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La verdad que duele, pero cura

Saúl Franco
10 de junio de 2015 - 01:45 a. m.

Es posible que el acuerdo de crear una comisión de la verdad una vez se firme la paz sea el paso más firme dado por los negociadores del Gobierno y las Farc en estos dos años y medio de negociaciones.

Hay que reconocer que es un compromiso incómodo para todos los actores, y un triunfo incuestionable de las víctimas. Sin pretender aguar la fiesta de quienes le apostamos a la paz, ni amenizar la de quienes siguen atizando la guerra, quiero plantear algunas reflexiones sobre su sentido, alcances y dificultades.

Una comisión de la verdad. Pero, ¿qué es la verdad? En general se entiende por ella la conformidad entre las cosas y lo que se piensa de ellas, entre el mundo de la realidad y el mundo de las representaciones y las ideas, entre lo que se dice y lo que se piensa. Para el caso, la verdad sería la concordancia entre los acontecimientos violentos que han ocurrido a lo largo de este medio siglo en la confrontación entre todos los guerreros y la versión que de ellos, sus causas y consecuencias, vaya a quedar en la memoria colectiva y en la historia.

No será, por tanto, una verdad. Serán muchas verdades: las de los guerrilleros y las de las víctimas, las de los soldados y las de los paramilitares, las de los empresarios y las de los campesinos. Quien gana una guerra parece ganar el derecho a imponer su verdad. Como estamos ante un proceso de negociación política, sin ganadores ni vencidos, la verdad no podrá imponerla ninguno. Tendremos que construirla todos. Es preciso entonces que nos vayamos desprendiendo de la utopía de una verdad y preparando para una verdad diversa, múltiple, en ocasiones contradictoria debido a su complejidad. Y, si en serio mayoritariamente queremos la paz por el camino de la verdad, tenemos que estar dispuestos no sólo a hablar, sino también a escuchar. No sólo a escuchar a aquellos con quienes simpatizo, sino a aquellos de las demás orillas. Será entonces una comisión de las verdades, con cuyos relatos, en un tiempo mayor a tres años, la sociedad irá construyendo un relato histórico.

Por descontado entonces que no podrá ser tampoco una comisión, tal como la pactada milimétricamente en La Habana, de 11 miembros. Es imposible que sólo 44 personas, por sabias y dedicadas que sean, alcancen a auscultar completamente un conflicto tan complejo. Se requerirán varias comisiones, o grupos de trabajo, o como se les quiera llamar. Más que una comisión de la verdad será en realidad un proceso de verdad ampliamente participativo. Proceso que además no parte de cero. Ya hay un rico acumulado en investigaciones, informes, testimonios y memorias. No será, tampoco, una verdad fácil. Ni fácil de narrar, ni fácil de escuchar, ni fácil de aceptar. Con tanto dolor y tantos odios acumulados, con tanto actor implicado y tantos intereses en juego, será un proceso doloroso, con largos silencios y gritos desgarradores, muchos altibajos, encuentros y desencuentros. ¿Y la verdad para qué? El documento acordado le asigna tres objetivos a la comisión: aclarar lo ocurrido, contribuir al reconocimiento de las víctimas y de los responsables, y promover la convivencia. Pero la premisa básica es que sin verdad no es posible el perdón, ni la reconciliación, ni la justicia. Necesitamos la verdad para poder convivir en paz.

Los juristas dicen: dura ley, pero es la ley. Aquí podemos decir desde ya: durísima verdad, pero será la verdad. Y sin ella esta barbarie no parará. Según algunas religiones, la verdad libera, tiene cierto poder curativo. Duele, pero ayuda a curar. Si queremos curarnos, preparémonos para este doloroso proceso de verdad y para respaldar esta comisión, necesaria y conveniente.

 

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