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Todo dejará de estar perdido cuando nos demos cuenta de que hoy casi todo está perdido.
Cuando seamos capaces de comprender y de gritar que la humanidad es un invento que fracasó, y que los miles de manuales que se inventó y que impuso a sangre y fuego eran para preservar sus privilegios, o los privilegios de algunos. Cuando comprendamos que nosotros fuimos ruines porque permitimos que nos llenaran de mandamientos, de imposiciones, de reglas, de bien y de mal y de mejor y peor, y que por permitirlo somos responsables de este presente de mentiras muy humanas como esas de patria, democracia, religión, dinero, cargos, premios. Todo dejará de estar perdido cuando entendamos que lo importante es la vida, y por ende, la calidad de esa vida, y que por ser idealistas no somos tontos ni ilusos, y que dos soñadores generalmente logran un gran sueño, pero dos materialistas sólo multiplican una materia, que suele ser de papel, y ya sabemos de qué hablamos.
Todo dejará de estar perdido cuando rescatemos los pequeños detalles, y en lugar de acumular cuentas y números y diplomas acumulemos sensaciones, y cuando seamos capaces de admitir que los besos, las miradas, las sonrisas y algunos silencios son más valiosos que los billetes y las camionetas, y comprendamos que una cosa es sentir y vivir, y otra, muy distinta, presumir. Todo dejará de estar perdido cuando nos bajemos de nuestro pedestal y dejemos de calificar al otro y el trabajo de los otros, y entendamos que no hay ni mejor ni peor, sino distinto. Cuando nos miremos frente al espejo y nos desnudemos, y allí, sin testigos, nos afirmemos en nuestras cursilerías, destrocemos algunos de nuestros prejuicios y nos convenzamos de que todo puede cambiarse, comenzando por nosotros, y que si no pedimos nacer en este mundo ni en este tiempo, de una u otra forma tenemos derecho a contravenir las leyes y normas impuestas por otros. Algo así como aquel personaje de Sábato que decidió renunciar a la humanidad ante la ONU.
Todo dejará de estar perdido cuando prefiramos querer y luchar a poder; y hacer, siempre hacer, siempre crear, siempre construir, tolerar, arriesgar y jugar, a ganar. Cuando aceptemos las diferencias y nos enamoremos de ellas, cuando veamos que las modas son una cuchillada a esas diferencias, a la autenticidad, que la amabilidad extrema es un extremo disfraz, y que sólo lo diferente, los diferentes, nos salvarán de la alienación a la que nos han sometido los medios y los manuales. Todo dejará de estar perdido cuando asumamos que sentir no es una debilidad, que los grandes temas del hombre son, han sido y seguirán siendo más la soledad y la alegría, la felicidad y el amor, el dolor y la angustia, las pulsiones y la pasión, que la política, las naciones, las fronteras, los carros, el fútbol y los negocios. Cuando, en definitiva, decidamos despojarnos de tantas y tantas armaduras, que en lugar de protegernos, nos han cargado de hierro, de fórmulas y de miedo.