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Los relatos de la política internacional estadounidense nos definen lo que sucede actualmente en Siria como consecuencia de una dictadura teocrática y sanguinaria que enfrenta con terror y armas químicas a una población indefensa y martirizada que es obligada al éxodo. Bajo esta lógica, los motivos del conflicto se explican por la ambición de Bashar al Asad de permanecer en el poder, o en las diferencias religiosas entre chiíes y suníes que enfrentan a Irán con Arabia Saudí.
El postulado al Nobel de Paz Donald Trump decide con estos argumentos bombardear Damasco con el apoyo de sus aliados, mientras gruesa parte de la prensa y los mensajes promovidos desde Occidente nos enseñan en las redes sociales trágicas escenas de la supuesta desolación causada por las tropas de Asad en su país. Al mismo tiempo, Trump rompe el acuerdo suscrito por Obama con Irán para impedir la proliferación nuclear en Oriente Próximo, e inaugura la embajada de Estados Unidos en Jerusalén.
La situación de Siria debe interpretarse, en realidad, con estos dos últimos eventos. En la perspectiva del poder internacional, el gobierno de Estados Unidos ha decidido jugarse en absoluto y sin tapujos por el respaldo pleno a Israel y la carta que en la baraja geoestratégica aportan los saudíes.
Las razones, desde luego, no son religiosas ni forman parte de la afamada “lucha contra el terrorismo”. Arabia Saudí ha sido cuna y apoyo de grupos fundamentalistas que han luchado o levantan sus armas en Afganistán, Iraq, Siria, Chechenia, Ucrania y Sinkiang; patrocina la ambición nuclear de Pakistán e interviene, incluso con mercenarios, en Sudán, Líbano, Somalia y Libia, o en el aborto de las llamadas Primaveras Árabes en Egipto, Túnez, Yemen y Baréin.
Las razones no son tampoco culturales ni en defensa de la democracia. La monarquía saudí no permite la existencia de partidos ni la realización de elecciones, el país le pertenece y la línea entre Estado y familia real se ha borrado por la corrupción. En Irán, por su parte, si bien existe el “líder supremo”, el presidente de la república es el jefe del gobierno sometido a elección popular directa y universal cada cuatro años. Mientras en Irán miles de parejas viven juntas sin casarse conforme a las leyes del Corán, los saudíes promueven el harem y decapitan o lapidan anualmente a centenares de personas acusadas de apostasía y homosexualidad o, simplemente, de poseer animales domésticos en sus domicilios.
¿Qué se mueve, entonces, tras la guerra en Siria? Muchas cosas en el complejo ajedrez de la geopolítica mundial, entre las cuales tan solo citaremos las más importantes:
Para empezar, basta ver un mapa. Con la derrota de Asad, se abre para Estados Unidos y la OTAN el dominio de Eurasia desde la frontera cilicia y los montes Tauro en Turquía hasta el desierto árabe, para garantizar así el control militar y petrolero de todo el Levante mediterráneo. Al caer Asad, se desmantela la base militar rusa en el puerto de Tartús y se corta la Nueva Ruta de la Seda propuesta por China como megaproyecto para conectarse con las más importantes arterias comerciales del mundo. Theresa May, líder del Partido Conservador y primera ministra en Inglaterra, ha expresado radicalmente sus temores frente a Rusia y era lógica su intervención para abrir guerra en un escenario que no tocara al Reino Unido.
Con el derrumbe sirio, queda claro un mensaje para Recep Tayyip Erdogan, el mandatario turco que se superpuso con éxito a una tentativa de golpe de Estado en donde la participación de la CIA parece ser un hecho. Erdogan promueve ahora una campaña que lo ubica como el nuevo padre de los turcos y se identifica con los Hermanos Musulmanes que aguaron la fiesta de Estados Unidos en Egipto tras la caída de Hosni Mubarak, disputan Libia Argelia y Jordania, amenazan Túnez, inspiran al islam político en los países del Magreb y promueven a Hamás en Palestina. Sin duda, estos hechos han determinado el viraje de Macron, presidente de Francia, a favor de Trump: sus intereses son los de la OTAN y necesita fortalecer a Francia por encima de Alemania. La paradoja es extraña pero indudable: el enemigo declarado de los Hermanos Musulmanes fue Hafez al Asad, padre de Bashar, quien masacró su bastión en la localidad de Hama, en 1982, para asegurar su prevalencia en el poder.
Destruida Siria, tras una cruenta guerra, se elimina o debilita al más importante enemigo de Israel en la región y se culmina la tarea de despedazar los Estados cuya población ha mostrado afecto por los palestinos. Se desmembró así a Iraq, Sudán y Libia, restando tan solo reducir a Irán y aislar a Turquía o derrocar a Erdogan. Países musulmanes en guerra interna o fracturados, pequeños y fallidos Estados, catapultan el poder de Israel, lo alejan como objetivo central de sus iras y sepultan la utopía del panarabismo. La caldeada situación en Egipto y la vergonzosa violación de los derechos humanos por el gobierno de Abdel Fattah al Sisi en contra de los ilegalizados Hermanos Musulmanes es también ejemplo de ello. La península del Sinaí estrena grupos insurgentes, algunos de carácter yihadista, que enfrentan a al Sisi y no a Israel. Este último anexiona los Altos del Golán sirio a su territorio y se queda con la principal fuente de agua dulce en el Oriente Próximo.
Justamente, atacar a Siria desactiva también a Hamás y Hezbolá, los debilita como aliados de Irán y protege a Israel. Así lo postuló el equipo de Bush en 2006 a través de mensajes de cable que disponían acciones de la CIA en Damasco y que quedaron al descubierto con las publicaciones aparecidas con Wikileaks: destronar a Husein, Gadafi y Asad era necesario para arrodillar a Palestina y someter a la primera reserva de gas y tercera del petróleo mundial: Irán. El país de los ayatolas está hoy rodeado en los cuatro costados por bases militares de Estados Unidos y vuelve a ser hostigado económicamente con la ruptura del acuerdo para el control nuclear por parte de Trump.
Las tropas de Estados Unidos permanecerán en la región y el propósito saudí de eliminar la amenaza chií con los alauitas de Siria y los sometidos chiíes de Baréin se acerca tanto como las posibilidades del megagasoducto Arab Gas Pipeline, que transporte el gas suní hasta el Mediterráneo. Para afianzar a Israel, Palestina queda sola y la protesta de sus habitantes puede ser respondida a tiros sin importar las consecuencias.
He aquí el ajedrez de la guerra. Para balancear su acción, Trump intenta bajar tensión en Corea. Pero Rusia y China, por supuesto, no se han quedado ni se quedarán quietas. Tampoco la población siria, que deambula ahora hambrienta y herida por el mundo, ni la palestina, dispuesta a inmolarse.