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El reality electoral de Donald Trump ha sido para el mundo una clase virtual intensiva sobre un concepto que algunos alegaban no existía, que era exclusivo de la izquierda irresponsable: el populismo de derecha.
Joe Biden lo explicó bien en Bogotá, en julio de 2018, durante una conferencia en la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, citando a George Will, un famoso columnista conservador, que decía que “el populismo busca abrir espacio para el abuso de poder”. No se puede seguir atribuyendo el comportamiento de Trump a su temperamento ni considerarlo una simple estrategia política inofensiva. Trump acusa de fraude a su oponente porque eso hacen los populistas, sin excepción, buscando quedarse en el poder o victimizarse para mantener la bandera contra las élites políticas. Si ya no se puede negar que Trump es salido del manual del populismo latinoamericano, no se pueden dejar de ver similitudes con sus aliados de la Internacional Populista.
Trump reúne todas las facetas del populismo latinoamericano. Las de los populistas de derecha como Fujimori y Uribe, trabajando para los intereses conservadores, presentándose como redentores del pueblo contra las élites políticas, personalizando el manejo del poder, atacando las instituciones que les ponen límites, criminalizando a sus adversarios como corruptos aliados del terrorismo, persiguiendo a la prensa, despreciando los derechos humanos, arrodillando a las otras ramas del poder. Trump también se sirve de las banderas económicas del populismo de izquierda. Al día siguiente de las elecciones, sostuvo que pretendían robarle las elecciones “el gran capital, la gran prensa, las grandes empresas tecnológicas y la corrupta maquinaria demócrata”.
¿Cómo pueden confluir banderas de derecha y de izquierda en un mismo populista? Y lo que parece más incomprensible: ¿cómo puede usarse el mismo populismo para avanzar objetivos de izquierda o de derecha? El malestar social que mejor recoge el populismo es la desigualdad. Por eso es un fenómeno tan latinoamericano, que ha tenido una problemática de desigualdad económica y racial tan profunda. El malestar sobre el que cabalga Trump tiene un origen fundamentalmente de desigualdad social. Mientras que durante los 40 años del neoliberalismo el PIB estadounidense se triplicó, los ingresos de la clase media permanecieron iguales y los de los sectores menos educados descendieron. El crecimiento exponencial del ingreso se repartió muy desigualmente, y cuando la globalización hizo que millones perdieran sus empleos y que la inmigración generara una gran competencia laboral, el malestar se extendió por un sector muy amplio de la sociedad estadounidense. Ese malestar alimentó el crecimiento populista de Bernie Sanders en la izquierda. Trump lo combinó con elementos conservadores afines a la cultura de la clase media baja de su país: racismo, xenofobia, machismo, nacionalismo, antiterrorismo, militarismo, enmarcándolos dentro del concepto de la autoridad.
Como el populismo inocula las pasiones y miedos de los ciudadanos, no muere. Trump va a intentar volver al poder, como el peronismo, el fujimorismo, el uribismo, el chavismo, el evomoralismo. Seguirá al frente de la Internacional Populista.