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La semana pasada tuvo lugar en Honda la primera Convención Nacional Feminista, convocada y gestionada por la Casa de la Mujer, Corporación Humanas, Colombia Red Nacional de Mujeres, Ruta Pacífica de las Mujeres, Unión de Ciudadanas de Colombia, Corporación Penca de Sábila, Corporación Educativa Combos y el movimiento político Estamos Listas. La convención reunió a más de 200 feministas de todas las regiones del país y tuvo a más de 3.000 personas viendo su transmisión por streaming. Una comisión política conformada por mujeres de seis regiones del país estuvo encargada de garantizar una participación representativa, plural y diversa. También se lanzó un manifiesto que propone los feminismos como una fuerza política en Colombia, por eso las feministas anunciaron “su emancipación de las candidaturas presidenciales masculinas, patriarcales y guerreristas”.
El propósito de la convención fue afirmar la vocación de poder de las políticas feministas y hacer un pacto para las elecciones presidenciales de 2022. Dos mujeres que han sido emblemáticas para el movimiento feminista lanzaron sus candidaturas: Francia Márquez y Ángela María Robledo. Luego, en la opinión pública, les manexplicaron que así no se podía, que sus candidaturas dividen, que será difícil que las coaliciones que se están formando las elijan como carta presidencial: todos lugares comunes que mostraban el estupor de muchos quienes solo las imaginaban como fórmula vicepresidencial de algún caudillo hombre. Pero como dijo Marta Restrepo en un live de la revista Volcánicas: el objetivo de la convención se cumplió porque ahora toda Colombia sabe que hay dos candidatas presidenciales.
Entre las discusiones más intensas estuvo la pregunta sobre qué es lo que queremos decir las feministas con “feminizar la política” y si no sería mejor hablar de una política feminista. Parte del problema es que nos han enseñado que “feminizar” es “algo malo”, sinónimo de ligero, superfluo, suave, delicado, subordinado, todos adjetivos que parece que no van con la profesión política. Unos se asocian con el rol que las mujeres ocupamos en el patriarcado y otros, como suave y delicado, no son inherentemente femeninos, aunque no tengan nada de malo. Estas equivalencias arbitrarias y la incomodidad que produce el verbo feminizar se deben a que todos y todas hemos crecido en la cultura de la misoginia. En realidad, la palabra feminizar se refiere a que haya más mujeres (y personas trans y no binarias) en la política. Mientras las demografías más vulnerables, como las personas que viven en la pobreza, se feminizan año tras año, las mujeres no tenemos más del 20 % de los cargos de poder. Si no queremos que se feminice la pobreza, tenemos que feminizar la política.
A esto se suele responder que tener más mujeres en la política no nos garantiza políticas feministas y es cierto. La derecha suele instrumentalizar a las mujeres para avanzar agendas neoliberales, militaristas y patriarcales (todas adversas a la buena vida de las ciudadanas), el mejor ejemplo de eso es nuestra vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez. Pero las mujeres somos el 52 % de la población y por pura justicia y proporcionalidad deberíamos tener el 52 % de los cargos públicos. Será inevitable que dentro de ese porcentaje haya mujeres machistas, porque las mujeres somos diversas, pero las probabilidades de que también haya políticas feministas serán mayores y en el peor de los casos tendremos una representatividad justa. Esta idea tan evidente les parece a algunos congresistas de Colombia una locura o excentricidad.
Por otro lado, una política feminista, como quedo claro en la convención, es una que pone la vida en el centro y que piensa en un Estado cuidador que nos ayude a todas las personas a vivir mejor y más felices, a diferencia del Estado patriarcal que nos quiere vigiladas y explotadas. La disyuntiva entre feminizar la política y hacer política feminista es un error, porque no tenemos que escoger entre una o la otra, estamos exigiendo ambas: las feministas lo queremos todo, ¡hasta la Presidencia de Colombia!