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El país del Sagrado Corazón

David Yanovich
14 de julio de 2020 - 05:00 a. m.
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Desde tiempos de la Ilustración, aquel movimiento maravilloso que comenzó en el siglo XVIII en Europa, la razón y la ciencia han venido desplazando cada vez más a la religión como pilares del progreso y desarrollo humano. No es en vano el hecho de que el siglo XVIII sea llamado el Siglo de las Luces.

Sin embargo, el debate entre religión y razón será eterno. Algunos consideramos que este debate ya quedó resuelto, pero, como dice el dicho, la fe mueve masas. Y en algunos casos, por asombroso que sea, la fe se sobrepone a la razón y a la ciencia.

Sé que es profundamente controversial este tema, pero soy de los que piensan que una sociedad que favorece la religión por encima de la razón está perdida. La historia de los últimos 300 años ha demostrado con creces los beneficios del pensamiento basado en la razón, el descubrimiento a través del método científico, el progreso con base en el intelecto y no en la fe. Y también la historia ha demostrado el peligro del dogma, de la verdad revelada, del oscurantismo de la adivinanza y la falta de conocimiento.

Por ello, me ha llamado profundamente la atención el hecho de que en Colombia, mientras existe una férrea oposición a la apertura de colegios y universidades, estemos ya comenzando pilotos para abrir los recintos religiosos. Es bastante diciente de nuestra sociedad que ya se abran iglesias y templos, pero que aún haya duda sobre la apertura de establecimientos de educación.

La oposición a la apertura de colegios se basa, entre otras, en el riesgo de contagio y las consecuencias que ello podría traer. Esto, a pesar de que hay bastante consenso hoy en día sobre el hecho de que el COVID-19 afecta de manera enormemente asimétrica a los adultos mayores, y de que las consecuencias de la infección en niños y jóvenes distan de ser fatales en la gran mayoría de los casos. Pero parece que esto no es tan relevante a la hora de abrir iglesias, a pesar de que la gran mayoría de los asistentes a misa tienden a ser adultos mayores. En efecto, según un estudio de la Universidad Nacional del 2011 (no encontré estadísticas más recientes), más del 70 % de la población de la “tercera edad” dice asistir a eventos religiosos (léase misa), al menos una vez por semana.

A favor de abrir templos e iglesias, además de lo filosófico, está lo económico. Esto, porque una fuente muy importante de los ingresos de las organizaciones religiosas depende de eventos recurrentes (misas) y especiales (matrimonios, bautizos, etc.) que requieren de presencia física. Esto también aplica igualito a los centros educativos. Sin estudiantes no hay ingresos.

La inasistencia a misa, además, no tiene ninguna consecuencia negativa. Sin embargo, que un estudiante deje de asistir a clase tiene unos efectos perversos, en la mayoría de los casos permanentes, particularmente para los estudiantes más pobres. Las consecuencias van mucho más allá del desarrollo cognitivo, personal y psicológico. Trascienden hasta la nutrición y el desarrollo físico.

Aunque los beneficios de abrir los centros educativos ya son, por muchísimo, mayores a los riesgos, aún se está debatiendo esta posibilidad. Por lo pronto, rezar. A lo mejor eso nos saca del atolladero en que estamos, pensarán algunos, mientras protegemos a nuestros niños y jóvenes manteniéndolos encerrados. No en vano este es el país del Sagrado Corazón.

 

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