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La autocensura en el periodismo colombiano

Catalina Uribe Rincón
20 de junio de 2020 - 05:00 a. m.
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En su más reciente publicación, Voices of Resilience: Colombian Journalists and Self-Censorship in the Post-Conflict Period, los profesores Marta Barrios y Toby Miller analizan la autocensura en el periodismo colombiano durante el posconflicto. El artículo inicia con una paradoja: “A pesar de que las Farc entregaron sus armas, la intimidación a periodistas se ha multiplicado desde la firma del Acuerdo de Paz”. En el 2019, por ejemplo, se reportó el número más alto de ataques a periodistas en un solo año. Fueron 634 los periodistas atacados.

La autocensura también impera. De hecho, la autocensura es uno de los problemas más viejos en nuestro periodismo y uno de los que se habla más bien poco. Algunos creen erradamente que la libertad de expresión se debe medir únicamente en número de periodistas asesinados. Pero también hay que incluir el miedo, la intimidación y las amenazas que bloquean el libre acceso a la información.

El primer factor de autocensura es económico. La dependencia de los medios en la pauta oficial hace que los periodistas sean reticentes a criticar a los gobiernos de turno. Las fuentes de las noticias terminan siendo en su mayoría los mismos comunicados de los gobiernos locales. Esto sin contar las presiones editoriales. Los periodistas entrevistados en el artículo afirman que antes de publicar deben tener en cuenta los intereses de los conglomerados. En muchos casos no hay censura directa, pero los editores les piden mucha más investigación y un rigor exagerado en caso de que haya algún material que pueda entrar en conflicto con los intereses de los dueños del medio.

Otra causa de la autocensura es el acoso, profesional y privado. Los periodistas se enfrentan constantemente a procesos judiciales cuando lo que dicen disgusta a figuras de la vida pública, quienes muchas veces solo demandan porque pueden. Y, bueno, en un país de abogados, casi por reflejo. Es común ver a periodistas defendiéndose por denuncias de injuria y calumnia. Esto sin contar el ahora terrible acoso en línea. Este ciberacoso, que es el que más me llama la atención, es ahora el más extendido y visceral. Por ahí llegan grupos terroristas, políticos investigados y, sumándose al grupo, centenares de ciudadanos de a pie. Como lo narra una de las fuentes del artículo: “Los grupos políticos se comportan como sectas, hay mucha pasión online y las redes sociales están llenas de odio”.

Los periodistas, concluye el artículo, han encontrado formas para contrarrestar la autocensura. Algunos, por ejemplo, han buscado financiación internacional, otros han creado medios en línea independientes, pero sobre todo muchos han construido comunidades de apoyo. En días recientes, sin embargo, fuimos testigos de otra carga adicional para los periodistas: los ataques entre colegas. Y bueno, como lo he dicho ya acá, quien decida entrar al espacio público tiene que aceptar la crítica pública. Ciertamente no se trata de vivir en un mundo “de ositos cariñositos” donde todos seamos mejores amigos. Pero ya de por sí los periodistas viven esquivando muchas lanzas como para que sus colegas se vuelvan otra bala a esquivar.

 

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