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EL PRÓXIMO 4 DE ENERO SE CUMPLIrán veinte años de la muerte del ex presidente Alberto Lleras Camargo, quien de una forma u otra, determinó el destino del país durante unos cincuenta años en el siglo XX.
Bohemio en su juventud, sin universidad, autodidacta, Lleras estuvo muy lejos del prototipo del político colombiano o latinoamericano. No tuvo un verbo que apasionaba al pueblo raso, como sí lo tuvo Gaitán; mientras otros, como su primo Carlos o Laureano Gómez, se fueron a los extremos del sectarismo, Lleras Camargo buscó casi siempre el punto medio y el consenso. No era adinerado ni tenía grandes propiedades y presumía hasta con orgullo la pobreza de sus padres, la de él y, decía, la que tendrán sus hijos. Mientras otros buscaban cautivar y complacer a sus escuchas o visitantes, Lleras planteaba la distancia y hasta la hacía explícita saludando con el brazo extendido en exceso para mantener apartado a su interlocutor.
Cuando tantos políticos de todas las condiciones acudían al exceso verbal, al fárrago o a supuestas pruebas de virilidad, Lleras acudía a los argumentos bien sustentados y lógicos, por medio de la palabra magistral y un lenguaje elegante, escrito y hablado. O, más bien, leído, porque muy raras veces improvisó. Escribía personalmente todos sus textos y no reparaba en el tiempo que le tomaba hacerlo, que podía ser varias horas por un par de cuartillas. Esa testarudez por escribir bien y pulir sus textos y sus discursos la desarrolló desde muy joven leyendo a los clásicos franceses e ingleses en la biblioteca de su tío Santiago Lleras y después, en Buenos Aires, cuando Alberto Gerchunoff lo invitó a unirse al grupo que congregó alrededor de su periódico El Mundo. Allí estaba lo mejor de la intelectualidad argentina, como Roberto Arl, Amado Villar, Ricardo Molinari, Leopoldo Marichal, el poeta Francisco Luis Bernárdez —el del poema a la mano de un labrador, para quien “la eternidad fue su primer domingo”— y otro ensayista y poeta, quien pronto comenzaría a tener problemas de visión, llamado Jorge Luis Borges.
Muchos años después, y a pesar de sus discrepancias políticas e ideológicas, García Márquez admiró sinceramente la calidad y el dominio que tuvo Lleras del idioma y, no sólo lo llamó “Monarca,” sino que lo definió como “un escritor extraviado en la política”. Si de Rafael Uribe Uribe se dijo que fue el más intelectual de los caudillos y el más caudillo de los intelectuales, de Alberto Lleras se puede decir que fue el más intelectual de los presidentes. En sus discursos, ensayos y columnas de prensa es posible reconocer el pensamiento de Ortega y Gasset, el de los autores de El Federalista y la dialéctica de Hegel. Estos argumentos los utilizó para explicar y desentrañar los problemas del país y plantear soluciones, no sólo en ambientes universitarios e intelectuales, sino también en los debates del Congreso o cuando se dirigía al país por la Radiodifusora Nacional. Más que político, parecía un profesor, siempre tratando de elevar los conocimientos y la conciencia de los colombianos por medio de la palabra. Y con el poder de su palabra logró todos sus éxitos políticos. Fue varias veces ministro, miembro destacado de la Revolución en Marcha, embajador en Washington, director y fundador de El Liberal, columnista de El Espectador y de El Tiempo, designado a la Presidencia, dos veces presidente de Colombia, secretario general de la OEA, rector de la Universidad de los Andes. En la próxima columna analizaré la contribución de Lleras al desarrollo de Colombia y su influencia en el continente.