¿Es posible implantar en Colombia una forma de flexiseguridad?

Andrés Hoyos
29 de enero de 2020 - 05:00 a. m.
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Cuando Anif todavía era presidida por Sergio Clavijo, su centro de pensamiento propuso eliminar varios elementos que recargan la nómina, como el pago parafiscal a las cajas de compensación familiar y los intereses de las cesantías. Craso error. No tiene presentación quitarles privilegios a los trabajadores sin darles nada a cambio. Lo que sí tiene sentido es que se paguen por otra vía, no la actual, que es una forma embozada de cobrar impuestos y tiene al país con una tasa de informalidad laboral de más del 50 %. Los informales, sobra decirlo, no reciben intereses por cesantías que no tienen y no acceden a cajas de compensación. Las cuentas son claras, como se puede ver aquí. Por cada $1.000 nominales de salario mínimo, un empresario debe pagar $1.550. Ergo, la informalidad galopa.

Para ver algo dramáticamente distinto, trasteémonos a Dinamarca en los años 90. Gobernaba el socialdemócrata Poul Nyrup Rasmussen, nombre casi desconocido entre nosotros pese a que fue primer ministro de 1993 a 2001. Uno de sus logros fue implantar la flexiseguridad del título. La tradición era obligar a los empresarios a firmar contratos de trabajo superfavorables a los trabajadores, además de dificultar y encarecer los despidos. Por algo en España ha habido tasas de desempleo tan altas. Allá despedir a un empleado es muy difícil y, además, ruinoso. ¿La solución danesa fue cuál? Cobrar impuestos cuantiosos y gastarlos, entre otras cosas, en dar multitud de beneficios a los trabajadores —seguros generosos de desempleo, reentrenamiento, acompañamiento—, al tiempo que volvieron fácil y poco costoso prescindir de los servicios de la gente, entendiendo que a veces la inflexibilidad laboral, sumada a los altos costos extralegales y a las cuantiosas indemnizaciones, pueden quebrar a una empresa en un ciclo bajista de la economía de los negocios.

Claro que un país como Colombia no puede copiar el modelo danés como tal pues es demasiado costoso. Lo que sí se puede hacer es discutir una platanización de la flexiseguridad hasta donde sea posible financiarla. Con los años y a medida que prosperemos, el modelo podría profundizarse.

Ahora bien, alcanzo a oír el ruidajo que haría la izquierda populista y arcaica ante un esquema como este: ¡neoliberales, oligarcas, explotadores, enemigos de los trabajadores!, sin entender que cualquier país necesita empresas prósperas, siempre y cuando la forma de engendrarlas no consista en darles todo lo que piden y en el entendido de que un entorno favorable, que aumente la productividad y la rentabilidad de las inversiones, debe corresponderse con un nivel adecuado de tributación. Hay que terminar de convencer a los empresarios y a los ricos locales de que les conviene compartir con la población una parte considerable de sus ganancias, a cambio de que les dejen hacer lo que quieran con el resto.

Terminemos por decir que, pese al espectacular éxito del modelo danés —el desempleo en Dinamarca ronda el 5 %—, muchas naciones europeas, incluidas Francia, España e Italia, no han podido implantar nada parecido. La lucha de clases, parece decir allá la gente, hace parte de nuestro modo de vida. ¿Qué haríamos sin los frecuentes conflictos, las rompezones y las manifestaciones agresivas? Nos moriríamos de tedio. Pero ojo que la socialdemocracia toda la vida ha aspirado justamente a eso: a volver innecesaria la lucha de clases.

andreshoyos@elmalpensante.com

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