Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Al haber sido elegido como integrante de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición –CEV– dentro del proceso de paz que estamos construyendo, me veo en la obligación de renunciar a partir de la fecha a esta columna de opinión. Lo hago con pesar, pero lo asumo como un imperativo ético y legal y como reconocimiento a las exigencias del nuevo reto.
El motivo, en mi concepto, bien vale la pena. La CEV deberá cumplir un papel fundamental en el proceso de dignificación de las víctimas; en el reconocimiento de los/las responsables; en la elaboración de un relato consistente que dé cuenta de la verdad de lo sucedido y alimente la memoria colectiva; en la construcción de un clima de reconciliación y convivencia, y en la formulación de propuestas sólidas para que jamás se repita la barbarie de más de medio siglo de guerra interna.
Me siento orgulloso de hacer parte de esta comisión por la trascendencia histórica, psicosocial, ética y sociopolítica de sus objetivos. Por la calidad de las instituciones y personas que hicieron parte del Comité de Escogencia. Por la rigurosidad y transparencia del proceso de selección, que ojalá pudiera replicarse en procesos similares de la vida pública del país. Por la riqueza y diversidad de edad, género, profesional, ideológica, regional y de trayectoria vital de los comisionados/as, en especial por la centralidad real de las víctimas. Y por el liderazgo incuestionable, la inteligencia y el compromiso del padre Francisco de Roux, designado presidente de la comisión.
No es una comisión de notables. Es una comisión de confiables. La considero de excelente nivel académico, pero es muy saludable que no esté conformada sólo por académicos. No le veo sesgo ideológico, pero es clara la primacía de las víctimas, incluidas las militares, y de demócratas comprometidos/as con la vigencia de los derechos humanos.
Es obvio que haya algunas reservas sobre la integración de la CEV. Es imposible satisfacer todas las expectativas en un pequeño grupo de 11 personas. Pero, además, hay sectores que le temen a la verdad y otros que añoran a los notables de siempre. Será la CEV con su trabajo responsable, riguroso e imparcial, escuchando con respeto a todos los sectores en todos los rincones del país, la que resolverá en la práctica los cuestionamientos y tratará de responder a la confianza, la esperanza y la necesidad de verdad para curarnos por fin de tantos odios, mentiras, posverdades y polarizaciones.
Como columnista se me quedan muchos temas en el tintero. No podré ya, por ejemplo, continuar el debate provocado por la columna anterior sobre el paludismo, ni terminar la columna “Bolívar, Venezuela y la salud” que estaba preparando sobre la difícil situación de salud que se vive en Venezuela. Tampoco podré continuar opinando sobre los trágicos desarrollos del complejo Saludcoop-Cafesalud-Medimás o de la pelea del presidente Trump con Obamacare, ni sobre el desenlace del pulso por el Imatinib, o los avatares de la educación médica, la crisis ambiental y las nuevas ironías de la vida y de la muerte.
Finalmente, agradezco a los lectores y lectoras de estas primeras 127 columnas semanales por el diálogo constante y enriquecedor. A El Espectador por la oportunidad de este espacio y el respeto inquebrantable a los temas e ideas planteadas. A las 14 organizaciones, instituciones y asociaciones nacionales e internacionales que postularon mi nombre para la CEV, al igual que a todas las personas que me han expresado su apoyo para el cumplimiento de esta tarea. Espero no defraudarlas y, al terminar el trabajo de la CEV, retomar este intercambio exigente pero muy satisfactorio. Hasta luego por la verdad y por las víctimas de estos años de guerra, la principal de las cuales es, en mi opinión, la democracia colombiana.
* Médico social.