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¿Qué pasaría si el personal de la salud decidiera que su trabajo es demasiado riesgoso y optara por atender la emergencia sanitaria en forma virtual y ocasionalmente? Es justamente lo que está pasando con la educación. El sindicato de maestros Fecode decidió que enseñar presencialmente es una actividad de alto riesgo, ignorando la evidencia que se ha divulgado desde hace meses. Su estrategia para no regresar a las aulas ha sido esparcir temor entre maestros y padres de familia, dejando a los niños en casa, encerrados, solos y obligados, en el mejor de los casos, a sentarse horas frente a una pantalla, para al final no aprender prácticamente nada.
A finales de octubre pasado escribí en una columna titulada “¡Abran los colegios YA!”: “Sospecho que el rebrote del virus (que sucederá) será la excusa para mantenerlos así (encerrados) y los niños pasarán otro año sin educación. Para empeorar el escenario, Fecode, egoísta y mezquino, aprovechó la situación para cobrarle al Gobierno las ‘deudas’ con los maestros. Lindo hubiera sido verlos protestar por el derecho de los niños a una educación en sus colegios”. Desafortunadamente, esto es exactamente lo que pasó. Hoy los colegios siguen cerrados en la mayor parte del país, no sólo en Bogotá que está en alerta roja, sino también en municipios sin COVID o donde está controlado. No se trata de abrir irresponsablemente, pero no se puede generalizar el cierre; tenemos que aprender a convivir con el virus y eso incluye a las instituciones educativas, que deben ser las últimas en cerrar y las primeras en abrir.
Sin embargo, en su última circular Fecode insiste en “intensificar la campaña de NO a la alternancia en las actuales circunstancias y reivindicar la escuela de, en y para la vida”. Justamente lo que no hacen es defender la escuela para la vida. Para los niños, ir a sus colegios es vital; el encierro, en cambio, es maltrato, violencia y depresión. Adicionalmente, los están estigmatizando, convirtiéndolos en una amenaza para la sociedad al sugerir que debemos encerrarlos porque contagian y matan a sus papás y abuelos. Me niego a creer que los maestros piensen que enseñar virtualmente sea efectivo y gratificante, y que sus condiciones laborales actuales son aceptables.
Un médico infectólogo me dijo que el sector educativo se acomodó, sin importar las consecuencias ni el compromiso ético que implica ser profesional de la educación. Quienes hemos abogado por mejorar las condiciones laborales de los maestros y reconocemos que no existe una profesión más importante para la construcción de un mejor país no podemos aceptar que ahora su sindicato los motive a ser insolidarios. Como miembro del sector educativo, me da vergüenza con nuestros colegas del sector salud.
No nos quedemos con los brazos cruzados, pongámosle freno a una tragedia silenciosa que tendrá repercusiones educativas, sociales y económicas. Obligar a los niños a mantenerse en casa retrasa su desarrollo emocional y cognitivo, y amplía la brecha de desigualdad que ya existía en nuestro país. Invitamos a los maestros, directivos docentes, padres de familia y todos aquellos líderes y ciudadanos comprometidos con la niñez y con la educación a unirse a la campaña #LaEducaciónPresencialEsVital. Ya somos muchos, pero necesitamos más para poder hacer contrapeso a un insolidario sindicato que perdió su norte.