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“Calientes, calientes…”, así están los ánimos por estos días. Continuamos en nuestro recogimiento obligado, los niños han vuelto con toda la energía y algo de expectativa al colegio, mientras los jóvenes aún no acaban de convencerse de cómo terminar su semestre universitario. Nosotros, los que creemos ser adultos en estas sencillas operaciones diarias de trabajo, niños, casa y hasta el perro que hay que sacar, estamos notando con preocupación que nuestras actividades se han vuelto rutinarias y monótonas. Todo es un loop: nos levantamos, hacemos cosas y nos acostamos… “Todos los días son lunes”, les digo yo a los míos.
Los domicilios estuvieron bien por unos días, pero ya no sabemos ni qué pedir para tener contentos a todos, en medio de la sobreoferta que hace que tengamos que pedir a muchos lugares, y luego ser ingeniosos con el festival del recicle.
Por ende, nuevamente comienzo a ver que todos mis amigos piden a gritos por los grupos de whatsapp que intercambiemos recetas sencillas pero sabrosas. Las conversaciones empiezan en las recetas, pasan por las recomendaciones de dónde hacer compras y mercado, y terminan en la temida esquina de “me estoy engordando porque no paro de comer estando en casa”. Es un comentario que nos afecta a todos por igual, sin discriminar si somos hombres, mujeres o perro: la situación es igual.
Miramos con desafío la despensa, esperamos con algo de pereza el reloj y nos llenamos de motivos para ser permisivos a la hora de preparar alimentos sanos para los niños, pero poco nutritivos para nosotros los adultos. Pereza, cansancio y hasta simple falta de creatividad, terminan siendo nuestros argumentos diarios para vivir de bocados rápidos y seguir comiendo sin parar. Y así llegamos a los temidos comentarios de no poder mirarnos al espejo, y a no querer vestirnos en aquella talla que tanto añoramos.
Para este punto de la pandemia, y sabiendo que nuestra realidad cambió para siempre, la curva del círculo de la vida está bien marcada. Estamos algo más rellenos no solo física sino emocionalmente; desistimos de esa promesa decembrina de hacer algo de actividad física en nombre de no contagiarnos, y nuestras finanzas domésticas se clasifican entre domicilios y mercado sano. Suena sencillo, pero es una de las situaciones más difíciles de manejar por estos días, pues es una situación de genios en las relaciones interpersonales y una reconstrucción de amor propio diario.
Creo que todos nosotros si estamos bien representados por la canción de Raffaella Carrà con la que iniciamos este escrito: “Hace tiempo que mi cuerpo anda loco, anda suelto, y no lo puedo frenar”. Nuestros ánimos están ‘calientes, calientes’ de no poder entender para dónde vamos en esta pandemia. Pero el punto va a cómo este tiempo que nos está dando la vida también es una reflexión hacia el equilibrio, la mesura, y ver qué es lo que nos hace bien, lo que nos llena el cuerpo pero nos compensa la cabeza.
Este momento único nos debe traer no solo kilos sino reflexiones acerca de cómo la vida es una caja dónde caben muchas cosas maravillosas, y no hay necesidad de los excesos: trabajar, pero sacar tiempo para cocinar rico; leer y estudiar mucho, pero también disfrutar del ocio y compartir con la pareja; tener un poco de balance en las finanzas, en los tiempos, en los espacios nos cae bien a todos, y nos lleva a sentirnos a gusto con quiénes somos, y con quiénes queremos ser. Vamos por esa milla extra de equilibrio en la vida, y les aseguro que todo nos sabrá mucho mejor.