medio en el que trabajaba desde 2012. El periodista confesó a la W radio que el propietario del canal, Alberto Ravell, recibió quejas de sectores del gobierno por la línea editorial del programa. ¿Y luego, no se trata de eso? ¿De que un programa de opinión, por antonomasia, tenga la posibilidad de diseñar su propia línea editorial? ¿O a quién hay que pedirle permiso para tener libertad de decir cosas? Y no es que Nassar cayera en eso de insultar o emitir opiniones degradantes sobre otro: castigaron lo que aquí no prima. Y salió del aire. De la forma en que los programas de opinión (que van desde el humor hasta la discusión, lo hemos vivido tantas veces) lo hacen en este país: cambiando a un horario menos favorable y con menos posibilidades de audiencia. Claro que cambiar la hora de emisión de un programa es una forma de sacarlo lentamente.
Él no lo resistió. Y pese a que esta casa editorial profese una forma de ver el mundo muy distinta a la del periodista, eso mismo hace que querramos defender la difusión de sus posiciones y pararnos de su lado en el caso que hoy nos convoca.
“Más de tres veces —dijo Nassar a La W— tuve que reunirme con las directivas del canal por las cosas que yo escribía en Twitter: contra la Cancillería, contra el presidente. Eso fue algo que fue minando mi espacio y sobre eso no pienso ceder jamás”. ¿Debe ceder? Jamás. Nadie, por muy poderoso que se sienta, debe decirle a un periodista cómo pensar. Que haya salido del aire podemos considerarlo como un obstáculo grande para la libertad de prensa, y la de opinión, tan fundamentales para una democracia. Bueno, de eso, justamente, es lo que tenemos que aprender en este caso.
Ojalá Nassar encuentre, de nuevo, un nicho en el que pueda ejercer el periodismo de opinión. Desde esta casa mandamos toda nuestra solidaridad con su caso. Y, sobre todo, alentamos al debate público sobre lo que puede ser dicho. ¿Hasta cuándo?
Con una serie de invitados lograba cautivar, a diario, a una audiencia que veía en él al símbolo del conductor de programas: una persona que, con cierta firmeza, hacía las preguntas correctas para guiar la discusión hasta el final.
Un rol difícil en un espacio que aquí no abunda: la opinión dicha y confrontada. La deliberación de los asuntos de una nación. Cuánta falta hace, hemos dicho en este espacio infinitas veces, que la agenda política se discuta de manera razonada. Que haya una confrontación, con altura, de las cosas que aquí se piensan con tanta pasión. Es posible que este país cambie, por lo menos un poco, cuando haya el entendimiento de lo que el otro dice.
Nassar tenía una ideología y una forma de ver las cosas. Y la defendía. Como todos, por demás. No era un partidario de este gobierno de Juan Manuel Santos y le hacía duras críticas, sobre todo a través de su espacio en Twitter, en el cual, hasta donde sabemos, priman las opiniones personales. Y es obvio que una gran discusión puede (y debe) darse acerca de los periodistas y sus opiniones públicas a través de las redes sociales: ¿qué tanto comprometen al medio para el que trabajan? ¿Cuánto de lo que escriben es leído como su opinión propia y no como la representativa del medio? Es difícil. Y está pendiente. Aún esa discusión, en este país donde priman las peleas por quién dice qué y cómo, no se ha dado. Ha llegado la hora de hacerlo.
Y ha llegado el momento, por supuesto, por la salida de Nassar del medio en el que trabajaba desde 2012. El periodista confesó a la W radio que el propietario del canal, Alberto Ravell, recibió quejas de sectores del gobierno por la línea editorial del programa. ¿Y luego, no se trata de eso? ¿De que un programa de opinión, por antonomasia, tenga la posibilidad de diseñar su propia línea editorial? ¿O a quién hay que pedirle permiso para tener libertad de decir cosas? Y no es que Nassar cayera en eso de insultar o emitir opiniones degradantes sobre otro: castigaron lo que aquí no prima. Y salió del aire. De la forma en que los programas de opinión (que van desde el humor hasta la discusión, lo hemos vivido tantas veces) lo hacen en este país: cambiando a un horario menos favorable y con menos posibilidades de audiencia. Claro que cambiar la hora de emisión de un programa es una forma de sacarlo lentamente.
Él no lo resistió. Y pese a que esta casa editorial profese una forma de ver el mundo muy distinta a la del periodista, eso mismo hace que querramos defender la difusión de sus posiciones y pararnos de su lado en el caso que hoy nos convoca.
“Más de tres veces —dijo Nassar a La W— tuve que reunirme con las directivas del canal por las cosas que yo escribía en Twitter: contra la Cancillería, contra el presidente. Eso fue algo que fue minando mi espacio y sobre eso no pienso ceder jamás”. ¿Debe ceder? Jamás. Nadie, por muy poderoso que se sienta, debe decirle a un periodista cómo pensar. Que haya salido del aire podemos considerarlo como un obstáculo grande para la libertad de prensa, y la de opinión, tan fundamentales para una democracia. Bueno, de eso, justamente, es lo que tenemos que aprender en este caso.
Ojalá Nassar encuentre, de nuevo, un nicho en el que pueda ejercer el periodismo de opinión. Desde esta casa mandamos toda nuestra solidaridad con su caso. Y, sobre todo, alentamos al debate público sobre lo que puede ser dicho. ¿Hasta cuándo?