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QUIENES SIGUEN CON ASOMBRO las noticias sobre los asesinatos de jóvenes negros en Estados Unidos, podrían encontrar a la vuelta de la esquina razones similares para la indignación.
Edward Murillo y Daniel Pedraza murieron a manos de grupos de limpieza social en Bogotá dos semanas antes de que la policía de Baltimore acabara con la vida de Freddie Gray. En lo que va del año 14 jóvenes afro han sido asesinados en Colombia en circunstancias que sugieren que el motivo fue su color de piel, como las palabras que les espetaron los victimarios a Murillo y Pedraza mientras les disparaban: “negro, esto es para tí por ser negro y esto apenas es el comienzo, vamos a darle muerte a todos los negros acá”.
Las denuncias que nos llegan al Observatorio de Discriminación Racial (ODR) sugieren que el acoso de la policía y los grupos de “limpieza” contra los muchachos negros en localidades como Kennedy, Suba o Soacha no dista mucho del que documentamos en un estudio sobre Aguablanca en Cali. Las requisas selectivas, el lenguaje racista, la ocasional paliza, tienen un eco de las prácticas discriminatorias detrás de las muertes de Michael Brown en Ferguson o de Treyvon Martin en Florida.
A pesar de las trayectorias históricas distintas del racismo en EE.UU. y en Colombia, el mensaje que dejan es el mismo: las vidas negras valen menos. Es la herencia no superada de los tiempos de la esclavización, cuando las vidas negras valían legalmente sólo una fracción de las blancas, como lo dijo hace poco la filósofa Judith Butler.
De ahí que el potente mensaje de las protestas antirracistas acá y allá sea “las vidas negras importan”. Importa, por ejemplo, la vida y el cuerpo de María, la cantante atacada por tres cabezas rapadas en La Candelaria. Mientras la golpeaban, los agresores le gritaban “negra H.P”, como ella lo narró en el CAI más cercano. “Es que ustedes son muy problemáticos”, le respondieron los policías de turno, según Semana.
“¿Qué se siente ser un problema?” preguntaba desafiante en un escrito W.E.B. Dubois, el legendario pensador afroestadounidense, como lo recuerdan Ana González y Sara Ferrer en el blog del ODR. Ser percibido como un problema ha sido la angustia constante de la gente discriminada en las sociedades racistas.
Los negros son un “problema” para el gobierno nacional, que cumple con el discurso políticamente correcto pero no se atreve a defender las curules afro usurpadas por sectores políticos que lo apoyan; que no atina a proteger el derecho a la consulta previa de las comunidades negras porque presume que son el “palo en la rueda” del desarrollo; que sigue sin aceptar razones técnicas para mejorar la pregunta étnico-racial del censo de 2016 y contar bien la población afro; que no termina de entender qué pasa y qué se necesita en Chocó o Buenaventura. Son un “problema” también para la sociedad: para los empleadores que no quieren oír de políticas de diversidad, o los propietarios que ponen letreros en las ventanas advirtiendo que “no se arrienda a negros”.
Todo eso sí que es el problema.
*Director del Observatorio de Discriminación Racial.
@CesaRodriGaravi
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