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Recientemente leí una frase de la tradición zen que dice: “Cuando cocinamos mostramos la sinceridad de nuestro espíritu”, y tal cual es lo que me inspira a cocinar, poder entregar toda mi pasión y mis sensaciones a eso que preparo, sumándole algo de belleza al terminar y servir mi plato. No hay nada más alentador y cautivador que un plato sencillo, colorido y bien servido a la hora de comer.
Y si de sinceridad y amor se trata, yo quisiera, en medio de estos tiempos acelerados, regresar a las épocas en que desde la mañana poníamos una salsa de tomates frescos y maduros a cocinar con un atado de hierbas y la mimábamos por horas hasta que quedaba perfecta para servir con una pasta, ojalá hecha en casa (sí, con paciencia, pero artesanal) y unas albóndigas.
¡Quiero que vuelva la época de tener arrocitos en bajo! Y no propiamente esa lista negra del WhatsApp. Que cocinar sea la terapia, la expresión pura del dar y la forma de divertirse sin pensar en que comer es solamente alimentarse. Que sea el momento de curar el mal de amor, de revivir historias de las familias y de convocar a los amigos. ¡Que sea el motivo de mantener vivas las ganas de compartir!
Quisiera volver a comprar el maíz peto, cocinarlo, sacar el molino de la abuela, hacer la masa y poner en el tiesto unas arepas caseras; hacer el café reposado y cernirlo con una tela, pero que huela a recién colado; o quizá adobar un cabrito y sentarme frente a unos leños a ver cómo poco a poco va dando su punto para, después de seis horas a fuego lento, servirlo con papas y yucas cocinadas y un buen refajo. Sabiamente decían las abuelas que hay que buscar el tiempo y los tiestos, y en eso estamos.
La vida es tiempo y ojalá vendieran tarjeta de minutos para poder invertirlos en cocinar y también en escoger sin afán cada ingrediente en plazas, tiendas y supermercados, hacer una selección con tal mimo que pareciera que comprara esmeraldas. No podemos olvidarnos de que la vida es un ratico, y hay que sacarle provecho al máximo. Ésta, pues, es una invitación a comenzar a practicar el arte de la lentitud, del arroz en bajo, del fuego lento... conciencia pura de cada instante en el que se cocina, transmitir en cada acto nuestra esencia y dejar allí amor y más amor.
Hoy les voy a recomendar un lugar donde a diario practican estos principios básicos de cocinar con amor, tiempo y lograr, así, crear sueños dulces para cada uno de sus clientes. Cupcakery (@cupcakery_colombia) es un local donde se podrán comer los mejores cupcakes de Bogotá, no solo por sus mezclas sino porque siempre están frescos, son ¡pecaminosos! Además de estas delicias, la especialidad está en el diseño de tortas para eventos especiales, ustedes proponen, ellos crean en azúcar. Empezó como un negocio de casa que hoy se creció gracias a que están llenos de recetas de las abuelas y donde el amor a la cocina es el ingrediente secreto. Para ellos, el tiempo para diseñar es el corazón de la cocina. Vayan y conozcan, se van a enloquecer con el primer mordisco y seguro van a querer repetición.