El año del desánimo

Héctor Abad Faciolince
23 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.
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Aquellos que critican con más veneno al poder (o más concretamente, al gobierno) en general destilan su ponzoña porque quieren llegar a él. A la oposición, en el fondo, le da una gran alegría cuando al gobierno le va mal pues así se despeja el camino para ocupar su lugar. Quienes más publicitan y celebran los bajos índices de popularidad de Iván Duque son quienes ven en su desprestigio la posibilidad de quitarle el puesto. Los ciudadanos que no aspiramos al poder, sin embargo, sabemos lo malo que es para todos cuando a un gobierno le va mal. Así no simpaticemos con este gobierno ni hayamos votado por él, su fracaso no nos alegra, porque el fracaso de un gobierno es el fracaso de toda la nación. Cuando un país se empobrece, desconfía, se deprime, se exaspera, se enfurece, esa ira, ese empobrecimiento, esa desconfianza y esa exasperación acaba por afectarnos a todos.

Por todo lo anterior a mí no me alegra que al presidente Duque le esté yendo tan mal. Por mucho que uno tenga cierto ánimo de revancha (tómate tu tomate, ¡yo te dije que no votaras por él!), la sensación de no haberse equivocado no compensa el daño mayor, y general, de un país que parece con el rumbo extraviado. ¿Y por qué da la impresión de que Duque está perdido? Tengo algunas hipótesis.

La primera y la más obvia es que tenemos un presidente muy joven y con poca experiencia para lidiar con uno de los países más violentos y complejos de América Latina. Desde los tiempos del virrey Caballero y Góngora se sabe que los colombianos “son imposibles de gobernar”. Si mucho es posible mantenerlos en calma con mucha maña, y lo que más falta le hace a este gobierno es maña. ¿Qué es maña? Maña es la que tenía Uribe para señalar un norte muy claro (la seguridad) y hacer creer que era el dueño de la voluntad popular. Maña es la que tenía Santos para ir tras un objetivo (la paz) y sacarla adelante incluso después de un referendo adverso.

¿Por qué da la impresión de que el presidente es débil y sin brújula? Es débil porque sus aliados no lo apoyan todo el tiempo, sino que más bien a toda hora le miden el aceite. En cada cosa que propone al Congreso, aquel que se supone que es el partido de gobierno, el Centro Democrático, no asume esas propuestas como propias, sino que las examina como si fueran ajenas, y solo las apoya si huelen que no van a ser impopulares. Los senadores y representantes del partido de gobierno (que no sienten por Duque ni respeto ni simpatía) no están cuidando al presidente, sino que están cuidando su puesto de congresistas. ¿Y Uribe? Lo que cuida Uribe, como al perro al que no capan dos veces, es que su ungido y pupilo, por muy presidente que sea, no lo vaya a traicionar.

Y así Duque gobierna como tullido, con pies de plomo, con miedo a que le digan dictador (los de la oposición de izquierda) y con pavor de que vayan a ver en sus actos un síntoma de traición (la oposición de derecha). Este presidente, con sus ministros aparentemente técnicos, es el presidente más solo del mundo, odiado por la oposición y vigilado por su propio partido. El temor a la crítica venenosa de sus enemigos, y el miedo al abandono ponzoñoso de sus amigos, se traduce en una especie de parálisis de la voluntad. Y Duque, para espantar ambos miedos (quien canta su mal espanta), cree que es suficiente sacar la guitarra. Pero no.

Iván Duque tiene todavía más de tres años por delante. El sol le da aún de frente, pero desde ya se ve muy inseguro de afrontar la cuesta arriba que le espera, con un montón de enemigos que lo quieren tumbar, y unos aliados y supuestos gregarios, que no lo son, sino que lo miran de reojo y no le ayudan a subir la montaña. Si Duque no ejerce el poder que tiene con unas líneas claras y sin miedo (ni a los enemigos ni a los falsos amigos), pasará a la historia como un incompetente. Lo cual será muy malo para él y para Colombia. Porque si al gobierno le va mal a todos nos va mal. Incluso, aunque no lo crean, a la oposición.

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