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El bosque tropical más grande del planeta, la Amazonía, que se extiende por nueve países latinoamericanos, arde en llamas y a pesar de que la lucha hace décadas por su conservación y defensa ha cobrado muchas vidas, como la de Chico Méndez, la destrucción no para y con ello la diversidad biológica y cultural se esfuma sin precedentes. La salvaje deforestación que vive la región para el desarrollo extensivo de ganadería, la explotación de madera, el nacimiento de cascos urbanos y la extensión de actividades agrícolas serían las causas antrópicas de este fenómeno. Todo esto, unido a fenómenos naturales, hace que además del calentamiento global se presente un calentamiento local generando que la selva disminuya su capacidad de absorber CO2, aumente el periodo de sequía, se altere el clima y las especies vegetales empiecen a transformar su natural dinámica. En palabras del científico brasileño Carlos Nobre: “Si la desforestación continúa aumentando al ritmo actual, se estima que podría llegarse al punto de no retorno en un período de entre 15 y 30 años".
La Amazonía es considerada la región con mayor biodiversidad en el planeta y se considera el hogar de al menos el 10% de las especies de fauna y flora conocidas actualmente a nivel global. Este importante bioma comprende, además, el sistema fluvial más grande del mundo el cual contiene cerca del 20% del agua dulce del planeta.
En los últimos días, diversos medios de comunicación a nivel internacional han socializado la preocupante situación del bioma amazónico en territorio brasileño. Impactantes y aterradoras imágenes han encendido las alarmas internacionales sobre el devastador incendio que lleva más de dos semanas ardiendo con intensidad, se ha propagado por extensas áreas y amenaza gravemente todas las formas de vida que se encuentran en esta región del planeta, no solo de fauna y flora, sino también de comunidades indígenas habitantes de las zonas afectadas.
En conformidad con los datos reportados por el Instituto de Investigaciones Espaciales de Brasil, entre enero y agosto de 2019 esta región ha presentado un aumento del 83 % en los incendios forestales, si se compara con el mismo período del año pasado. Estos datos resultan alarmantes dada la importancia biológica que representa este ecosistema para el equilibrio ambiental del planeta. La catástrofe de los incendios, causada por la deforestación y las quemas ilegales, impacta las dinámicas propias del ecosistema, afectando al gigantesco caudal de agua en estado gaseoso ubicado sobre la cuenca del Amazonas, y que está directamente relacionado con las precipitaciones en todo el continente sudamericano.
De acuerdo con los expertos, por su alta humedad, la Amazonía sería uno de los lugares del planeta con menor susceptibilidad para desarrollar incendios forestales de forma natural, sin embargo, este riesgo aumenta con la deforestación y con las conflagraciones iniciadas por actividades humanas, ya que vuelven la selva más seca y añaden combustible en formas de hojas y ramas. La vulnerabilidad se ha incrementado también con el cambio climático, pues el aumento de la temperatura global y en particular, en la región de la Amazonía, afecta los períodos lluviosos y en general ocasiona que la selva se haga más inflamable.
Sin embargo, el problema del ecosistema amazónico no está asociado únicamente a los incendios forestales, que hoy lo ponen en riesgo y despiertan solidaridad e indignación alrededor del mundo, sino también, a la forma como los pobladores y gobiernos comprenden la naturaleza, la importancia que le otorgan y las acciones que legitiman por medio del discurso y de la creación de políticas.
Es decir, esta crisis se encuentra asociada fundamentalmente al modelo de desarrollo instaurado, en el que el centro de las acciones gubernamentales es el crecimiento económico, el cual limita la comprensión de los factores ecosistémicos a simples recursos naturales a disposición de los procesos de producción sin importar el deterioro ambiental. Esta lógica, no solo desvaloriza la extensa diversidad biológica que albergan nuestros territorios, sino que también margina diferentes formas de relación con el entorno, presentes en diversas culturas, comunidades y grupos indígenas.
Muestra de ello, es la indiferencia con la que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha asumido la situación, no solo relacionada con los incendios, sino con la deforestación que aqueja la selva amazónica presente en su territorio y con la falta de políticas que reconozcan este país como una nación pluriétnica.
En esta situación, reconocer que la naturaleza tiene derecho a que se respete integralmente su existencia, mantenimiento, estructura y regeneración en tanto es donde se reproduce y realiza la vida, debe ser una demanda de todos los ciudadanos del planeta. Solo así se preservaría la existencia de los ecosistemas y se garantizaría el cumplimiento cabal del derecho a la vida, también para poblaciones humanas. Es en esa medida, que movilizarnos ante esta situación implica reconocer en parte la cosmovisión andina según la cual moramos en un mundo vivo y vivificante, en donde la noción de vida es integral, compleja y holística; y el sujeto no se encuentra abstraído de su entorno, sino que hace parte fundamental de este.
Como hijos de la madre tierra y ciudadanos planetarios debemos encarnar las enseñanzas de la guardia indígena, “los kiwe thegnas que hunden sus raíces en la nieve de la historia, en la historia misma del pueblo nasa: guardar, cuidar, defender, preservar, pervivir; soñar los propios sueños, oir las propias voces, reír las propias risas, cantar los propios cantos, llorar las propias lágrimas es y ha sido la razón de su existencia, porque el legado de sus ancestros no perdura solo como estructura, sino que habita en la mirada y en la voz de cada indígena” Plan Minga en Resistencia, 2004. Endulzar la palabra. Memorias indígenas para pervivir. Centro Nacional de Memoria Histórica.
#SOS por la Amazonía.
* Rector, Universidad Pedagógica Nacional.