La imposibilidad de ser niño

Héctor Abad Faciolince
10 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.
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Para poder ser niño se necesita mucho más que ser menor de edad. Si los menores de edad son sujetos legales de una protección especial, es precisamente porque un Estado serio, un Estado benefactor, intenta ofrecerles a los niños (a las adolescentes, a los jóvenes) la posibilidad efectiva —y afectiva— de ser niños. El caso es que en Colombia a muchos niños se les impide ser niños a cabalidad: trabajo infantil, violencia intrafamiliar, abandono, mendicidad, escuelas insuficientes, acoso sexual, reclutamiento ilegal y ahora, incluso, la posibilidad de ser bombardeados, mutilados, matados desde el aire sin ninguna consideración por el hecho de que pueden estar ahí contra su voluntad: niñas engañadas, abusadas, niños obligados, forzados.

Las bandas de delincuentes reclutan menores en los barrios marginales; entrenan sicarios niños y los convencen de que como son menores no van a pagar mucho encierro después de matar. El turismo sexual explota a menores de edad. Se alquilan efebos, se venden virgos, se ofrecen impúberes a los pederastas. Basta recorrer ciertos sitios: ahí los venden, los arriendan. Y en los campos lejanos, donde la mano del Estado (que ya es débil e incompetente en las ciudades) es todavía más floja o inexistente, y donde a veces está roto o maltrecho todo lazo familiar, los grupos al margen de la ley, los narcos o los guerrilleros no desmovilizados, los reclutan con amenazas, extorsiones o engaños.

Quienes nos gobiernan, esta derecha cerril y despiadada, piensan que la mano dura y la furia son la solución. Si hay ocho o diez menores en un campamento de 15 guerrilleros, mala suerte, para qué estaban ahí, para qué se dejaron reclutar. Tienen razón en que los primeros culpables fueron quienes los reclutaron; pero los segundos culpables, y más graves, fueron quienes los bombardearon indiscriminadamente, es decir, los mataron. ¿Es creíble pensar que no sabían que ese campamento, que ese núcleo de neoguerrilla, podía estar compuesto en su mayoría por niñas y adolescentes? Obviamente la orden no fue: “Vayan y maten niños”. Pero la orden sí pudo ser: “Vayan y maten a Gildardo el Cucho, al viejo, y si hay menores de edad alrededor de él, qué se va a hacer”.

En su momento, a finales de agosto, el Gobierno definió la acción que acabó con la vida del “Cucho” como “impecable y meticulosa”. Durante meses ocultaron la información de que parte de esa célula guerrillera (mínimo ocho de 15) resultó compuesta en su mayoría por menores de edad; nunca dijeron que el personero del pueblo había denunciado el reclutamiento forzado y posible secuestro de jóvenes adolescentes en la zona, probablemente explotadas sexualmente pues también las obligaban a tomar anticonceptivos. Con tal de matar a un odiado viejo, que caigan también los niños.

En general los países civiles no usan al ejército para combatir a los propios ciudadanos. Los ejércitos existen para enfrentarse a un ejército extranjero invasor, a un enemigo foráneo. Y en caso de guerra los bombardeos contra ese enemigo se admiten. Aquí, por desesperación, se aceptó que el ejército combatiera también a la guerrilla, a los narcos, a otros colombianos. Y el ejército no está entrenado para hacerse muchas preguntas morales: su eficacia consiste en aniquilar al enemigo. En esa tarea, devoran la tajada más grande del presupuesto nacional, sus integrantes se pueden jubilar a los 40 años (y todos nosotros pagarles otros 40 años de jubilación).

¿No será hora de replantearnos todo esto? ¿No habrá que dedicar mucho más dinero y recursos humanos a la educación y protección de los niños? Aquí no estamos ayudando a que la población desfavorecida tenga una infancia verdadera. Los niños sometidos a toda clase de abusos, de violencias, de injusticias, no consiguen ser niños; los convertimos en monstruos sobrecogidos de miedo y de terror, en bestias acosadas incapaces de juzgar, dispuestos a cualquier cosa, incluso a matar, con tal de que no los maten.

 

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