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La Universidad Nacional de Colombia acaba de publicar en Apuntes Maestros la autobiografía de Antonio Hernández Gamarra, un brillante egresado de su Facultad de Economía. Se trata de un libro bien editado, bien escrito y sin cuentas de cobro; todo lo contrario: tiene muchos agradecimientos sinceros.
Antonio Hernández Gamarra es uno de los economistas más destacados del país en las últimas décadas, habiendo sido codirector del Banco de la República, contralor general y ministro de Agricultura, entre otros cargos de relevancia nacional. Pertenece, sin duda, a la tecnocracia colombiana. Como lo dice en el prólogo Óscar Alarcón Núñez, “solo le ha faltado ser ministro de Hacienda, porque en nuestro país esa cartera está reservada para cachacos y paisas”. Sin embargo, no es un exponente típico de esa tecnocracia, pues nació en Sincé, Sucre, se graduó de bachiller en el Instituto Nacional Simón Araújo, en Sincelejo, y estudió Economía en la Universidad Nacional. Es decir, una educación en el sector público y la mayor parte del tiempo en provincia. No pertenecía a una familia adinerada o con altos ingresos, y si ha llegado a donde ha llegado, ha sido por las enseñanzas que recibió en su hogar y por su talento.
Me voy a referir solo a los dos primeros capítulos de su autobiografía, que narran su infancia y temprana juventud en las sabanas del antiguo departamento de Bolívar. Cuando Antonio nació, el 4 de enero de 1944, en la cabecera municipal de su natal Sincé solo había unas 10.000 personas. Está localizada en una zona con vocación ganadera y por ello la mayor parte de las actividades productivas tenían que ver con el campo, sobre todo la ganadería extensiva. No había acueducto ni alcantarillado, y el servicio de energía era parcial e intermitente. Como señala Hernández Gamarra: “Había escasas oportunidades laborales, a menos que se estuviese dispuesto a concertarse como mozo en los montes o como lechero para transportar la producción láctea desde estos hasta la cabecera municipal”.
Antonio fue un muchacho despierto y se distinguió siempre por su interés por aprender. Por ello sus padres le gestionaron una beca para que continuara el bachillerato ya no en Sincé, sino en Sincelejo. Antonio explica que “fue así como terminé, en febrero de 1958, matriculado en tercer año de bachillerato como alumno interno en el Instituto Nacional Simón Araújo, en Sincelejo, adonde me llevó mi papá, no sin antes ser advertido por mi mamá de que de ahora en adelante la posibilidad de educarme dependía completamente de mí, puesto que la beca me garantizaba el derecho a la matrícula y la alimentación”.
Hay algo que llama la atención en el relato de Hernández Gamarra sobre su infancia sabanera: la ausencia de violencia. Nos cuenta que “en efecto, entre 1944 y principios de los años 60, en el poblado no ocurrió una ola violenta y si acaso se registró algún pequeño altercado en los días posteriores al 9 de abril de 1948 y una que otra riña propia del exceso de licor durante las fiestas de corraleja”. Como sabemos, medio siglo después, el panorama fue completamente distinto y la violencia de la guerrilla y del paramilitarismo castigó toda la zona.
Es posible que en las décadas de 1980 y 1990 muchos jóvenes con talento y ganas de salir adelante no pudieran desarrollar sus potenciales debido a la violencia destructora de vidas y tejido social. Tanta más razón para que sigamos apostando por la paz. Esta autobiografía nos invita, entre otras reflexiones, a pensar en ello.