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El martes pasado, el candidato demócrata Joe Biden presentó a la senadora Kamala Harris como su compañera de fórmula. De esa forma, Harris, senadora por California y exfiscal general, se convertiría en la primera mujer afroindoamericana en postularse para ese importante cargo.
Hija de un jamaiquino y una hindú, Kamala trae al partido demócrata la fuerza de la diversidad étnica, una de las más importantes facetas de la nación estadounidense, a pesar de los actos racistas y xenófobos de los últimos tiempos.
Kamala trae esperanza al partido demócrata en un momento en que el país afronta las dolorosas consecuencias de la pandemia de la COVID-19, en que sus principales instituciones se sienten amenazadas por el impetuoso comportamiento del presidente Donald Trump, el empresario que jamás logró estar a la altura del estadista.
En los últimos tiempos, un presidente Trump, ataviado por el ocaso, que vez por otra sorprende hasta los arrogantes, ha reiterado la posibilidad de no aceptar los resultados de las próximas elecciones, sugerido la cancelación de las mismas y cuestionado su legitimidad debido a papel protagónico de los correos. Palabras al viento que denotan debilidad e incertidumbre en un escenario electoral permeado por desafíos, aún con los millones de dólares del Wall Street.
En su discurso Kamala pisa fuerte y da voz a los que sueñan con el fin del mandato del presidente Trump: “El liderazgo de Trump ha costado vidas, puestos de trabajo y estilo de vida estadounidense”. “El virus golpea distinto, con más fuerza a las comunidades negras, latinas e indígenas, y eso no es casual. Es consecuencia de un racismo estructural”. Además, Harris apela a la sensibilidad de las nuevas generaciones y les dice que ellas la inspiran.
En ese día inolvidable un grupo de grandes mujeres se unió al partido democrata con el deseo de que esos días sombríos de “reality show” se acaben: Hillary Clinton, Nanci Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, Hilda Solis, exsecretaria de Trabajo, la senadora Elizabeth Warren, inmigrantes, ambientalistas, activistas, trabajadoras, víctimas de violencia de género y de tiroteos.
Con su discreción e inteligencia extraordinaria Michelle Obama una vez más sorprende: “Lo que está ocurriendo no está bien”, añadió. “Esto no es quienes queremos ser”.
“Ya saben que odio la política, pero también saben que esta nación me importa. Saben lo mucho que me importan todos nuestros niños”. “Tenemos que votar por Joe Biden como si nuestras vidas dependieran de ello”.
La sensación que quedó en los múltiples discursos durante esa Convención online es que si Biden y Kamala fallan, todo el país perderá. No habrá ganadores en las próximas elecciones. Aparecen en el escenario político como los salvadores de la patria. Aunque sepamos que la frontera entre la agenda demócrata y republicana es tenue, pareciera que los demócratas y algunos republicanos privilegiaron los ideales y principios históricos de la nación.
Todo podrá ocurrir hasta el 3 de noviembre, el juego será muy duro y las estrategias podrán ser sórdidas, pero con Kamala al lado de Joe Biden brilló una luz al final del túnel no solo para Estados Unidos. Aunque América Latina no sea relevante en la agenda de política exterior de Washington, renace la esperanza de que los nuevos caudillos latinoamericanos sean tratados como tal y no como aliados. Algo que nos urge, mientras practicamos la paciencia histórica con la certeza de que los malos también pasan.
Profesora Universidad Externado de Colombia