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EL OTRO DÍA, CAMBIANDO DE EMISOras, oí sucesivamente una entrevista y un aviso. La entrevista era a la ministra de Comunicaciones, María del Rosario Guerra, y en ese momento le preguntaban de qué manera castigaba ella a sus hijos.
Decía que si la falta era leve podía ser un coscorrón o una palmada, pero que si los niños hacían algo grave sacaba el cinturón y les daba correazos. Al cambiar de emisora oí que estaban pasando un aviso de la Alcaldía de Medellín, que forma parte de una campaña para que los padres no golpeen a sus hijos; decía que los niños tienen derecho a no sentir miedo y a que no los traten con violencia. A veces el azar de un cambio de canal o de emisora produce mejores comentarios que cualquier analista.
Los castigos corporales tienen una antigua tradición en el mundo. Muchas abuelas antioqueñas decían que era “imposible educar a los niños sin rejo y sin el diablo”, y por lo menos dos dichos populares justifican el maltrato: “porque te quiero te aporreo (o aporrio)” y “la letra con sangre entra”.
En un cuento de Carrasquilla en el que se habla de un niño al que “le faltó rejo”, se cuentan ciertos hábitos de una madre, que parecen una perfecta descripción de la ministra Guerra en su vida doméstica: “Llevaba siempre en la cintura, a guisa de espada, una pretina de siete ramales, y no por puro lujo: que a lo mejor del cuento, sin fórmula de juicio, la blandía con gentil desenfado, cayera donde cayera; amén de unos pellizcos menuditos y de sutil dolor, con que solía aliñar toda reprensión”.
En la vida cotidiana es donde mejor se perciben los signos que distinguen el talante autoritario (o de derecha, o conservador), del talante libertario. Yo veo cascarrabias como Vargas Lleras o Fernando Londoño y me los imagino siempre (tal vez me equivoque) educando a sus hijos a punta de nalgadas y calzones abajo.
Esta confesión de la Ministra me dice más sobre el talante del gabinete de Uribe que muchos actos de gobierno. En un país donde cada año llegan a Bienestar Familiar más de 20 mil denuncias sobre maltrato infantil en el hogar, me resulta tristemente antipedagógico que una ministra se ufane de sus métodos educativos violentos.
No comete en este caso, sin embargo, ningún delito. Y no lo comete porque en 1994 fue derrotada en la Corte Constitucional una sentencia que buscaba prohibir los castigos corporales (que ya están abolidos en la escuela) también en el ámbito familiar. Un proyecto de sentencia del magistrado Carlos Gaviria intentaba quitarles a los padres el derecho de “pelar” a los hijos, pero fue derrotado en una decisión muy reñida (5 a 4).
A cualquier persona interesada en el tema del castigo a los niños, le recomiendo la lectura del salvamento de voto de Gaviria: es un bellísimo texto filosófico, pedagógico y argumentativo, tan sensato y equilibrado, que uno no se explica cómo pudo ser rechazado por los demás jueces. Está publicado en el libro de Sentencias, herejías constitucionales, que publicó el FCE.
Allí se lee: “Al bruto se le adiestra, pero al hombre se le educa. El adiestramiento (o la doma) tiende a lograr el control de la conducta del animal mediante condicionamientos que no sólo no excluyen el empleo de la violencia, sino que requieren de ella como su ingrediente esencial. Pero la educación es otra cosa: toma en cuenta la razón y la voluntad, para hacer entender a la primera lo que debe ser apetecido por la segunda”.
Hay una directiva de la ONU que busca abolir, para 2009, el castigo corporal de los niños, incluso en la familia, siguiendo en esto las opiniones de la inmensa mayoría de los expertos en salud y educación. Los beneficios del castigo corporal son muy dudosos y sus perjuicios bastante seguros. Hasta ahora, apenas unos treinta países han aprobado la abolición completa. Bush, por supuesto, se opone a ella. Es evidente que la Ministra de Comunicaciones también. Estamos todavía en una era y en un país en que la educación de los niños se confunde con la doma de potros.