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La humanidad está viviendo tiempos inéditos. El 91% de los niños y jóvenes del planeta están confinados en sus casas. Los salones de clase están cerrados para 1.650 millones de niños y jóvenes en el mundo. De ellos, 633 millones se preparan para retornar pronto a sus aulas. Lo harán gradualmente y usando complejas medidas de seguridad. Sin embargo, eso es algo que América Latina todavía no está en condiciones de realizar.
La gran mayoría de los padres temen contaminarse y perder sus empleos e ingresos. La incertidumbre nos agobia, porque no sabemos cuándo podremos volver a encontrarnos. Así mismo, los padres deben asumir, por lo menos en parte, la compleja tarea de los docentes: enseñar a pensar, leer, resolver conflictos y convivir. Ahora, con nuevos contenidos.
Todos nos damos cuenta del enorme peso que tiene el contexto en la vida emocional de los niños. Basta ver cómo llora un bebé que ingresa en un cuarto en el que otros pequeños están llorando o ver la risa que dibuja su cara, cuando reímos frente a ellos. Lo más importante en la vida de los niños es el juego. Aún así, tienen prohibido jugar. Desde aquel 16 de marzo cerraron todos los parques y las areneras, y no se les permite pisar las canchas de fútbol o tocar los pasamanos. La tristeza se acentúa al no poder contar con el consejo de sus profesores, ni tenerlos en frente para resolver dilemas, conflictos y preguntas. Tampoco pueden compartir con sus compañeros. Para complejizar el problema, durante la cuarentena se ha duplicado la violencia contra las mujeres en los hogares.
Contrario a lo que se ha dicho tantas veces, no es cierto que el virus afecte a todos por igual. En el Reino Unido, por ejemplo, el Covid-19 está matando dos veces más a las personas en los barrios pobres. Más grave será en Colombia y la explicación es sencilla: los más pobres e informales no pueden guardar cuarentena, ni aislamiento y sus defensas biológicas, sistemas de salud y alimentos, son de menor calidad. Muy seguramente, los niños más golpeados y maltratados, en estos días, sean los que viven en hogares más humildes. La educación y las oportunidades también están especialmente mal repartidas en nuestro país.
La soledad, la angustia y la depresión son los principales riesgos para los niños en estos momentos, dado que son precisamente sus amigos y docentes quienes les garantizan compañía, apoyo, diversión y reconocimiento. Sus profesores y compañeros les hacen una falta inmensa. Ser joven, en esencia, es pertenecer a diversos grupos de amigos. Ahora no pueden estar vinculados a ninguno.
¿Qué pueden hacer las familias en estos momentos para evitar que los menores sientan soledad y depresión? Mucho. Es más, depende de ellas que esto no suceda, porque sus maestros y compañeros, aunque mantienen sus corazones dispuestos, tienen las manos atadas para apoyarlos.
Lo primero es crear ambientes familiares más reflexivos y participativos, en donde cada uno sienta que puede aportar a la convivencia. Contrario a lo que se suele pensar, la seguridad y confianza de un niño dependen más de los padres que de los hijos. Un padre que humilla y maltrata forma hijos inseguros. Un padre que los reconoce y valora les da confianza y seguridad. De allí que la recomendación es sencilla: hay que brindarles afecto y reconocimiento a los hijos. Hay que decirles que se les quiere y enseñarles que sus palabras, ideas y sentimientos son importantes.
Nuestra comunicación es fundamentalmente gestual. De allí que no bastan las palabras y la oralidad. Los niños que reciben más abrazos, apoyo y caricias, tienen mejor imagen de sí mismos. Los niños que se sienten escuchados, son más tranquilos. La pregunta es: ¿Por qué, si es tan es fácil, hay tantos niños infelices? La respuesta es sencilla: sólo pueden brindar seguridad y felicidad quienes se sientan seguros y felices. ¿Acaso así se sienten los padres?
Los padres y madres, con el tiempo, van comprendiendo que sus hijos son diferentes, que uno tiene unas fortalezas, que el otro no presenta y que uno tiene unos intereses que no necesariamente comparten sus hermanos. Cada uno es singular. El garrafal error es compararlos. Al hacerlo, los volvemos inseguros y amargados. Debilitamos su imagen personal Lo clave es valorar esas diferencias, reconociendo en cada uno sus virtudes y sus debilidades y valorando la diversidad de personalidades, intereses, desarrollos y gustos.
Los padres harían bien en dialogar y compartir tiempo con sus hijos. El diálogo tiene un poder mágico porque acerca a las personas, física y emocionalmente. Por eso, las parejas de novios hablan todo el día. La clave es entender que, tanto padre como hijo, tenemos ideas y sentimientos que expresar. Dialogar es reelaborar las ideas que vamos expresando, porque eso significa que escuchamos a los otros; si no lo hacemos –como tantas veces sucede en la política–, entonces no estamos dialogando, sino repitiendo un discurso en un solo sentido y dirección. Eso lo hacen quienes se sienten dueños de sus hijos. A ellos, hay que recordarles las palabras de Jalil Gibrán: “Vuestros hijos, no son vuestros hijos; son los hijos y las hijas que la vida tuvo de sí misma”. Por definición, el diálogo circula en ambas direcciones. No avanza como los ríos. Cuando una persona dialoga con otra, si realmente se escuchan entre sí, ambos aprenden. La palabra clave es escuchar ¿Así hablan ustedes con sus hijos? Es el momento de hacerlo.
No se trata sólo de hablar, sino de jugar, construir o hacer cosas juntos. Esta es una época muy propicia para cocinar conjuntamente y para que todos participemos en el arreglo de la casa. Al actuar como equipo, ganamos identidad, cohesión y seguridad. El pertenecer a un grupo nos brinda seguridad y compañía, porque sabemos que, si salimos adelante, lo hacemos todos. Los seres humanos somos gregarios y afiliativos y, ahora que no están presentes los múltiples grupos de los colegios, tenemos que fortalecer los equipos en las familias.
Los hobbies se vuelven especiales compañeros en el viaje de la vida y la cuarentena es buen momento para cultivarlos. Nos ayudan a cuidar la curiosidad, la salud mental y el asombro. Abonan las preguntas y le dan sentido a la vida –pero, y esto es lo esencial en estos tiempos– quien oye música, no se siente solo. Lo mismo pasa con quien pinta, cocina, toca un instrumento, cultiva el jardín o lee. Nos brindan la compañía que tanto necesitamos en esta época.
Bien vale la pena que, ahora que no cuentan con sus amigos, compañeros y profesores, los padres y madres hagamos un esfuerzo especial para que nuestros hijos no estén deprimidos, ni se sientan solos o angustiados. De los adultos depende que así sea, porque, en estos extraños tiempos en los que está prohibido salir a la calle, jugar en los parques y abrazar a los amigos, sólo cuentan con nuestra compañía.
Posdata. Las leyes del mercado nos tiene acostumbrados a intercambiar regalos, dejando de lado el mejor regalo de todos: el tiempo. Invito a cada uno de los miembros de las familias a expresar sus sentimientos y emociones en un corazón el próximo 15 de mayo. Hay que hacer que sea el afecto, el que crezca exponencialmente. Quédate en casa, pero cuida el clima emocional en la familia.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)