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Según una encuesta de agosto de la firma Gallup Colombia las Farc tienen mayor favorabilidad que los partidos políticos tradicionales. 12% de los encuestados, de un total de 1.200, tienen una imagen favorable de la organización. Cuando les preguntaron por los partidos, la cifra apenas llegó a un pobrísimo 10%. El dato es para morirse de risa y de pesar, por supuesto, pero también para preguntarse: ¿acaso hay razón para sorprenderse? Hace dos semanas, en este espacio, escribí sobre la corrupción de Cambio Radical, la semana pasada le llegó el turno al Partido de la U, y hoy quiero hablar del glorioso Partido Conservador Colombiano.
Su historia es larga y compleja, y no es el objetivo de esta columna reseñarla completa. Sí mencionaré, sin embargo, lo que me explicó el historiador Felipe Arias Escobar. Durante el triste periodo de La Violencia el proyecto conservador era establecer un partido-Estado, lo que recrudeció la violencia bipartidista con los pájaros, que no eran otra cosa que grupos de civiles armados promovidos por jefes políticos locales. Luego, en episodio bien conocido de nuestro platanal, Arias Escobar me recordó que la paz bipartidista condujo al Frente Nacional, una bendición para el directorio Conservador porque se convirtió en la feria predilecta del reparto del Estado. Los lagartos de turno tenían asegurados la mitad de todos los cargos públicos. No mucho ha cambiado desde entonces.
Desde 1998 el partido de nuestros impecables valores tradicionales y la firme moral que nos caracteriza cuenta en su prontuario con siete congresistas condenados por colaborar con grupos paramilitares. Siguieron estos Santos contemporáneos la costumbre de los temibles pájaros, apoyando por voticos a unos matones que movían masas a punta de miedo, fusil y pistola. En los últimos años, alrededor de 50 concejales avalados por el Partido Conservador han tenido problemas con la justicia, varios de ellos destituidos por acusaciones muy serias de corrupción. En las elecciones a las municipales del 2015 sacó más de 1.400.000 votos y 219 alcaldías. De ellas, 34 tienen problemas con la ley. Dirán ustedes que, en cualquier caso, no está tan mal la proporción. Diré que, en todo caso, cada bandido avalado por los partidos políticos tiene que castigarse en las urnas.
El Partido Conservador, de tan larga historia, lleva años perdiendo apoyo popular en las elecciones, y las encuestas muestran una y otra vez que los jóvenes, pongamos menores de 40 años, no se identifican con ningún partido político tradicional: ni con el Conservador, ni con el Liberal. ¿Quién nos puede culpar? En últimas semanas el senador Hernán Andrade, símbolo contemporáneo del partido, ha sido mencionado en un escándalo de corrupción. ¿Hizo parte el senador Andrade de aquellos políticos que pagaron a la Corte Suprema para ganar su favor y absolución? La notable caída en la popularidad de los partidos tradicionales del país ha hecho un daño inmenso a la endeble democracia criolla. Su desgracia seguirá mientras las urnas no empiecen a castigar a los políticos de siempre, que se visten de azul o de rojo como simple maquillaje y que no tienen interés distinto a robarse el erario. En las cuentas, con sumas y restas, el que sigue ganando el premio al Partido más Bandido es Cambio Radical.
La próxima semana, el Partido Liberal.