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Hace una semana rotaba por redes sociales un video distópico y aterrorizante que mostraba imágenes del Esmad atacando a la ciudadanía, con una voz en off que decía: “La gente nos dice en la calle que somos fuertes y, sí, realmente lo somos, porque somos más que un grupo de policías dispuestos a darlo todo, somos una familia y eso es lo que nos hace fuertes”. El video cerraba con el hashtag #NuestroEsmad, y en varios tuits lo presentaban como “el mejor escuadrón antidisturbios de América”. Una semana después hemos visto cómo esa “familia” asesinó a Dilan Cruz, un joven que protestaba pacíficamente en el centro de Bogotá. Esta idea central del video, que “el Esmad es una familia”, es una versión de lo que se conoce como esprit de corps, una estrategia de cohesión de grupos que tiene su origen en la “moral militar” basada en la obediencia, la disciplina y la lealtad, “que permiten realizar los más duros sacrificios”, como convertirse en asesino. En esa construcción de grupo también se deshumaniza al “otro”, a tal punto que su vida termina por valer menos o no valer del todo. Así es como un policía termina disparando a un ciudadano desarmado.
Para mantener ese esprit de corps es importante tener bajo control “problemas disciplinarios, derrotismo, pesimismo”, como los que mostraba el soldado Brandon Cely, de 21 años, en sus redes sociales: en su Instagram, en donde deseaba en voz alta saber curar una herida en vez de limpiar un fusil, y en el video en que contaba que en el Ejército lo estaban matoneando “por ser de izquierda” y que publicó en Facebook antes de suicidarse. El esprit de corps de la Fuerza Pública en Colombia es un espíritu asesino.
El Estado colombiano es culpable de las muertes de Dilan Cruz, manifestante, y Brandon Cely, soldado, ambos jóvenes que querían estudiar pero se los llevó entre las patas una política de muerte, la misma que mata también lentamente, de hambre y de desamparo. Esto es lo que, desde sus inicios, denuncia el grandioso paro nacional. Grandioso porque la ciudadanía está reclamando las calles, desestigmatizando la protesta, y porque una nueva generación con nuevos bríos y nuevas estrategias se está movilizando para reclamar porque estamos en un país en donde el Estado que debe cuidarnos es quien nos mata. La estrategia siempre fue crear terror para que nos olvidáramos de luchar por nuestros derechos, pero el estruendoso fracaso del montaje de los vándalos (se organizaron para “saquear” conjuntos residenciales y se olvidaron de las joyerías y los almacenes de electrónicos), que quedó en evidencia en gran medida por el registro y divulgación de los ciudadanos, nos mostró que somos más fuertes de lo que creíamos.
Y aun así tenemos miedo. En un país en donde las Fuerzas Armadas bombardean niños y niñas, el Esmad asesina jóvenes y el Ejército lleva a sus soldados al suicidio, es imposible no tener miedo. Es un momento muy duro, porque tenemos mucho dolor y mucha rabia, pero ya era hora de que el dolor y la rabia nos sacaran de nuestra comodidad. Y no estaremos cómodas hasta que se garanticen los derechos al trabajo, la salud, la educación, hasta que se desmonte el Esmad, hasta que el Gobierno deje de vender baratos nuestros recursos naturales y mentirnos en la cara. Por la memoria de Dilan Cruz y Brandon Cely, por los 12 jóvenes también muertos a manos del Esmad, por los y las lideresas sociales e indígenas que han asesinado frente a la inercia cómplice del Gobierno, por todo eso y más tenemos que marchar. Que no se nos vuelva a confundir nunca el silencio con la paz. ¡Viva el paro nacional!