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El límite inquebrantable

David Esteban Parra Giraldo
29 de enero de 2024 - 02:00 a. m.

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Hace poco, un amigo compartió conmigo un artículo sobre el fracaso, esa experiencia recurrente de toparnos con un obstáculo que no podemos superar. En él, se traen los conceptos de varios escritores y filósofos sobre la naturaleza del fracaso y cómo este es el resultado de reconocer un límite, de cualquier tipo, que por más esfuerzo que hagamos es imposible superar. El artículo cita un ejemplo del teórico y matemático Javier Moreno, un límite que por su naturaleza es y siempre será inquebrantable: el tiempo.

¿Será el reconocimiento de ese límite un gran componente de nuestros problemas de salud mental? La ansiedad y la depresión, las epidemias del siglo XXI, como algunos las califican, son dos afecciones que en la mayoría de los casos son difíciles de entender. Pocas veces he sufrido ataques de ansiedad y nunca entendía por qué. Asociaba lo que mi cuerpo sentía a problemas físicos que después eran descartados por los médicos. Varias personas cercanas a mí, familiares y amigos, han sufrido de estas dos afecciones por mucho tiempo y hablando con ellos me di cuenta de que no era el único en no entender las razones de fondo que afectaban la salud mental. Pensando en mis episodios de ansiedad, me di cuenta de que, así como el fracaso, estos se daban al toparme con un límite insuperable o la simple idea de que este se materialice.

Como lo hace entender Javier Moreno en su ejemplo, las realidades del siglo XXI son muy diferentes a las del pasado. Vivimos en un momento en el que el abanico de posibilidades de consumo es inmenso y cada día sigue aumentando. Eso hace que enfrentemos otro límite: el económico, aunque no ahondaré en él. Quedémonos en el tiempo. Día tras día nuevos productos están a nuestra disposición y, así tengamos los recursos económicos para acceder a ellos, ¡no tenemos el tiempo! Sumado a las obligaciones cotidianas que tenemos todos como el trabajo, las diligencias, el hogar, etc., el tiempo que nos sobra desearíamos usarlo en una creciente oferta (a veces con agresiva publicidad) de películas, series, libros, pódcast, restaurantes, deportes, destinos turísticos y en cultivar nuevas amistades, entre otras cosas. ¡Quisiéramos poder consumir y hacer tantas cosas a nuestra disposición, pero, nuevamente, no tenemos el tiempo!

Nos inquieta reconocer que hemos topado un límite. A la modernidad, con su acelerado ritmo, le resulta más fácil recordarnos que somos seres finitos.

Aparece entonces la necesidad de priorizar y elegir, dejando de lado muchas opciones deseables. Ese ejercicio de priorizar y elegir no solamente se limita a unos bienes y servicios, sino que también va en detrimento de nuestro desarrollo como individuos, pues deja de haber espacio para el ensayo y el error.

La eficiencia se convierte entonces en una virtud cotidiana que tenemos que alcanzar, especialmente en el competitivo mundo de las últimas décadas. Debemos ser precisos a la hora de elegir nuestras actividades y nuestro futuro. El arrepentimiento pareciera tener un peso más alto en nuestra conciencia, que con más ímpetu nos recuerda haber alcanzado un límite y eso nos agobia.

Esta reflexión sobre el tiempo me llevó a recordar lo importante que es fallar y aprender, y con ello recuperar un poco de humanidad en nuestras vidas. Es mejor una vida enriquecida por las experiencias que deja el intentar y errar, que una determinada por la deshumanizante eficiencia. Quizá nos pese entender que no nos alcanzará la vida para todo lo que podemos hacer, pero, lo que sea que alcancemos, démonos la oportunidad de disfrutarlo.

Por David Esteban Parra Giraldo

 

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