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Dos libros recientes reivindican al presidente Virgilio Barco. Lo muestran como era, dejando de lado la leyenda de que no gobernó y que un alzhéimer lo tuvo alejado del mundo. Barco. Vida y sucesos de un presidente crucial, y del violento mundo que enfrentó, del profesor inglés Malcolm Deas, y Decidí contarlo. Conversaciones sobre 50 años de economía y política en Colombia, de Guillermo Perry, quien fuera su ministro de Minas.
Si bien el libro del profesor Deas —con el que nos había amenazado desde hacía algunos años— no es exactamente una biografía, se ocupa de los aspectos más importantes de su vida: sus primeros años en Cúcuta, sus estudios en EE. UU., sus ministerios, la alcaldía de Bogotá (cuando planificó Ciudad Salitre) y la presidencia. Barco fue un presidente sui generis, que llegó al cargo con la más alta votación en su momento, siendo un mal orador y un pésimo comunicador. Además, no era abogado sino ingeniero. Liberal de raca mandaca y quien, después de administraciones bipartidistas de 30 años, logró implantar el esquema de gobierno y oposición. Así mismo, tuvo un manejo muy particular de gobernar, muy al estilo norteamericano, en donde él, y solo él, tomó las decisiones claves e importantes, como la paz con el M-19, la lucha contra el narcotráfico, la reforma de la Constitución y la batalla que se dio contra el “mico” que pretendía acabar la extradición.
Por su parte, Guillermo Perry, que fue de sus ministros cercanos (sin ser del sanedrín), relata cómo estaba al corriente de la política energética y de los planes de exploración y explotación. Sobre el buen humor del presidente Barco, cuenta por qué envió al presidente Turbay al Vaticano: “Si el doctor Turbay fue capaz de lograr que después de 40 años de casado la Santa Sede anulara su matrimonio, puede ser capaz de conseguir que también anulen el Concordato”.
Y esta otra sobre los famosos Kfir: “Sería más económico pagar las comisiones a todo el mundo y no comprar los aviones”.
Así era él.