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Hace 53 años triunfó la revolución, dando paso a un régimen socialista que sobrevive, a pesar de la burocracia del Partido Comunista, la caída del muro de Berlín, el bloqueo de EE.UU., los problemas de corrupción, la disolución de la Unión Soviética que le compraba azúcar y le vendía a precio subsidiado otros productos, y más allá del “período especial” (en los años noventa) de escasez de productos básicos.
Cuba ha tenido logros como la ausencia de analfabetismo, el acceso universal a la salud y, como lo reconoció la Unicef, ser un país libre de desnutrición y de trabajo infantil. Pero la vida en los años setenta y ochenta no era la misma de hoy. Para el cubano de a pie, estos argumentos —a los que se suman los altos niveles de seguridad— son insuficientes. La realidad pide cambios y en esto coinciden desde los cubanos afincados en Miami hasta la dirigencia comunista en el poder. El problema es: cambios en qué sentido. Según la Cepal, Cuba creció el 2,5%, el penúltimo puesto en la región. El turismo y la biotecnología serían sectores dinamizadores: Cuba espera en 2012 un crecimiento del 15% en ingresos por turismo y recientemente crearon una vacuna contra el cáncer de pulmón.
Las volteretas económicas fueron desde la dependencia de la Unión Soviética, pasando por un “período especial”, donde había dinero pero no bienes, hasta un sistema de doble moneda donde hay bienes pero no dinero para comprarlos. El modelo económico centralizado no refleja la economía paralela de los CUC (pesos convertibles). El modelo es el que mueve buena parte de la economía y genera diferencias de ingresos que no benefician al más capacitado sino al que mejor se mueva en el mundo del rebusque. Un camarero de un hotel puede ganar en propinas más que un médico especialista.
Esa carrera por preservar consignas a rajatabla, como la del “pleno empleo” garantizado por el Gobierno, ha llevado al desarrollo de una inmensa burocracia de empleados que reciben un salario más simbólico que real, la cual ahora se enfrenta a un “proceso de reordenamiento laboral” que implicará la aparición del desempleo. Por otro lado, un ejemplo de un logro de la revolución que implicó un “fracaso” es el acceso universal a la educación: miles de graduados universitarios se rehúsan a trabajar en la agricultura, sector hoy descuidado, porque no cuenta con incentivos adecuados. Y la “libreta de abastecimiento” —mecanismo para garantizar un ingreso más o menos equitativo a alimentos subsidiados— no es ya un elemento sostenible y progresivamente avanza hacia su desaparición.
El “tiempo” de la revolución entra en contradicción con el tiempo de los seres de carne y hueso que, como en la película Fresa y chocolate, tienen una sola vida para vivir. Los cambios liderados por Raúl son, en general, bien recibidos por la población (10 decretos y 66 resoluciones), pero hasta ahora no son tan determinantes en la cotidianidad como la gente quisiera.
La dirigencia comunista está atrapada entre su burocracia y su lectura rígida de los manuales ortodoxos de economía. El pueblo, afuera, sigue a la caza del dólar que le permita acceder a productos de los que de otra manera se vería privado. El reto no es responder a la historia sino al cubano de a pie.
Víctor de Currea-Lugo