La madre de todas las traiciones

Marcos Peckel
09 de octubre de 2019 - 03:00 a. m.
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El anuncio de Donald Trump de que Estados Unidos se retira del norte de Siria (Rojava) y permite que las tropas turcas tomen posesión de esa región constituye una traición sin atenuantes a sus aliados kurdos, que fueron quienes pusieron los muertos en la lucha contra el Estado Islámico de la cual Trump tanto se vanagloria.

Los kurdos, un pueblo sufrido que lleva un siglo luchando por su libertad, aliados incondicionales de Occidente en la brutal guerra en Siria e Irak, quedan ahora a merced de una Turquía sedienta de sangre kurda en cabeza del “sultán” Recep Tayiyp Erdogan.

Cuarenta millones de kurdos constituyen el pueblo más grande del mundo sin Estado, dividido en cuatro países: Irak, Siria, Irán y Turquía, donde ha sufrido discriminación, persecución y marginación, y su lengua y cultura han sido prohibidas. Solo en Irak, gracias a diversos desarrollos históricos, gozan de holgada autonomía.

Desde los inicios de la guerra en Siria, los kurdos establecieron una zona autonómica sin tomar parte a favor o en contra de al-Asad. La región kurda fue objeto del asalto constante del Estado Islámico en su acelerada expansión por el Levante. En la legendaria batalla por la ciudad kurda de Kobani, Isis sufrió su primera derrota militar tras la cual la milicia kurda, hombres y mujeres, se constituyeron en los más fieles aliados de Occidente en la guerra contra los yihadistas.

Poco menos de un cuarto del territorio sirio se encuentra bajo control de las fuerzas democráticas sirias, la milicia de mayoría kurda apoyada por Estados Unidos y Occidente, tras haber abatido a Isis. Los kurdos sirios no representan amenaza alguna para Turquía; por el contrario, son la mejor garantía de seguridad fronteriza. Pero para Erdogan, que mantiene un conflicto con los kurdos en Turquía, invadir el norte de Siria es una forma de redimir su fracasada política exterior.

El plan de Ankara de establecer una “zona de seguridad” de treinta kilómetros en la frontera, expulsando a los kurdos para trasladar a dos millones de refugiados sirios de su territorio, es maquiavélico. Busca cambiar la demografía de la región kurda con árabes y generar una guerra entre ellos para erigirse posteriormente como el pacificador. Para Europa este es quizás el momento de recuperar su estatus de jugador global, copar en la medida de lo posible los espacios que abandona EE. UU. y apoyar a sus aliados kurdos antes de que sea demasiado tarde.

No existen los amigos en política exterior, solo intereses. Sin embargo, el interés de Estados Unidos no puede ni moral ni geopolíticamente reposar sobre un autócrata como Erdogan, hoy aliado de Rusia e Irán en Siria. Así lo entiende el estamento militar americano, pero no Trump, quien toma una decisión que, a menos que sea revertida, tarde o temprano le pasará factura a Estados Unidos.

 

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