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Desde hace algunas semanas inició la campaña para las elecciones europeas, que este año tendrán lugar entre el 23 y el 26 de mayo. La mala noticia es que el brexit y la popularidad creciente de los partidos euroescépticos han limitado el entusiasmo que acompañó a las elecciones precedentes. Pero la buena es que la inmigración dejó de ser el común denominador del debate político sobre el futuro de la Unión.
Salvo por el Movimiento por una Europa de Naciones y Libertades (MENL), el partido político que postuló como cabeza de lista al abiertamente antieuropeo Matteo Salvini, las demás formaciones han tomado distancia del discurso antinmigración, tema que según varios analistas estaba predestinado a convertirse en el centro de la campaña del 2019. Esta tendencia puede cambiar en las próximas semanas, sobre todo si la centroderecha del continente se ve forzada a sustraerle votos al MENL, pero creo que es poco probable.
Según un sondeo reciente del think tank Consejo Europeo de Relaciones Internacionales, la inmigración sólo es considerada como un peligro para la construcción europea entre ciertos rangos de votantes en Alemania, Austria, Hungría e Italia, es decir, entre los países que acogieron el grueso del flujo migratorio durante la crisis de 2013-2015. El brexit, el desempleo, el descenso constante del poder adquisitivo y la posición europea dentro de la OTAN han pasado a encabezar la lista de las preocupaciones de los votantes, matizando la importancia de la inmigración y haciendo de esta un tema que puede explotar la centroderecha, pero que por ahora se encuentra en el terreno de los simpatizantes de la extrema derecha.
Es evidente que el control más estricto de las fronteras europeas ha contribuido a reducir la tasa de entrada de los inmigrantes, tanto como lo hicieron los acuerdos controvertidos que se firmaron entre Bruselas, Turquía y los diferentes centros de poder en Libia entre 2015 y 2018. Sería imposible cerrar los ojos frente a esta realidad. Pero el hecho de que la inmigración haya dejado de ocupar el lugar preponderante en el debate electoral no sólo se debe a dichos controles, ni a los acuerdos, ni tampoco a la derrota progresiva del Estado Islámico. Los esfuerzos (voluntarios o forzados) de los diferentes miembros de la Unión por tratar las demandas de asilo, escolaridad a la población infantil y distribuir controladamente a los inmigrantes en ciudades secundarias a lo largo de toda Europa también han contribuido a desarmar el discurso abiertamente xenófobo y racista de los partidos que habían instrumentalizado la llegada masiva de refugiados de África, el Medio Oriente y Asia Central.
Varios factores parecen indicar que estas elecciones no se van a convertir en un referendo contra la inmigración, pero varias incógnitas sobre el funcionamiento y los objetivos de la Unión quedan pendientes. La sensación de que las respuestas a la crisis migratoria resultaron más de la imposición del tándem francoalemán (en cooperación con algunos altos funcionarios de la comisión) para obligar a los demás miembros a adoptar un sistema de cuotas de acogida es demasiado evidente, lo que hace imposible vender una imagen de unidad sobre la materia. Por otra parte, el rechazo de países como Hungría y Polonia a respetar el derecho de asilo marca los límites de un proyecto basado en el universalismo democrático y le resta credibilidad a Europa como modelo de integración frente al resto del mundo.