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Hace cuatro años oímos de la protesta en la ciudad siria de Daara, sin imaginar que sería el inicio de una masacre que raya en el genocidio.
Dos meses después del comienzo de las protestas contra el gobierno sirio llegábamos a Damasco, donde sus mercaderes nos contaban del miedo creciente por la represión de Bashar Al-Asad. Luego nacerían grupos armados, principalmente compuestos por desertores del ejército de Siria.
Hace tres años, entrevistamos en la frontera turco-siria a varios refugiados que huían de los paramilitares y de las cárceles negras; y a miembros del Ejército Libre Sirio, donde se respiraba esperanza. Y hace dos años volvimos a pisar suelo sirio, esta vez en su frontera con Líbano. Ya los rebeldes sirios retrocedían, algunos grupos aceptaron apoyos de países del Golfo Pérsico y se volvieron más partidarios de Al Qaeda.
La oposición siria no logró construir consensos políticos ni poder militar y, al final, los vacíos dejados por ellos en el campo de batalla eran llenados por los grupos que finalmente aupados por Al Qaeda y con financiación extranjera dieron origen al Estado Islámico. Hoy la guerra siria se reduce en los medios a la batalla entre el dictador Bashar al Asad y el Estado Islámico, olvidando la compleja dinámica de estos cuatro años de guerra.
El valor de la nostalgia es una invitación a que seamos capaces de recordar las banderas de justicia de los muchachos de Daara, de las víctimas del régimen en Homs y Hama, la destrucción de Aleppo, el uso de armas químicas por parte del ejército sirio, los intentos de muchos sectores sociales por desarrollar marchas pacíficas hace cuatro años, la decisión de decenas de generales de pasarse al lado rebelde antes que seguir con el dictador, los esfuerzos de las organizaciones locales tanto en la guerra como en la atención de la población, los testimonios de las víctimas, los miles de detenidos, los incontables desaparecidos, y los millones de desplazados y refugiados.
Pensar la nostalgia no es solo una invitación a esa añoranza de las causas justas, sino también porque no quede entre las dos opciones, Bashar Al-Asad y el Estado Islámico, un espacio en el presente para recordar banderas genuinas, decentes, levantadas con dignidad y bañadas con sangre. La nostalgia puede que no sirva para el triunfo de las guerras, pero por lo menos debe empujarnos para decir la verdad sobre ellas.