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La pandemia ha traído muchos desafíos para el periodismo. Ya desde antes del coronavirus la profesión estaba amenazada por el “periodismo de escritorio”, en el que la reportería de calle se estaba cambiando por la de larga distancia. Algunos atribuían este fenómeno a la falta de presupuesto para financiar viajes o investigaciones de más largo aguante, y otros, a los tiempos de internet. Pero si todavía quedaban algunos periodistas consagrados a “untarse” de ese lado humano saliendo de sus oficinas, la pandemia les apagó el impulso. Por restricciones o precaución, estos reporteros se vieron obligados a mover las investigaciones a su casa.
Por supuesto, esto también ha conllevado a repensar el periodismo y sus formatos. Varios han visto este panorama como una oportunidad para idear nuevas historias desde las narrativas digitales. En ese sentido, la virtualidad se podría convertir también en una posibilidad para la innovación. Pero para que esto de hecho suceda es necesario reflexionar sobre el periodismo que hacemos y hemos hecho hasta ahora. Hace poco estaba discutiendo precisamente con unas colegas sobre el estado del periodismo en Colombia. Una de ellas nos hizo notar un fenómeno muy particular: “El periodismo acá se está convirtiendo en entrevistas sin contexto”.
Me puse entonces en la tarea de revisar varias notas periodísticas en diferentes medios de comunicación, sólo para corroborar que en un porcentaje bastante alto se trata de una estructura muy particular de preguntas y respuestas. En algunas ocasiones el entrevistador resume la nota, en otras hace alguna contrapregunta, pero en casi ninguna coteja los hechos presentados por el entrevistado. La información se presenta como un comunicado de prensa en donde la voz del periodista tiende a perderse. Lo mismo está pasando en notas cuya fuente es una entrevista. Quien escribe se encarga de hilar los pensamientos del entrevistado en una prosa coherente, pero pocas veces interviene con su ojo crítico.
Algunos dirán que son los tipos y estilos de entrevista, que el objetivo es precisamente dejar hablar al entrevistado; otros apelarán a la tan codiciada objetividad del oficio. Sí, hay algo interesante cuando se deja a la audiencia interpretar los hechos. Pero hay algo también fascinante y agudo en las clásicas prácticas periodísticas de corroborar, buscar, contrastar, encontrar un ángulo y, sobre todo, presentar un punto de vista. The New York Times, por ejemplo, utiliza la entrevista como complemento a otros artículos o la incorpora dentro de un reportaje en el que se presenta una narrativa con varios puntos de vista, incluida la voz del periodista.
La pretensión de objetividad no tiene por qué opacar el ángulo, la historia ni la emoción de la narración. ¿Por qué ese entrevistado? ¿Cuál es la relevancia de lo que tiene que decir? ¿Cuáles son los matices? Esto lo hacemos con los políticos, en especial los políticos elegidos por voto popular. Pero toda voz pública hace parte de una historia y esas historias vale la pena contarlas.